La Jornada Semanal,   domingo 7 de agosto  de 2005        núm. 544
 Gabriel Rodríguez Álvarez

Regreso a Zavattini

Cesare Zavattini, emiliano de nacimiento y de nacionalidad italiana, regresó a México hace cincuenta años precisamente, contratado por el flamante productor cinematográfico Manuel Barbachano Ponce, a través de Fernando Gamboa, a quien conoció en la Bienal de Venecia en 1950, el mismo año en que se reveló allí la pintura moderna mexicana. Volvía, porque en 1953 estuvo aquí, presentando en el cine Chapultepec la primera Semana de Cine Italiano. En el ocaso del neorrealismo sus estrellas brillaron como nunca, y en los albores de los cincuenta, algunos embajadores que representaban a esas películas se presentaron en persona para regocijo del público español, cubano y mexicano.

La muestra, que primero se presentó en Madrid y después en La Habana, culminó su recorrido en la Ciudad de México. Esas semanas de diciembre le sirvieron al escritor originario de Luzzara para comprobar que valía la pena cruzar el océano y ver el Zócalo. Su mirada penetró en el alma nacional con la curiosidad de un joven que había cumplido medio siglo de vida, insaciable, concentrado en plasmar en algo más perdurable que su recuerdo, las imágenes que primero conoció a través de la pintura, el grabado, la literatura, la fotografía y el cine. A su vez, entre las medallas de la cinematografía italiana de la postguerra, las que ganó el guionista Zavattini (dirigidas por Vittorio De Sica) representaban a la alta escuela neorrealista (Ladrón de bicicletas, 1947; Mlagro en Milán, 1951; Umberto D, 1952) que después de consagrarse en Italia, inspiraron a cineastas de otras nacionalidades.

EN EL TRIÁNGULO IBEROAMERICANO

Además de la legión que consagró al neorrealismo italiano, artistas y jóvenes creadores en varios países compartieron las enseñanzas de Zavattini, que tuvo algunos países hispanoparlantes en su agenda de compromisos laborales. Con la estricta vigilancia de la dictadura franquista, la reestructuración de la industria cinematográfica mexicana y el ascenso de la Revolución cubana como telones de fondo, entre 1951 y 1961 el discreto hombre con la boina vasca se hizo escuchar con mucha atención, alimentándose con culturas nacionales complementarias entre sí.

Como se sabe, en España trabajó con Luis G. Berlanga y Ricardo Muñoz Suay en dos proyectos que los hicieron viajar por toda la península y culminaron con una estancia de los españoles en Roma para realizar los guiones Cinco historias de España y Festival de cine que no se filmaron, pero se publicaron poco después en forma de libros. Para México elaboró tres argumentos titulados El petróleo, El anillo mágico y México mío y colaboró con Benito Alazraki, Jomí García Ascot y Carlos Velo respectivamente, basados en la ambiciosa encuesta que recopiló en nuestro país. En Cuba, con los estudiantes del recién nacido icaic desarrolló el argumento que dirigió Julio García Espinosa con el título de El joven rebelde, 1961.

MÉXICO SUYO

Con el fin de escribir sus historias, Zavattini realizó viajes por el interior de la república acompañado por Fernando Gamboa, quien lo llevó a conocer prácticamente todas las regiones mexicanas. Luego del reencuentro con la capital y sus alrededores, salieron hacia el Valle del Mezquital, cruzando el Bajío y regresando por los paisajes michoacanos. Tras una pausa metropolitana, se lanzaron a Puebla y Tlaxcala para llegar a Oaxaca, y se detuvieron en santuarios, iglesias y mercados, recorrieron callejuelas y admiraron museos, plazas, plantíos y ruinas. En la costa oeste y la frontera norte conoció el vigor del campo, el asentamiento de las primeras maquiladoras y la organización de los trabajadores migrantes. En el Istmo de Tehuantepec y en la península de Yucatán, confirmó que la religión católica estaba fundida con el culto ancestral de los pueblos locales.

