Usted está aquí: domingo 14 de agosto de 2005 Opinión Hotel Rwanda, la matanza

Carlos Bonfil

Hotel Rwanda, la matanza

Ampliar la imagen Aunque la pel�la narra una historia de violencia extrema, jam�cede a las im�nes sensacionalistas

Ruanda, 1994. Un año después del tratado de paz firmado por el presidente Habyarimana, del grupo étnico hutu, y por la dirigencia rebelde de los tutsi (Frente Patriótico Ruandés), alejada del poder desde la independencia con Bélgica, el presidente es víctima de un atentado, lo que desata una ola sangrienta de represalias contra la minoría tutsi y un saldo, en pocos meses, de casi un millón de víctimas. Hotel Rwanda, la matanza, del irlandés Terry George, es el recuento de estos hechos, no como visión global del conflicto, sino concentrándose en un episodio sobresaliente registrado en un hotel de lujo, el Hotel des Mille Collines, en la capital Kigali.

Ante la inminencia de una guerra tribal, los extranjeros son desalojados del país, y dicho hotel se transforma en improvisado campo de refugiados tutsi y de hutus moderados. Entre estos últimos figura Paul Rusesabagina (un formidable Don Cheadle), promovido de gerente a responsable único de la seguridad del hotel, propiedad belga. En poco tiempo los refugiados saturan cuartos, salones y pasillos, transformando el lugar en una fortaleza asediada, apenas protegida por equilibrios diplomáticos muy frágiles, continuamente amenazada por rebeldes hutu para quienes sus adversarios son simplemente "cucarachas" exterminables.

El odio étnico alcanza tales proporciones que los primeros objetivos del exterminio planificado son los niños tutsi, "para borrar de antemano la generación siguiente". Una limpieza étnica, como en Sarajevo, pero lejos esta vez del escrutinio público internacional, o del compromiso solidario de las naciones poderosas, Francia, Bélgica, Estados Unidos, las cuales toleran la estrategia de aniquilación, ya sea por cálculo político, o simplemente por un viejo reflejo colonial. El coronel Oliver (Nick Nolte), a cargo de las fuerzas de seguridad de la ONU, explica a Paul Rusesabagina esta indiferencia occidental: "Para ellos usted es sólo un negro (black), ni siquiera un negro americano (nigger), usted es un africano".

El eficiente y acomedido Paul es sobre todo un ciudadano modelo, amigo de los extranjeros, suerte de Tío Tom conciliador y moderado. Hotel Rwanda muestra su mejor acierto en el diseño de este personaje enigmático. De este hombre, de apariencia inofensiva, depende la suerte de mil 200 refugiados. El es el negociador indispensable, el protector providencial, el que mejor sabe cruzar las líneas enemigas y recurrir a tretas, sobornos y corrupciones de todo tipo para proteger y alimentar a los suyos, sin perder jamás la compostura ni la reputación de hombre honesto. De una escena a otra, sorprende su habilidad para sobrevivir, la inventiva de sus recursos. Aunque la cinta narra una historia de violencia extrema, jamás cede a la tentación de imágenes sensacionalistas; su interés está en otra parte, en la desolación moral que invade al protagonista al sentirse abandonado por sus antiguos "aliados" europeos, en quienes había depositado su confianza y que ahora parecen sólo utilizarlo.

Entre otras tentaciones, Terry George y su coguionista Keir Pearson evitan el panfleto de denuncia y los personajes demasiado esquemáticos. Ciertamente hay villanos como el joven Gregoire, de mezquindad moral inabarcable, pero su dimensión es sólo la de un pobre diablo rebasado por las circunstancias. Más interesante resulta el jefe de la policía, súbitamente aterrado por la idea de algún día ser enjuiciado por crímenes de guerra. O la propia Tatiana (Sophie Okonedo), esposa de Paul, cuya interpretación mesurada, combinación de dramatismo y buen humor, impide la caída abierta en el melodrama familiarista.

La factura del filme es modesta, sin mayores alardes en el terreno de la acción y el suspenso -acaso sólo un frustrado intento de huida al aeropuerto en camionetas rodeadas por rebeldes enardecidos, o el espectáculo de un inmenso reguero de cadáveres en la penumbra. Lo que Terry George consigue plasmar con buen tino es el drama de la guerra tribal en el microcosmos que da título a la cinta, y recrear ahí una atmósfera de encierro y una espera angustiante. Una población aterrorizada sin medios de comunicación y sin gobierno, apenas informada por la radio rebelde que amenaza e intimida, y reduce al enemigo escucha a la calidad de insecto exterminable. Una situación de terror cotidiano, donde el escándalo máximo siempre fue la indiferencia de Occidente: "Leyendo las noticias, ellos dirán ¡qué horror!, y seguirán desayunando tranquilamente".

[email protected]

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.