Gabriel Rodríguez
Álvarez
Regreso a Zavattini
Cesare
Zavattini, emiliano de nacimiento y de nacionalidad italiana, regresó
a México hace cincuenta años precisamente, contratado por
el flamante productor cinematográfico Manuel Barbachano Ponce, a
través de Fernando Gamboa, a quien conoció en la Bienal de
Venecia en 1950, el mismo año en que se reveló allí
la pintura moderna mexicana. Volvía, porque en 1953 estuvo aquí,
presentando en el cine Chapultepec la primera Semana de Cine Italiano.
En el ocaso del neorrealismo sus estrellas brillaron como nunca, y en los
albores de los cincuenta, algunos embajadores que representaban a esas
películas se presentaron en persona para regocijo del público
español, cubano y mexicano.
La muestra, que primero se presentó
en Madrid y después en La Habana, culminó su recorrido en
la Ciudad de México. Esas semanas de diciembre le sirvieron al escritor
originario de Luzzara para comprobar que valía la pena cruzar el
océano y ver el Zócalo. Su mirada penetró en el alma
nacional con la curiosidad de un joven que había cumplido medio
siglo de vida, insaciable, concentrado en plasmar en algo más perdurable
que su recuerdo, las imágenes que primero conoció a través
de la pintura, el grabado, la literatura, la fotografía y el cine.
A su vez, entre las medallas de la cinematografía italiana de la
postguerra, las que ganó el guionista Zavattini (dirigidas por Vittorio
De Sica) representaban a la alta escuela neorrealista (Ladrón
de bicicletas, 1947; Mlagro en Milán, 1951; Umberto
D, 1952) que después de consagrarse en Italia, inspiraron a
cineastas de otras nacionalidades.
EN
EL TRIÁNGULO IBEROAMERICANO
Además
de la legión que consagró al neorrealismo italiano, artistas
y jóvenes creadores en varios países compartieron las enseñanzas
de Zavattini, que tuvo algunos países hispanoparlantes en su agenda
de compromisos laborales. Con la estricta vigilancia de la dictadura franquista,
la reestructuración de la industria cinematográfica mexicana
y el ascenso de la Revolución cubana como telones de fondo, entre
1951 y 1961 el discreto hombre con la boina vasca se hizo escuchar con
mucha atención, alimentándose con culturas nacionales complementarias
entre sí.
Como se sabe, en España trabajó
con Luis G. Berlanga y Ricardo Muñoz Suay en dos proyectos que los
hicieron viajar por toda la península y culminaron con una estancia
de los españoles en Roma para realizar los guiones
Cinco historias
de España y Festival de cine que no se filmaron, pero
se publicaron poco después en forma de libros. Para México
elaboró tres argumentos titulados El petróleo,
El
anillo mágico y México mío y colaboró
con Benito Alazraki, Jomí García Ascot y Carlos Velo respectivamente,
basados en la ambiciosa encuesta que recopiló en nuestro país.
En Cuba, con los estudiantes del recién nacido icaic desarrolló
el argumento que dirigió Julio García Espinosa con el título
de El joven rebelde, 1961.
MÉXICO
SUYO
Con
el fin de escribir sus historias, Zavattini realizó viajes por el
interior de la república acompañado por Fernando Gamboa,
quien lo llevó a conocer prácticamente todas las regiones
mexicanas. Luego del reencuentro con la capital y sus alrededores, salieron
hacia el Valle del Mezquital, cruzando el Bajío y regresando por
los paisajes michoacanos. Tras una pausa metropolitana, se lanzaron a Puebla
y Tlaxcala para llegar a Oaxaca, y se detuvieron en santuarios, iglesias
y mercados, recorrieron callejuelas y admiraron museos, plazas, plantíos
y ruinas. En la costa oeste y la frontera norte conoció el vigor
del campo, el asentamiento de las primeras maquiladoras y la organización
de los trabajadores migrantes. En el Istmo de Tehuantepec y en la península
de Yucatán, confirmó que la religión católica
estaba fundida con el culto ancestral de los pueblos locales.
