Usted está aquí: lunes 22 de agosto de 2005 Deportes La figura del maletilla como sacerdote en el altar del campo bravo

Arte, ritual y mito

La figura del maletilla como sacerdote en el altar del campo bravo

LUMBRERA CHICO

Si en las ceremonias del vestido y del sorteo previas a la corrida, como vimos aquí uno y dos lunes atrás, los oficiantes de cada ritual, en ese orden, son el mozo de estoques y el apoderado -que sirven al matador-, el maletilla es el sacerdote en la pagana liturgia de la inmolación en el campo bravo, la tercera celebración del mito de la tauromaquia moderna.

Autores como Dominique Lapierre y Larry Collins en O llevarás luto por mí, Luis Spota en Más cornadas da el hambre y Tomás Méndez en los versos del Huapango torero, por citar algunos ejemplos entre muchos más, rindieron pleitesía desde la novela y desde la canción popular a la entrañable figura del muchachito muerto de hambre que se juega la vida, anónimamente, en los potreros de una ganadería, con el único fin de vérselas cara a cara con un toro de lidia para correrle la mano.

En la obra de Lapierre y Collins, el protagonista por supuesto es Manuel Benítez El Cordobés, un campesino analfabeta, pletórico de valor y de nobles intenciones, que encarna las virtudes quijotescas del caballero español y abandona su pueblito de origen, Palma del Río, en la provincia andaluza de Córdoba, despidiéndose de su madre con estas palabras: "Pronto te compraré una casa o llevarás luto por mí".

La historia, como se sabe, tuvo un final más que feliz. El Cordobés representó en la España franquista de los años 60 la rebeldía juvenil de la Europa que empezaba a bailar con los Beatles, y no sólo conquistó la gloria, la fama y la fortuna, sino que realizó los ideales capitalistas de triunfo individual y movilidad social implícitos en la concepción general de la fiesta. Lo que no puede sin embargo decirse del incipiente novillero que Spota, con inspiración autobiográfica, retrató en Más cornadas da el hambre, un maletilla de la época del doctor Alfonso Gaona que, en la última página de la novela, inicia, vestido de luces, el primer paseíllo de su vida sobre el ruedo de la Monumental Plaza México (hoy Muerta).

Peor le fue, mucho peor, también lo sabemos, al "chiquillo" que en la narración de Lola Beltrán y en la música y en los versos de Tomás Méndez se lanzó de espontáneo una noche al redondel de un tentadero y más tardó en hacerlo que en ser empitonado por un tío de cinco yerbas que le causó una muerte instantánea, "una muerte", vaya expresión, más que suficiente para acabar con todas las formas de su vida.

En el mito de la tauromaquia moderna el maletilla garantiza la continuidad de la tradición: su personaje afirma con hechos que siempre habrá un esteta dispuesto a ser cosido a cornadas, si tal es el precio que habrá de pagar por el privilegio de expresar toreando los dolores y alegrías de su alma (y, de paso, dejar de ser un paria y transformarse en un señorito con ganadería propia y avión particular como El Juli), que de ambos ideales se nutre el lenguaje metafórico de la fiesta, sin el cual no habría música, literatura, poesía ni artes plásticas taurinas, ni aficionados nuevos ni milagros como el de Hilda Tenorio.

 
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