Zavattini anotó incansablemente lo visto pero sus aventuras en México no culminaron como se esperaba y, lamentablemente, los guiones se quedaron en el cajón de los mejores proyectos inconclusos. Sin embargo, en la estela produjo que se movieran los resortes del espectáculo cinematográfico en varias direcciones, como pasó en la conferencia en la sala Manuel M. Ponce, que al final devino en una entrevista en la que los asistentes contestaron a las preguntas que formuló el argumentista para conocer el gusto y apetito de los mexicanos por ver en la pantalla una imagen más sincera de sí mismos. Días después, su encuentro con el Cineclub Progreso concluyó sus entrevistas con el público especializado y lo que finalmente se consagró como otro capítulo de los abortos del cine nacional, dejó por escrito los borradores de un gigantesco proyecto que abarcaba regiones geográficas, estratos sociales, procesos políticos y sociales en el estilo neorrealista.

Dos años después volvió para reunirse con el equipo de Teleproducciones s.a. y ver los avances realizados en los tratamientos de los guiones. Su última contratación como guionista con temas mexicanos culminó cuando realizó para Hall Bartlett la adaptación de Los hijos de Sánchez, que tuvo una desafortunada versión para la pantalla grande. Originalmente Vittorio De Sica estaba interesado en ella y para trabajar con Bartlett, Zavattini se desplazó a una estancia en Los Ángeles, California.

AUTORRETRATO DE UN PAESE

Como artista plástico, Cesare mantuvo sus pinceles a la mano para refugiarse y divertirse con autorretratos de su provincia y de sí mismo, cargados permanentemente de ironía. En cientos de telas, alternó escenas de procesiones religiosas, curas y sandías, bicicletas, ciclistas, paisajes del río Po, encuadres de la metrópoli, además del característico óvalo con el que se representaba en el espejo del lienzo. Su oficio era el cine pero la pasión del poeta lo llevó al caballete desde joven, y hasta sus últimos días tuvo cerca su libreta de notas y sus lienzos para pintar lo que de otro modo escribió en dialecto.

Amó a su tierra con ternura y una energía creativa que se manifestó, además de las innumerables escenas que la tomaron como escenario, en la invitación a otros artistas para acercarse a esa fuente de inspiración y en la intensa vida pública que sostuvo fundando, encabezando y legando instituciones como las sociedades de autores, los cineclubes y el Museo Nazionale di Arti Näives en Luzzara. Animador de publicaciones, cinegiornali, colaborador infatigable y promotor incansable de artistas fuera del mainstream cultural, también profetizó sobre el uso constructivo de la televisión para abrir válvulas de escape a la tragicomedia de su tiempo.

Del escritor Zavattini, es prácticamente desierto el paisaje de traducciones al español con respecto al cúmulo de historietas, artículos, reseñas, entrevistas, guiones, diario, prólogos, cartas y películas en las que el dinamo sintetizó el renacimiento italiano del novecento. A través de las casas Rizzoli, Mondadori y Bompiani, es posible seguir su rastro testificando mordazmente el auge y desplome del fascismo, firmando primero con seudónimos sus críticas literarias y su columna apócrifa de noticias desde Hollywood. Cuando ganó un premio literario en 1931 y publicó su primer libro (Parliamo tanto di me) se convenció de la profesión que lo sacó de las aulas de Parma y lo llevó a la prensa milanesa, donde se consagraría como editor. Al cine llegó en 1934 y pasó de guionista a teórico, no con un libro canónico sino con la colaboración en decenas de películas con ideas y desarrollos suyos, firmando en la cinta lo que en las cartas iba con tinta fuente y para sus amigos se abreviaba en el rotundo Za. Sus epistolarios suman centenas de cuartillas y en ellas aparecen como interlocutores cineastas, pintores, poetas, escritores, actrices, editores, con quienes sostuvo debates y profundizó en su cruzada humanista, humorística y romántica.

