La Jornada Semanal,   domingo 7 de agosto  de 2005        núm. 544
 Premios en clasificados

Juan Pablo Vasconcelos


 


No quiero imaginar la reacción del Dr. Callejas cuando se entere que Patricia, su primogénita y única heredera, ha ofrecido al mejor postor (en una conocida página de internet) un par de reconocimientos en traumatología a los que el galeno se hizo acreedor cuando apenas terminaba sus prácticas profesionales en la serranía poblana. Lo preocupante no es que Patricita logre su propósito, sino que miles de herederos comiencen a descolgar de los despachos de sus antecesores: diplomas, reconocimientos, medallas al mérito. Futbolistas, abogados, policías y hasta bomberos tendrán que resguardar con doble llave sus condecoraciones si no quieren ver que sus vástagos las transformen en objetos de comercio. La consecuencia natural, a corto plazo, es que las subastas de premios se propaguen a los garages o a las casetas de autopista. 

Sin embargo, la decisión de la mujer no es del todo atropellada. La economía familiar en el mundo daría un vuelco hacia la abundancia si esta industria hubiera sido descubierta desde hace décadas. El asunto ahora es abrir mercados y construir una imagen que sustente la oferta y la demanda. 

El caso emblemático es el de Beatrice Welles, hija de Orson, quien ha logrado que un juez le otorgue el derecho a vender la estatuilla del Oscar que su padre ganó a principios de los cuarenta por el guión de Ciudadano Kane, largometraje que revolucionó la cinematografía. Ignoro si un suceso similar haya ocurrido antes, pero Beatrice está en todo su derecho. Es la heredera. Al final, la dorada escultura se replica innumerablemente cada año. 

Lo que está en el centro de la discusión es el significado del objeto. Habremos de investigar el valor que Orson Welles le atribuyó a la pieza, y si él consideró, como muchos de sus seguidores, que la estatuilla justificó la cumbre de su genio, estamos frente a un caso de franco parricidio. Ningún hijo sensato se atrevería a vender los jazmines marchitos que se apretaban en el diario de su madre porque simbolizaron para ella el amor, la gloria o la desgracia. Pero nadie mejor que Beatrice para valorar este asunto. En lo que no tenemos duda es en que Orson Welles y sus seguidores lo que de verdad justiprecian son las 156 páginas que conforman el guión de Ciudadano Kane. Si Beatrice no lo ha pensado, la idea se la comparto: si quiere hacer negocio, que subaste los borradores originales de la obra.

Fellini y Melville han reconocido una "duradera deuda" con Ciudadano Kane. Los tres borradores del guión se constituyen como esbozos biográficos de un numeroso grupo de cineastas y carretes. Lo que es más: la idea original del largometraje no fue de Orson Welles sino de Herman J. Mankiewicz quien tituló su guión América. Luego de cambiarle el nombre y participar en su desarrollo, Welles, en coautoría con Mankiewicz, firmó el texto definitivo de Ciudadano Kane el 16 de julio de 1940. Por lo anterior, Beatrice debe intensificar la búsqueda de los originales y no permitir que la familia de Mankiewicz se le adelante. 

En subasta, Beatrice espera recibir al menos un millón de dólares por la estatuilla. No parece un gran negocio. Así lo demuestra la última transacción de la Walt Disney Co., quien ha pagado esa misma cantidad a Clive Woodall por los derechos cinematográficos de un cuento infantil. El inglés, gerente de un supermercado de la cadena Sainsbury, escribió su historia sobre la lucha de un conejo para salvar al mundo de las urracas pensando en relatarla a sus hijos, Dave y Chris, con el objetivo prístino de que sus chicos conciliaran el sueño. ¿Quién le garantiza a Clive Woodall que sus hijos no serán la Patricia y la Beatrice del novedoso mercado de galardones?