Usted está aquí: lunes 15 de agosto de 2005 Opinión Zapatismo: poder local, biodiversidad, y agroecología

Víctor M. Toledo/ I

Zapatismo: poder local, biodiversidad, y agroecología

En una entrega anterior (La Jornada, 18/7/05), llamé la atención acerca de las experiencias indígenas de México y del mundo inmersas en la ruta de la sustentabilidad, y señalé brevemente su enorme importancia para el futuro del zapatismo que, de acuerdo con la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, busca unir "...nuestras luchas que ahorita están solas, apartadas unas de otras". También señale las ventajas de los proyectos comunitarios sustentables y agroecológicos como formas exitosas de resistencia frente al neoliberalismo. En el presente artículo ofrezco con más detalle, evidencias, argumentos y tesis que delinean una oferta complementaria a la seguida por el movimiento zapatista.

Biodiversidad y autogestión: la alianza con la naturaleza. El primer hecho que destaca en la realidad del zapatismo es el de su ubicación en un contexto pleno de riquezas naturales. En Chiapas la evolución dejó alta concentración de "capital natural": agua abundantísima, complejidad geológica y de relieve, variedad de paisajes y de vegetaciones y, como corolario, inigualable riqueza biológica (flora y fauna). Los pueblos originarios, presentes desde hace unos 3 mil 500 años, aprendieron a conocer y a utilizar con fineza asombrosa esos recursos, además de venerarlos como entes sagrados.

Si todo proyecto de sustentabilidad comunitaria debe basarse en el uso respetuoso de sus recursos locales, en el caso de las comunidades de Chiapas esta premisa se torna crucial. En términos prácticos significa caminar por la ruta de la autogestión y el poder local llevando como aliada (material y espiritual) a la naturaleza.

En términos productivos y de supervivencia, la premisa anterior se traduce en una re-creación (no un retorno) de lo que los estudios han revelado como una estrategia mesoamericana de antiguo cuño: el máximo aprovechamiento de la biodiversidad. Cuando se levanta el inventario del uso indígena de una sola hectárea de selva en La Lacandona, se descubre que 60 por ciento de las 100 especies identificadas de árboles tienen alguna utilidad. Lo mismo sucede con la enorme variedad de especies de plantas que acompañan a la milpa o a los cafetales. Solo en los Altos, los estudios reportan mil 650 especies de plantas medicinales que los pueblos tzetzal y tzotzil utilizan para atender 150 tipos diferentes de enfermedades.

La producción social del territorio. La autogestión comunitaria es imposible sin un aprovechamiento adecuado y duradero de los recursos locales, y sin la producción social del territorio, el cual se fabrica o produce no sólo mediante su delimitación y su posesión legal, también es necesario conocer con detalle sus particularidades y contenidos. Lo anterior se logra mediante el uso de tecnología (imágenes de satélite, fotografías aéreas, geoposicionadores, computadoras) que permite generar una cartografía detallada de sus componentes: topografía, suelos, recursos hidráulicos, climas, vegetaciones y biodiversidad.

En la última década ha habido avances notables en la aplicación de esta tecnología a las luchas y resistencias de las comunidades indígenas de Africa, Asia y América. Los llamados "sistemas de información geográfica" participativos ofrecen información detallada no sólo sobre los limites de los territorios, sus propietarios y recursos, sino que combinan esta información con los conocimientos locales (sobre especies, suelos, relieve, hidrología, vegetación y procesos diversos). De esta combinación de saberes surgen mapas que son instrumentos valiosísimos en la planeación y el ordenamiento ecológicos, es decir, en la "fabricación de los territorios". Ello permite generar acciones consensuadas democráticamente que inducen un uso adecuado y equitativo de los recursos. Ello es ejemplo de la apropiación social de una tecnología de punta que se pone al servicio de los intereses de las comunidades. En México, buena parte de los proyectos de sustentabilidad comunitaria cuentan con este tipo de apoyo técnico para la creación o producción de sus territorios.

La sustentabilidad como poder social: familias, comunidades y regiones. Concebida como control social, como empoderamiento civil, la sustentabilidad como principio rector toma cuerpo en tres escalas de lo rural: la familiar, la comunitaria y la regional o municipal. En cada caso se buscan las condiciones que permitan la autosuficiencia alimentaria, energética, hidráulica, de salud, de vivienda, de educación y de tecnología; asunto que supone no el aislamiento o la autarquía, sino la selección o el filtrado de las ofertas venidas del exterior (gubernamentales, de empresas, internacionales, de fundaciones). Ello requiere, por supuesto, de la organización de las comunidades, mediante mecanismos que garanticen la democracia de base y la toma de decisiones mediante consenso y equidad, y la claridad de objetivos y medios para alcanzarlos.

Los modelos agroecológicos. El primer hecho a distinguir en la dimensión productiva es que hoy el neoliberalismo ofrece una modalidad de modernización que supone la disolución de la estrategia mesoamericana, históricamente construida, del máximo aprovechamiento posible de la biodiversidad por familias, comunidades y pueblos. En efecto, la oferta agroindustrial supone el rompimiento de la alianza entre naturaleza y comunidades indígenas mediante la inducción de sistemas productivos especializados, dependientes y de mediana y gran escala, tales como monocultivos agrícolas, ganaderos (pastos) o forestales (plantaciones) dirigidos a generar únicamente productos para los mercados, mediante insumos (agroquímicos, semillas, biotecnologías, máquinas) obtenidos del exterior. Ello induce el forzamiento y la destrucción de la naturaleza y de la cultura, al considerar las modalidades indígenas de apropiación basadas en la memoria colectiva como formas "atrasadas", "improductivas" e "ineficientes".

Tras casi tres décadas de investigación, la agroecología y la etnoecología han realizado una demoledora crítica a las tesis de la modernización agroindustrial, y se han dedicado a diseñar modelos de manejo de la naturaleza inspirados en dos fuentes: la teoría ecológica y las experiencias de las culturas indígenas de innumerables regiones del mundo.

En México, los avances logrados por numerosos grupos de investigadores no sólo han colocado al país en la vanguardia de la innovación agroecológica, también han servido como fuente de apoyo técnico a las innumerables experiencias de comunidades y cooperativas indígenas que han abrazado el camino de la sustentabilidad.

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