Zavattini anotó incansablemente
lo visto pero sus aventuras en México no culminaron como se esperaba
y, lamentablemente, los guiones se quedaron en el cajón de los mejores
proyectos inconclusos. Sin embargo, en la estela produjo que se movieran
los resortes del espectáculo cinematográfico en varias direcciones,
como pasó en la conferencia en la sala Manuel M. Ponce, que al final
devino en una entrevista en la que los asistentes contestaron a las preguntas
que formuló el argumentista para conocer el gusto y apetito de los
mexicanos por ver en la pantalla una imagen más sincera de sí
mismos. Días después, su encuentro con el Cineclub Progreso
concluyó sus entrevistas con el público especializado y lo
que finalmente se consagró como otro capítulo de los abortos
del cine nacional, dejó por escrito los borradores de un gigantesco
proyecto que abarcaba regiones geográficas, estratos sociales, procesos
políticos y sociales en el estilo neorrealista.
Dos años después volvió
para reunirse con el equipo de Teleproducciones s.a. y ver los avances
realizados en los tratamientos de los guiones. Su última contratación
como guionista con temas mexicanos culminó cuando realizó
para Hall Bartlett la adaptación de Los hijos de Sánchez,
que tuvo una desafortunada versión para la pantalla grande. Originalmente
Vittorio De Sica estaba interesado en ella y para trabajar con Bartlett,
Zavattini se desplazó a una estancia en Los Ángeles, California.
AUTORRETRATO
DE UN PAESE
Como
artista plástico, Cesare mantuvo sus pinceles a la mano para refugiarse
y divertirse con autorretratos de su provincia y de sí mismo, cargados
permanentemente de ironía. En cientos de telas, alternó escenas
de procesiones religiosas, curas y sandías, bicicletas, ciclistas,
paisajes del río Po, encuadres de la metrópoli, además
del característico óvalo con el que se representaba en el
espejo del lienzo. Su oficio era el cine pero la pasión del poeta
lo llevó al caballete desde joven, y hasta sus últimos días
tuvo cerca su libreta de notas y sus lienzos para pintar lo que de otro
modo escribió en dialecto.
Amó a su tierra con ternura y una
energía creativa que se manifestó, además de las innumerables
escenas que la tomaron como escenario, en la invitación a otros
artistas para acercarse a esa fuente de inspiración y en la intensa
vida pública que sostuvo fundando, encabezando y legando instituciones
como las sociedades de autores, los cineclubes y el Museo Nazionale di
Arti Näives en Luzzara. Animador de publicaciones, cinegiornali,
colaborador infatigable y promotor incansable de artistas fuera del mainstream
cultural, también profetizó sobre el uso constructivo de
la televisión para abrir válvulas de escape a la tragicomedia
de su tiempo.
Del
escritor Zavattini, es prácticamente desierto el paisaje de traducciones
al español con respecto al cúmulo de historietas, artículos,
reseñas, entrevistas, guiones, diario, prólogos, cartas y
películas en las que el dinamo sintetizó el renacimiento
italiano del novecento. A través de las casas Rizzoli, Mondadori
y Bompiani, es posible seguir su rastro testificando mordazmente el auge
y desplome del fascismo, firmando primero con seudónimos sus críticas
literarias y su columna apócrifa de noticias desde Hollywood. Cuando
ganó un premio literario en 1931 y publicó su primer libro
(Parliamo tanto di me) se convenció de la profesión
que lo sacó de las aulas de Parma y lo llevó a la prensa
milanesa, donde se consagraría como editor. Al cine llegó
en 1934 y pasó de guionista a teórico, no con un libro canónico
sino con la colaboración en decenas de películas con ideas
y desarrollos suyos, firmando en la cinta lo que en las cartas iba con
tinta fuente y para sus amigos se abreviaba en el rotundo Za. Sus
epistolarios suman centenas de cuartillas y en ellas aparecen como interlocutores
cineastas, pintores, poetas, escritores, actrices, editores, con quienes
sostuvo debates y profundizó en su cruzada humanista, humorística
y romántica.
Simultáneamente, en varios países
se redescubre hoy en día el manantial que significa su obra, sólida
y vasta, consecuente con los ideales más altos y la vez más
elementales. Cincuenta años son un suspiro en el que el sueño
de las sociedades, demasiado fresco, se confunde con el estruendo de la
pesadilla de innumerables guerras. Cinco décadas etéreas,
cuyas huellas se imprimieron con las cenizas de la destrucción y
la grasa de los tiempos modernos.