Simultáneamente, en varios países se redescubre hoy en día el manantial que significa su obra, sólida y vasta, consecuente con los ideales más altos y la vez más elementales. Cincuenta años son un suspiro en el que el sueño de las sociedades, demasiado fresco, se confunde con el estruendo de la pesadilla de innumerables guerras. Cinco décadas etéreas, cuyas huellas se imprimieron con las cenizas de la destrucción y la grasa de los tiempos modernos.

RÍO ZAVATTINI

Para honrar el recuerdo de sus hijos pródigos, en las ciudades se inscriben los nombres de quienes circularon por las avenidas de la vida, llevando y trayendo piezas del rompecabezas imaginario de las sociedades. Entre los intelectuales italianos más lúcidos del siglo xx, hubo uno que eligió al río más importante de su pueblo como clave para sintetizar en su obra el devenir de la existencia, y si todos los caminos llevan a Roma, es preciso partir de allí en la Via Merici 40, saltar hasta el cauce del río Po que cruza Italia y a través de la región de la Emilia Romagna llegar a Luzzara, cuna de Cesare Zavattini. Cuando la memoria se funde con la arquitectura, los inmortales de la historia dejan su apellido en un letrero en la vía pública, pero en el siglo del cine hubo quienes lo hicieron en decenas de cuadros por segundo. Zavattini nació en 1902 y desde pequeño sintió afición por las artes escénicas. Estudió sin terminar la carrera de Leyes en la Universidad de Parma y devino profesor del Colegio María Luigia. Debutó en La Gazeta di Parma en 1928 y colaboró con Solaria y La Fiera Letteraria como cuentista, comentarista y crítico literario. Hizo su servicio militar como telegrafista en Florencia y de 1930 a 1939 trabajó de planta en las editoriales Rizzoli y Mondadori, sucesivamente. Para esta última dirigió la franquicia con Disney, y antes de la segunda guerra mundial escribió las historietas Saturno contro la Terra, La compagnia dei setti y Zorro della metropoli. Firmando como Jules Parma en el diario milanés Cinema Illustrazione, su columna apócrifa "Crónica de Hollywood" ganó el prestigio de parecer verídica. Su primer libro, titulado Parliamo tanto di me (1931), lo publicó Valentino Bompiani, quien se mantuvo como su editor de cabecera. Siguieron I poveri sono matti (1937) e Io sono il diavolo (1941), reunidos en I tre libri (1942). Después de la Liberación, Zavattini regresó a la historieta con La primula Rossa del Risorgimento y La grande aventura di Marco Za. En los días grises del fascismo, el flamante escritor se colocó fuera de los esquemas más evidentes: ¿humorista o dramático?, ¿realista o fantasioso?, ¿evasivo o comprometido? Todo eso cupo en textos titulados frecuentemente en primera persona, cargados de humor y erotismo que atrajeron la curiosidad de los lectores. Zavattini se casó con Olga Berni y tuvieron tres hijos: Marco, Arturo y Milly, pero en la cultura italiana representa un gurú que se dio a la vida cultural como literato, pintor y autor del cine, para el cual comenzó a trabajar escribiendo Darò un milione, dirigida por Mario Camerini en 1935. Firmó decenas de argumentos y guiones cinematográficos y se hizo legendaria su larga amistad con Vittorio De Sica, quien realizó de la pluma de Zavattini I bambini ci guardano (1943), Sciuscià (1946), Ladrón de bicicletas (1948), Milagro en Milán (1950), Umberto D. (1951), Bocaccio ’70 (1962), Ayer, hoy y mañana (1963) y otras. Trabajó con Luchino Visconti en Bellisima (1951) y con Alberto Lattuada en Il capotto (1952), entre la pléyade de cineastas que dieron vida al neorrealismo italiano. Además de nutrirla, nadie teorizó y habló más que Zavattini sobre esa corriente cinematográfica que se conoció por todo el mundo. Paralelamente, desarrolló su narrativa en Toto il buono (1943) llevada al cine con el título de Milagro en Milán e Ipocrita 1943 (1950). Alonso Ibarrola sostuvo en España el carácter de literato por encima de la generalizada asociación que