¿El cine está en retraso respecto a la literatura?
Quisiera que mi declaración no se tomara como el intento de una enseñanza sino como una autocrítica o bien el deseo de poner el punto, con la trepidación que merecen los escuchas autorizados, acerca de la situación propia en un momento cinematográficamente importante como el que estamos viviendo. En mi modesta opinión, hoy continúa entreviéndose la posibilidad de una nueva antropología, como es llamada, a través del cine en lugar de la literatura. Cuando alguien afirma que el cine está retrasado en comparación a la literatura, establece una semejanza entre dos medios que habría que separar. Si el cine, en el plano de una creatividad moral, no tuviera en sí su propia germinación, deberíamos reconocer sin duda que, frente a los infinitos modos y temas que a través de la literatura han podido derramarse a través de los siglos, el cine está por el contrario, en su infancia balbuceante. Pero el cine no se pone, no se debe poner a competir con la literatura, o debe mutar con una experiencia para negarla o desarrollarla: una experiencia de fondo, en la cual quisiera que se dejaran a un lado por un momento los problemas del arte. Y quiero decir entonces una experiencia de vida, una experiencia histórica, no una experiencia de técnica, de lenguaje, ensartado en un antiguo discurso, cuyo ovillo lo hace girar un movimiento cultural y luego otro, pero que, en sustancia y a pesar de algunas oscilaciones, continúa siendo siempre un discurso especialístico, un discurso de casta.
La cultura es el trueno que llega siempre después del relámpago, y que los relámpagos pueden llegar en cualquier momento lo sabemos al punto de poder decir que cada uno está muerto en el ánimo del otro, que la cultura ha dejado morir al mundo. No hay poetas de estatura, y las voces de nuestros queridos, grandes poetas, están encima de la del político. Porque el hilo de seda del poeta se desvanece en un capullo siempre un poco en secreto, si el poeta tuviese delante millones y miles de personas, una certeza de prestancia física, además de los ideales, tendríamos obras maestras en cierto tiempo; poco a poco nacería esa obra maestra tan necesaria, resultado de encarnarse en una revolución de las mentes y los ánimos, no antes ni después sino al mismo tiempo. El poeta profeta acorta las distancias y busca hacer sonar su profecía en los días que vive. El cine ofrece al poeta esta distancia acortada. Con un estilo crudo, ingenuo, tanto más crudo e ingenuo cuanto más quiere ser coherente con un número que gira. Pero el cine no debe imitar a la literatura; lo específicamente fílmico va tendiente sólo como nuevo hecho moral; la cantidad de los interlocutores, como determinante de una instrumentación diferente de la propia energía poética o incluso como una energía poética localizada, allá donde se creía que no estaría la vena. Me parece que el cine italiano, en su gama más bien rica, tenía una constante, sea en los jóvenes o en sus maestros los ancianos, para quienes la distancia del tiro se hace cada vez más próxima; y también cuando de cualquier otra manera tiene residuos de contactos con el libro, y a veces del libro es inspirado, mira siempre una autonomía dentro de la cual se siente germinar poco a poco, clara y confusamente. Está cerca el día en el cual una película alcance la épica de lo inmediato, una suerte de film en el cual los autores, desarrollando fotograma por fotograma, se aproximarán al final como a cualquier cosa que los comprometa enteramente –permítaseme el ejemplo sangriento pero con el que espero comunicar suficientemente bien mi pensamiento–, déjenme usar la paradoja de matar o matarse cuando aparezca la palabra "fin". Pero también esta tradición de la palabra "fin" sirviéndose de sus mejores técnicas, continuará su cuento más allá de la cortina en la sala de proyección.
Si no se cree en una situación de emergencia, comprendo cómo fácilmente estas pocas palabras mías pueden ser exageradas y tergiversadas para aquel realismo al fondo del tamiz del que queda siempre la propaganda. ¿Propaganda de qué? La propaganda implica la fe, que como cualquier otra cosa necesita tiempo para madurar. Nosotros devoramos el tiempo y queda un tiempo detenido, encantado, acrítico porque el tiempo de la cultura literaria está demasiado igual hoy a aquello de ayer, por su esplendorosa humanidad, casi, sobreentendiendo, implícito en esta conversación mía, que fuese consumido el medio, por sublimes que hayan sido los artificios. En el cine, en la televisión en la radio, si son entrevistos científica, objetiva, materialmente, la cosa que ayuda a convertirse en pensamiento, y siendo una cosa nueva, nuevo pensamiento y siendo un pensamiento nuevo, un nuevo hecho. La usura del libro se podría incluso probar con el nulo interés que la censura le da; la censura se encuentra en el camino del cine y la televisión en la medida en que estos medios pueden realizar una revolución. Y los artistas ¿cómo no pueden sentir el estímulo de pensar aquello que se podría decir si la censura fuese develada? Entonces aquí se reparará en que el cine tiene tal incisividad en intercambios de diálogos, al punto en que un tirano puede resistir a un libro, pero no a una película que lo muestra justo a él, por tres horas seguidas mientras come, bebe y duerme… Intervención en el Convenio de Escritores Europeos celebrado en Florencia en la primavera de 1962. Traducción de Gabriel Rodríguez Álvarez |