RÍO
ZAVATTINI
Para
honrar el recuerdo de sus hijos pródigos, en las ciudades se inscriben
los nombres de quienes circularon por las avenidas de la vida, llevando
y trayendo piezas del rompecabezas imaginario de las sociedades. Entre
los intelectuales italianos más lúcidos del siglo xx, hubo
uno que eligió al río más importante de su pueblo
como clave para sintetizar en su obra el devenir de la existencia, y si
todos los caminos llevan a Roma, es preciso partir de allí en la
Via Merici 40, saltar hasta el cauce del río Po que cruza Italia
y a través de la región de la Emilia Romagna llegar a Luzzara,
cuna de Cesare Zavattini. Cuando la memoria se funde con la arquitectura,
los inmortales de la historia dejan su apellido en un letrero en la vía
pública, pero en el siglo del cine hubo quienes lo hicieron en decenas
de cuadros por segundo. Zavattini nació en 1902 y desde pequeño
sintió afición por las artes escénicas. Estudió
sin terminar la carrera de Leyes en la Universidad de Parma y devino profesor
del Colegio María Luigia. Debutó en La Gazeta di Parma
en 1928 y colaboró con
Solaria y La Fiera Letteraria
como cuentista, comentarista y crítico literario. Hizo su servicio
militar como telegrafista en Florencia y de 1930 a 1939 trabajó
de planta en las editoriales Rizzoli y Mondadori, sucesivamente. Para esta
última dirigió la franquicia con Disney, y antes de la segunda
guerra mundial escribió las historietas
Saturno contro la Terra,
La compagnia dei setti
y Zorro della metropoli. Firmando
como Jules Parma en el diario milanés
Cinema Illustrazione,
su columna apócrifa "Crónica de Hollywood" ganó el
prestigio de parecer verídica. Su primer libro, titulado Parliamo
tanto di me (1931), lo publicó Valentino Bompiani, quien se
mantuvo como su editor de cabecera. Siguieron
I poveri sono matti
(1937) e Io sono il diavolo (1941), reunidos en I tre libri
(1942). Después
de la Liberación, Zavattini regresó a la historieta con La
primula Rossa del Risorgimento y La grande aventura di Marco Za.
En los días grises del fascismo, el flamante escritor se colocó
fuera de los esquemas más evidentes: ¿humorista o dramático?,
¿realista o fantasioso?, ¿evasivo o comprometido? Todo eso
cupo en textos titulados frecuentemente en primera persona, cargados de
humor y erotismo que atrajeron la curiosidad de los lectores. Zavattini
se casó con Olga Berni y tuvieron tres hijos: Marco, Arturo y Milly,
pero en la cultura italiana representa un gurú que se dio a la vida
cultural como literato, pintor y autor del cine, para el cual comenzó
a trabajar escribiendo Darò un milione, dirigida por Mario
Camerini en 1935. Firmó decenas de argumentos y guiones cinematográficos
y se hizo legendaria su larga amistad con Vittorio De Sica, quien realizó
de la pluma de Zavattini I bambini ci guardano (1943), Sciuscià
(1946),
Ladrón de bicicletas (1948), Milagro en Milán
(1950), Umberto D. (1951), Bocaccio ’70 (1962), Ayer,
hoy y mañana (1963) y otras. Trabajó con Luchino Visconti
en Bellisima (1951) y con Alberto Lattuada en Il capotto
(1952), entre la pléyade de cineastas que dieron vida al neorrealismo
italiano. Además de nutrirla, nadie teorizó y habló
más que Zavattini sobre esa corriente cinematográfica que
se conoció por todo el mundo. Paralelamente, desarrolló su
narrativa en Toto il buono (1943) llevada al cine con el título
de Milagro en Milán
e
Ipocrita 1943 (1950). Alonso
Ibarrola sostuvo en España el carácter de literato por encima
de la generalizada asociación que se tenía de Zavattini con
el cine. Za, mejor conocido así por los amigos, también participó
activamente en el cineclubismo a través de la Asociación
Cultural Cinematográfica Italiana que en 1947 se convirtió
en el Circolo Romano dell Cinema y al año siguiente apoyó