se tenía de Zavattini con el cine. Za, mejor conocido así por los amigos, también participó activamente en el cineclubismo a través de la Asociación Cultural Cinematográfica Italiana que en 1947 se convirtió en el Circolo Romano dell Cinema y al año siguiente apoyó el nacimiento de la Federación Italiana de Cine Clubes. Entre sus viajes más célebres en la década de los cincuenta, figuran aquél en que trabajó con Luis G. Berlanga y Ricardo Muñoz Suay en España, el periplo por cielo y tierras mexicanas junto a Fernando Gamboa y el curso que brindó a los estudiantes de la naciente escuela de cine en Cuba. En 1955, antes de venir por segunda ocasión a nuestro país, el Consejo Mundial de la Paz le otorgó en Helsinki uno de los cuatro Premios Mundiales Para la Paz. De la Ciudad de México partió con el compromiso de realizar para Teleproducciones S.A. los mencionados guiones El anillo mágico, El petróleo y México mío, cuyas escaletas y avances pasaron por las manos de Carlos Velo, Fernando Gamboa, Jomí García Ascot y el productor Manuel Barbachano Ponce, pero nunca se filmaron. Sin un título en cartelera que respaldara alguna de esas producciones, la aventura quedó en los borradores, las notas de Zavattini y el recuerdo de la generación que lo conoció. Pero además del epistolario que sostuvo con ilustres mexicanos, para entrar al archipiélago de vestigios están las fotos del joven Héctor García, las semblanzas firmadas por los extranjeros Francisco Pina y Raquel Tibol, el ensayo de la entonces jovencita Elena Poniatowska, los telegramas a Siqueiros preso en Lecumberri y la carta póstuma de Pío Caro Baroja. Así como dedicó páginas de su diario a México, Za sostuvo conferencias en Roma, Torino, Génova y Milán, donde habló de las contradicciones y fascinaciones que provocaba el crisol del cual atesoró pequeñas piezas invaluables. Además de los volúmenes fotográficos Un paese (1955) en colaboración con Paul Strand, Fiume Po (1966) y con Gianni Berengo Gardin Un paese vent’ anni dopo (1976), experimentó en forma de teatro (Come nasce un soggetto cinematografico, 1959); páginas de diario (Straparole, 1967); historieta y objetos dadá (Non libro più disco, 1970); poesía en dialecto (Stricarm in d’na parola, 1973) y en su lengua natal (Otto poesie sporche, 1975); asimismo, editó una antología de escritos y artículos (La voglie letterarie, 1975). La televisora rai le dedicó entrevistas que llegaron a la pantalla como capítulos de series documentales con realizadores del cine italiano. En esas secuencias, Za resumió la naturaleza del arte y sentó una crónica de sus días. Profetizando sobre la era del Big Brother, auguró un campo infinito a la relación entre el cine y la televisión, pero siempre sostuvo que la honestidad y la sinceridad eran indispensables para lograr un verdadero retrato de la sociedad y sus individuos. Amable y polémico, escribió Quella notte che lo ho datto un schiaffo a Mussolini (1976) y en 1979 apareció su tríptico Basta coi soggetti, Diario Cinematografico y Neorrealismo ecc. En 1982 filmó La veritàaaa en la cual se ocupó del guión, y por primera vez de la dirección y la actuación. Como pintor, cultivó especialmente el autorretrato pero pintó sandías, curas, crucifijos, bicicletas y escenas del río Po. Entre 1938 y 1988 produjo cerca de dos mil quinientos cuadros, coleccionó una célebre serie de autorretratos ajenos, patrocinó en su pueblo natal una Reseña Nacional del Naïf en 1967 y realizó el volumen Ligabue (1968). Por su peso moral y valía artística, reiteradamente ha recibido homenajes y reconocimientos en Europa y América. Murió el 13 de octubre de 1989 en Roma y sus restos descansan en Luzzara. Así como la mayoría de su obra aguarda la traducción al español, los viajes de Zavattini esperan nuevas interpretaciones de aquella época dorada en la que el capo de los guionistas atravesó las aguas internacionales refrescándolas con el aliento de la creatividad universal.