Usted está aquí: lunes 15 de agosto de 2005 Opinión El enemigo principal

Carlos Fazio

El enemigo principal

En torno a la polémica entre el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y el Partido de la Revolución Democrática existen algunos elementos que son fundamentales para definir una propuesta de cambio de izquierda. Uno es definir al enemigo principal, encarnado por el imperialismo, que no es sólo una forma de dominación económica, sino que, cada vez más, se estructura, de-sarrolla y fortalece a partir de la dominación política, militar y cultural de los países desarrollados en el mundo, con Estados Unidos como hegemónico. Por lo tanto, la "cuestión nacional" y la viabilidad de los estados nacionales sigue siendo un tema clave. Para poder dominar, el imperialismo -expresado por el predominio mundial del capital financiero, especulativo y trasnacional- necesita someter a los pueblos de sus respectivos estados centrales y contar con aliados en cada uno de los estados sometidos. En México, el socio nativo del imperialismo es la oligarquía financiera y la maquinaria político, burocrática y mediática que sirve a sus intereses.

Actuar en el seno de un Estado sometido como México instala la "cuestión nacional" en la estrategia de una fuerza revolucionaria, que además debe enfrentar al enemigo principal: Estados Unidos, sus socios nativos y el conjunto de los aliados posibles. Para enfrentarlos, se requiere una gran unidad popular; una gran alianza de todos los sectores golpeados por el imperialismo y la oligarquía: el proletariado, el conjunto de los trabajadores de la ciudad y del campo, los mal llamados marginados, intelectuales patrióticos, estudiantes, mujeres, jubilados, pequeños y medianos burgueses y aun burgueses cuyos intereses se enfrenten a los del imperialismo por la razón que sea.

La "fuerza motriz" de la revolución históricamente posible en México es el pueblo. No creemos en la existencia estratégicamente operante de una "burguesía nacional", aunque existen sectores burgueses que desarrollan actividades vinculadas a la producción de bienes reales, la creación de fuentes de trabajo y emprendimientos de valor estratégico para el pueblo, que son golpeados en sus intereses concretos por las políticas imperiales y se ven enfrentados a un cúmulo de actividades burguesas puramente especulativas, parasitarias y/o francamente delincuenciales y mafiosas, que fincan sus "inversiones" en el área de la intermediación, la usura, las estafas, los negociados sucios y el crimen organizado.

En la historia los cambios han sido protagonizados por grandes mayorías sociales, y se han producido a partir de insurrecciones populares, guerrillas triunfantes o procesos electorales. Se trata, pues, de aglutinar a las fuerzas que integran la "fuerza motriz" (pueblo), para la liberación nacional. Pero la construcción de esas mayorías políticas o sociales constituye un verdadero arte: el arte de la flexibilidad, de la paciencia y de la tolerancia. Sin esas cualidades es muy difícil construir mayorías. A su vez, eso está reñido con el hegemonismo típico de las izquierdas (legal o armada), la avidez por los cargos y la intolerancia ante las diferencias, elementos que bastardean los procesos de unidad.

La liberación nacional debe estar sustentada en un principio: todo aliado y toda alianza se basa en la lealtad sin cortapisas. El enemigo es el enemigo y los aliados son los aliados. En el campo popular, el pluralismo y la democracia deben ser cuestiones de principios. Nadie es dueño de la verdad absoluta. Y esto tiene que ver con los procedimientos. Es muy importante la lealtad en la discrepancia y en el acuerdo. Por convicción estratégica, la confianza política y personal es de fundamental importancia. De nada valen papeles firmados ni palabras cuando los hechos muestren otra cosa. La empresa de construir una fuerza motriz tan vasta hace que el asunto de la pureza en los procedimientos y la lealtad en las alianzas adquiera valor estratégico decisivo.

El pasado reciente y una razonable previsión de futuro indican que tanto el imperialismo como la oligarquía no han vacilado ni vacilarán en recurrir a la violencia (militar) cuando sientan amenazados sus intereses ante el avance de las mayorías populares. Por lo tanto, lo que pone un revolucionario en su organización y en sus alianzas es la vida. La suya, la de sus seres queridos, la de sus aliados. Y cuando la que se pone en eso es la vida, la confianza es base de todo. El revolucionario puede equivocarse y pagar altos precios por sus errores. La historia -los pueblos- comprende y perdona esos errores cuando han sido cometidos en aras de la lucha. Muchos errores de lucha y por la lucha han enaltecido la confianza popular en sus fuerzas sociales y políticas.

Para las fuerzas de izquierda, el objetivo central, hoy, en México, es el cambio de la correlación de fuerzas entre la oligarquía y el pueblo. Esa correlación no se cambia centrando la lucha en la institucionalidad. Se cambia en la medida que se desarrolle un tejido social que presione a lo institucional y que actúe con independencia; que desarrolle embriones de poder popular.

Creemos que esto está en la base de quienes, dentro del PRD, impulsan la creación de una Frente Amplio. Y que otras fuerzas, como el Frente Sindical Mexicano y las que reúne la Promotora contra el Neoliberalismo, apuntan en la misma dirección. A su vez, la otra campaña, la del EZLN, intentará organizar y movilizar de manera pacífica a los sin partido en torno a un programa anticapitalista y antioligárquico para la liberación nacional. Sería deseable que más allá de las diferencias todos apuntaran sus fuerzas contra el enemigo principal. El eje de la acumulación está en el enfrentamiento al enemigo principal. En momentos de tensión como el actual, esa lucha obliga a las fórmulas conciliatorias a participar o resignar posiciones. Pero no hay que errarle en la caracterización de quién es el enemigo principal: el imperialismo y, en el plano interno, el sector financiero y sus aliados.

 
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