Usted está aquí: lunes 15 de agosto de 2005 Deportes De la brujería en el sorteo antes de la corrida

Ritos del mito

De la brujería en el sorteo antes de la corrida

LUMBRERA CHICO

Aunque se desarrolla horas antes que la ceremonia en que se viste de luces el matador, el del sorteo de los toros o novillos que van a ser lidiados por la tarde -en estos tiempos lo mejor, para no equivocarnos, es decirles bovinos, rumiantes, cornúpetas, cuadrúpedos o sencillamente bichos o peludos, pero de ningún modo "tíos" o "pavos" porque esos dos términos, más bien, son sinónimos de macho adulto en estado esplendoroso-, es el segundo ritual de los domingos que renueva el mito de la fiesta brava (y no olvidemos que, según los clásicos, no puede existir un mito sin un rito que lo celebre).

Si para enfundarse en el terno de seda (en la actualidad licra) con bordados de oro y plata, el matador necesita la colaboración indispensable de su mozo de estoques, en el sorteo estará por completo en manos de su representante legal o apoderado, es decir, el consejero que le consigue los contratos, los dineros, las ganaderías buenas y también el maestro que lo entrena y en la plaza le da indicaciones desde el callejón.

Pero en el submundo de los toros donde tantas cosas dependen de la suerte, la magia, la brujería y la superstición, el sorteo del ganado es una responsabilidad que determinará, tal vez, la vida o la muerte del artista que va a enfrentarlos. Por eso el apoderado, que generalmente no es tampoco un egresado de la universidad sino del mismo ámbito de miseria, ignorancia y fanatismo religioso que su pupilo, invoca a todos los santos, ángeles, arcángeles y demás divinidades celestiales para que conjuren los hechizos nefastos de los adoradores de Belcebú y le concedan la gracia de escoger el papelito garabateado con los números de los ejemplares que, si algún Dios, no sólo no le pegarán una cornada al matador sino que le embestirán con bravura y alegría y se dejarán cortar las orejas.

En presencia del juez de la plaza, del empresario y del ganadero, los apoderados de los matadores observan a los peludos en las corraletas y negocian para definir los lotes, reuniendo al bicho más pesado con el más chico, al más descarado de pitones con el más cómodo, etcétera, y una vez definidos los duetos escriben los números de cada uno de los dos rumiantes en un papelito, que luego doblan y comprimen y arrojan al interior de un sombrero. Cuando los tres papelitos están en el fondo del sombrero, los tres apoderados empiezan a santiguarse no una sino 70 veces, y entornan los ojos al cielo y rezan plegarias, y cruzan los dedos en posición de changuitos, y sudan tinta, y meten la mano en el sombrero y extraen, con la boca reseca, el fausto o infausto papel. Acto seguido, los cornúpetas son encerrados en los cajones de donde no saldrán para ver la luz sino cuando les llegue la hora de dar la batalla, pero en cuanto los cerrojos los aseguran en las tinieblas, toda la gente se va a lo suyo, unos a comer, otros a beber, otros a vestirse y esperar el inicio de la corrida, pero el apoderado va al encuentro del matador para darle la buena o la mala noticia.

 
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