La Jornada Semanal,   domingo 14 de agosto  de 2005        núm. 545
 
Karl Kraus, el gran satírico
Paola Sorge

Ha sido recientemente publicada en Alemania una nueva biografía sobre Karl Kraus, 
el extraordinario autor de la tragedia en cinco actos Los últimos días de la humanidad. 
Karl Kraus.  La biografía, de Friedrich Rothe, publicada por la Editorial Piper, 
ofrece un retrato cabal del gran escritor satírico vienés, de sus relaciones
con los escritores y artistas de su tiempo, sus amores poco afortunados, 
la influencia de Brecht y su compromiso contra el nazismo.

Cuando la noche del 29 de mayo de 1905 se estrenó en el Trianon Theater de Viena La caja de Pandora de Frank Wedekind, obra juzgada altamente inmoral por las autoridades de Berlín, que habían prohibido su representación y publicación, Karl Kraus vivió uno de los pocos momentos felices de su atormentada vida de outsider.

Él mismo había organizado el espectáculo, que pretendía ser una protesta en contra de la censura del Estado, pero también una ayuda concreta para el creador de la inmortal Lulú, entonces más conocido como el autor de piezas para cabaret que como dramaturgo. Para esta puesta en escena privada, Kraus había conseguido el espacio, la escenografía, el vestuario, las pelucas y el maquillaje para los actores. Envió las invitaciones convocando a la élite de la sociedad vienesa y debutó como director de teatro.

Aquella noche dio una conmovedora plática de introducción a la obra y después se divirtió protagonizando el papel de Cungu Poti, el príncipe negro de Uahubee. La noche fue un triunfo y representa una de las pocas, difíciles victorias obtenidas por el creador de la revista La Antorcha en su tenaz y solitaria lucha en contra de las instituciones, la hipocresía, la corrupción y la doble moral de su tiempo; en contra de la guerra, la estupidez, la invasión, la publicidad y, al final, en contra de Hitler.

No en balde esta nueva biografía de Friedrich Rothe, sin respetar ningún orden cronológico, comienza con el silencio aturdidor de Kraus ante el nazismo; un silencio escandaloso para sus fieles, que no podían entender que "la locura no puede ser objeto de la sátira". En 1934 Elías Canetti, uno de los seguidores más fervientes del escritor vienés, tocó a la puerta de su habitación en la Lothringertrasse e hizo pedazos el número 890 de La Antorcha, en la que Kraus justificaba su silencio, arrojándola a sus pies.

Canetti no sabía que el gran autor satírico había escrito en sólo cuatro meses La tercera noche de Valpurga, el más oportuno, formidable y documentado acto de acusación nunca antes escrito en contra del nazismo y también en contra de quienes habían sostenido ignorar los horrores del régimen. De hecho, en esta apocalíptica y profética visión de la Alemania nazi, Kraus incursiona en un infierno ya existente en esos momentos –1933– de lager, cámaras de tortura, crueldades y refinadas sevicias, basándose simplemente en los artículos de periódico que describían con detalle las atrocidades y que estaban bajo la mirada de todos.

Karl Kraus, un hombre tan inflexible que provocaba temor, tan lúcido y dedicado a su trabajo, imprevisible y en ocasiones incomprensible, especialmente en sus "virajes" que alternaban entre la izquierda y la derecha, ha sido con frecuencia considerado un ser humano excepcional, dotado de misteriosas capacidades sobrehumanas, extravagante y, sobre todo, enigmático, no obstante los numerosos estudios publicados sobre él, incluyendo los psicoanalíticos.

En esta nueva biografía, el gran autor satírico aparece finalmente tal como era en realidad: más "normal", más humano, influenciable y vulnerable; con sus muchas derrotas, sus amores a menudo tristes, entre ellos su gran pasión por la aristócrata y evasiva Sidonie Nadherny, sus frecuentes momentos de desaliento con respecto a su criatura La Antorcha, pensando incluso en dejar de publicarla o en transferirla a Berlín porque en realidad la revista, creada en 1899, no lograba mantener el éxito inicial.

Todo esto queda aclarado en este documentado y exhaustivo trabajo de Friedrich Rothe que vierte luz sobre el autor vienés pero también sobre sus amigos y enemigos. Revela la historia de la relación de Kraus con los grandes artistas de su época, de Wedekin a Adolf Loos, Oskar Kokoschka y Bertolt Brecht y la influencia que éstos ejercieron sobre él.