el nacimiento de la Federación Italiana de Cine Clubes. Entre sus
viajes más célebres en la década de los cincuenta,
figuran aquél en que trabajó con Luis G. Berlanga y Ricardo
Muñoz Suay en España, el periplo por cielo y tierras mexicanas
junto a Fernando Gamboa y el curso que brindó a los estudiantes
de la naciente escuela de cine en Cuba. En 1955, antes de venir por segunda
ocasión a nuestro país, el Consejo Mundial de la Paz le otorgó
en Helsinki uno de los cuatro Premios Mundiales Para la Paz. De la Ciudad
de México partió con el compromiso de realizar para Teleproducciones
S.A. los mencionados guiones El anillo mágico, El petróleo
y México mío, cuyas escaletas y avances pasaron por
las manos de Carlos Velo, Fernando Gamboa, Jomí García Ascot
y el productor Manuel Barbachano Ponce, pero nunca se filmaron. Sin un
título en cartelera que respaldara alguna de esas producciones,
la aventura quedó en los borradores, las notas de Zavattini y el
recuerdo de la generación que lo conoció. Pero además
del epistolario que sostuvo con ilustres mexicanos, para entrar al archipiélago
de vestigios están las fotos del joven Héctor García,
las semblanzas firmadas por los extranjeros Francisco Pina y Raquel Tibol,
el ensayo de la entonces jovencita Elena Poniatowska, los telegramas a
Siqueiros preso en Lecumberri y la carta póstuma de Pío Caro
Baroja. Así como dedicó páginas de su diario a México,
Za sostuvo conferencias en Roma, Torino, Génova y Milán,
donde habló de las contradicciones y fascinaciones que provocaba
el crisol del cual atesoró pequeñas piezas invaluables. Además
de los volúmenes fotográficos
Un paese (1955) en colaboración
con Paul Strand, Fiume Po (1966) y con Gianni Berengo Gardin Un
paese vent’ anni dopo (1976), experimentó en forma de teatro
(Come nasce un soggetto cinematografico, 1959); páginas de
diario (Straparole, 1967); historieta y objetos dadá (Non
libro più disco, 1970); poesía en dialecto (Stricarm
in d’na parola, 1973) y en su lengua natal (Otto poesie sporche,
1975); asimismo, editó una antología de escritos y artículos
(La voglie letterarie, 1975). La televisora rai le dedicó
entrevistas que llegaron a la pantalla como capítulos de series
documentales con realizadores del cine italiano. En esas secuencias, Za
resumió la naturaleza del arte y sentó una crónica
de sus días. Profetizando sobre la era del Big Brother, auguró
un campo infinito a la relación entre el cine y la televisión,
pero siempre sostuvo que la honestidad y la sinceridad eran indispensables
para lograr un verdadero retrato de la sociedad y sus individuos. Amable
y polémico, escribió
Quella notte che lo ho datto un schiaffo
a Mussolini (1976) y en 1979 apareció su tríptico Basta
coi soggetti, Diario Cinematografico y Neorrealismo ecc.
En 1982 filmó La veritàaaa
en la cual se ocupó
del guión, y por primera vez de la dirección y la actuación.
Como pintor, cultivó especialmente el autorretrato pero pintó
sandías, curas, crucifijos, bicicletas y escenas del río
Po. Entre 1938 y 1988 produjo cerca de dos mil quinientos cuadros, coleccionó
una célebre serie de autorretratos ajenos, patrocinó en su
pueblo natal una Reseña Nacional del Naïf en 1967 y realizó
el volumen Ligabue (1968). Por su peso moral y valía artística,
reiteradamente ha recibido homenajes y reconocimientos en Europa y América.
Murió el 13 de octubre de 1989 en Roma y sus restos descansan en
Luzzara. Así como la mayoría de su obra aguarda la traducción
al español, los viajes de Zavattini esperan nuevas interpretaciones
de aquella época dorada en la que el capo de los guionistas
atravesó las aguas internacionales refrescándolas con el
aliento de la creatividad universal.
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