Usted está aquí: martes 16 de agosto de 2005 Opinión Educación e integración en América Latina

José Blanco

Educación e integración en América Latina

Entre el 18 y 19 de julio pasados tuvo lugar en Caracas el seminario La integración de América Latina y el Caribe y el papel de las instituciones de educación superior, patrocinado por la UNESCO y el Sistema Económico de América Latina (SELA).

La referencia contextual no podía ser otra sino los procesos de mundialización o globalización en curso. Como en pocas palabras dijera el embajador Roberto Guarnieri, secretario permanente del SELA, en el acto de instalación del seminario: requerimos en América Latina de adecuación institucional, de formación de nuevas estructuras y organizaciones operativas para una inserción efectiva, de beneficio neto y de alcance social amplio, en la economía y en la sociedad mundial. Tenemos que atender este inmenso reto de manera concertada, en bloque. Pero no estamos preparados para ello. Ante la deficiencia de la institucionalidad colectiva actual, tenemos que hacerlo individualmente y, por tanto, débilmente.

Somos elementos pasivos en el proceso de globalización. No factores determinantes en la toma de decisiones claves y en el aprovechamiento de oportunidades. Estamos quedándonos cada vez más rezagados.

Para revertir ese proceso de exclusión y retraso regional es necesario actuar colectivamente, exhorta Guarnieri. Sólo así podremos realizar el gran potencial que en conjunto tienen las naciones latinoamericanas y caribeñas para participar exitosamente en la configuración y en los beneficios de la nueva sociedad global.

Guarnieri planteó que éste puede ser un momento de gran relevancia para una acción concertada de las Instituciones de Educación Superior (IES). Una toma de posición sobre la necesidad de un programa de convergencia en todo el espacio latinoamericano y caribeño de la educación superior podría ser -aparte de su beneficio intrínseco- el factor que hace falta para reconducir el proceso de la integración a proyectos de mayor contenido y trascendencia.

Pero, como expresara Claudio Rama en ese mismo seminario, hablar de integración hoy no tiene el mismo sentido que cuando en la década del sesenta se formularon las teorías cepalinas de Prebish de la integración, que condujeron a la creación de la Alalc (Asociación Latinoamericana de Libre Comercio), el Pacto Andino, o el Mercado Común Centroamericano. Hoy estamos frente a un nuevo escenario mundial marcado por las nuevas tecnologías de comunicación, la apertura de las barreras comerciales y, al mismo tiempo, la creación de grandes bloques regionales que buscan preservar para ellos una parte significativa del comercio externo de sus países.

La creación de grandes bloques mundiales políticos, de comercio, de investigación, de producción y también educativos, dice Rama, son el escenario que está moldeando el mundo, a pesar también del creciente protagonismo de la aperturas comerciales, vía los acuerdos regionales, subregionales o los tratados de liberación económica. El mundo asiste así a un doble y contradictorio proceso tanto de apertura como búsqueda de protección en los espacios regionales.

Los procesos de integración, más allá de ser bastante borrosos y dinámicos, más allá de estar marcados por filosofías políticas o intereses geopolíticos, parecen irse conformando al calor de las fronteras culturales nacionales. La lengua, las raíces históricas, las cercanías geográficas, las mezclas culturales o las religiones están marcando crecientemente las fronteras de las nuevas naciones regionales, que van conformándose en las últimas décadas al calor de una globalización que está introduciendo fuertemente factores de desigualdad e iniquidades que afectan las bases de sustentación y legitimación de las sociedades modernas.

De otra parte, la problemática latinoamericana de la educación superior es inmensa y los procesos de integración requieren de una sólida y suficiente integración nacional previa a la integración de América Latina, o al menos simultánea, aunque ello haría muchas veces más compleja la toma de decisiones.

Es preciso contar con sistemas nacionales de educación superior en sentido estricto y eso supone políticas de Estado que no pueden tener lugar al margen de leyes que permitan una asociación profunda en el marco necesario de la autonomía que les es indispensable a las instituciones universitarias.

Australia, cuyo sistema de educación superior no ha cesado de progresar en las últimas tres décadas y tiene una inmensa red de relaciones internacionales con sólo 38 IES, e influencia creciente, resolvió ese problema mediante una asociación con las atribuciones legales necesarias: Consejo de Rectores de Universidades Australianas (AVCC, por sus siglas en inglés), y Argentina parece estar emprendiendo un camino análogo. Eso requerimos: un Consejo Nacional de Universidades cuyas resoluciones sean vinculatorias para el sistema, que regulen todos los aspectos académicos de su ampliación, diversificación de oferta, crecimiento de la calidad, y abran un gran espacio a la investigación y al posgrado.

 
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