Resulta sorprendente, por ejemplo, lo refrescante de la amistad de Brecht en la vida de Kraus. El joven dramaturgo y su círculo berlinés lo motivaron para sus experimentos teatrales, entre ellos su "drama de la postguerra" Los imbatibles.

Fascinado por la sugerente mezcla entre diálogos y canciones de La ópera de los tres centavos de Kurt Weill, cuyos ensayos había frecuentado en Berlín, Kraus introdujo el acompañamiento musical en sus muy aplaudidas lecturas públicas, recitó fragmentos de Mahagonny invitando a participar a Kurt Weill, se animó a trabajar en la radio y se acercó a los comunistas, sobre todo a los que atacaban a los socialdemócratas llamándolos "socialfascistas".

El 15 de enero de 1930, después de rechazar las propuestas de Max Reinhardt y de Erwin Piscator, decidió poner en escena el epílogo de Los últimos días de la humanidad con música de Eisler. El compromiso revolucionario de Brecht lo había contagiado: según él mismo declaró, su decisión se debió a la "voluntad de continuar con la guerra a la guerra y a las potencias que la hacen posible". En 1932, venciendo su aversión por los intelectuales que hacían política, participó en el Congreso Internacional en Contra de la Guerra que tuvo lugar en Amsterdam, al lado de Romain Rolland, Bertrand Russell, Albert Einstein y Heinrich Mann.

El último capítulo de la biografía de Rothe evoca como herederos morales y continuadores de Kraus no sólo a Loos, Schönberg –que quiso musicalizar un monólogo del escritor–, Alban Berg, un apasionado habitué de sus lecturas públicas, sino también a Ludwig Wittgenstein, lector asiduo de La Antorcha y a la Escuela de Frankfurt, según la cual, Kraus era uno de los grandes, al lado de Kant, Hegel y Marx.

Hemos dicho que fueron pocas las victorias alcanzadas por este juez inexorable de su tiempo, especialmente si se considera la intensidad y duración de su compromiso político y social. Memorable fue su protesta contra la masacre perpetrada por la policía en Viena en 1927: Kraus tapizó durante tres días los muros de la ciudad con manifiestos que decían: "Al jefe de la policía de Viena Johann Schober: lo invito a presentar su dimisión. Firmado: Karl Kraus, director de La Antorcha."

Entre las tantas batallas perdidas en contra de la corrupción generalizada, una de ellas fue victoriosa: aquella emprendida en contra del rey de la prensa, Imre Bekessy, quien llegó de Budapest a Viena a fines de la primera guerra mundial. Un hombre carente de escrúpulos, ávido de poder y dinero, que llenaba su periódico de chismes y escándalos, chantajeando a las personalidades vienesas bajo la amenaza de revelar sus secretos, ganando así más dinero con el silencio que con la pluma.

Kraus hizo todo lo posible por desenmascarar al poderoso de los medios, protegido de Schober, jefe de la policía. La lucha sin cuartel comenzó en 1923 y terminó en 1926 con la detención de tres colaboradores de Bekessy, quien tuvo que huir del país. Lo mejor del asunto es que Kraus, no contento con la victoria obtenida, escribió una obra de teatro a partir del episodio de corrupción –tan parecido a los actuales–: Los imbatibles, entre finales de 1927 y febrero de 1928, donde Bekessy aparece bajo el nombre de Barkassy y el jefe de policía como Wacker. El más simpático de los dos resulta ser el primero, con su lenguaje descarado, su hedonismo y sus maneras acomodaticias. En el último acto, "Stille nacht", Barkassy, al regresar a París, se presenta imperturbable en el salón de fiestas de la oficina de la policía –a pesar de ser perseguido–, irradiando buen humor: ¿Vivir y dejar vivir, no es ésta la weltanschaunung que une a las altas autoridades del Estado?", se pregunta.

Imre Bekessy, el personaje real, permanece en el exilio pero nunca olvida a Kraus; más bien disfruta haberle causado tanta aversión. "Mi felicidad de vivir le procuró más tormentos que la irrelevancia de sus seguidores póstumos": con estas palabras comentó la muerte de Karl Kraus, acaecida en Viena en 12 de junio de 1936.
 


Traducción de Annunziata Rossi