Usted está aquí: viernes 5 de agosto de 2005 Opinión El mal de América

Gustavo Iruegas

El mal de América

En la primera mitad del siglo XX se decía entre internacionalistas y diplomáticos que el mal de América residía en el intervencionismo de Estados Unidos, practicado inclusive por el reconocido humanista presidente Wilson, por ejemplo, en Veracruz. A lo largo de las conferencias interamericanas la lucha por incluir la no intervención en el derecho internacional se veía entorpecida por una nueva versión del mal de América que se materializaba en obsecuencia, ruindad y falta de solidaridad entre los gobiernos latinoamericanos.

Ya en el siglo XXI el intervencionismo estadunidense se sigue practicando a voluntad y la carencia de solidaridad continúa siendo obstáculo insalvable para la integración latinoamericana. Fatalmente, durante la segunda mitad del siglo XX emergió el mal de América de tercera generación; una suerte de organización regional que ha resultado claramente adversa a los intereses latinoamericanos y que se compone de: panamericanismo, intervencionismo, indiferencia y desarreglo estructural.

Nuestra región, como se entiende en la comunidad internacional, es América en su conjunto; el continente y sus islas. El organismo regional reconocido por las Naciones Unidas es la Organización de Estados Americanos (OEA), que materializa la concepción de Estados Unidos para la organización política del continente denominada "panamericanismo" lanzada durante la primera Conferencia Interamericana, celebrada en Washington en 1889, y que, en la práctica, consistía en la congregación de los gobiernos latinoamericanos alrededor del estadunidense.

La expresión "América Latina" es resultado de la iniciativa francesa del siglo XIX de agregar Haití a Iberoamérica, y ésta de agregar Brasil a Hispanoamérica que comprendía exclusivamente las repúblicas que fueron colonias de España.

Tanto América Latina como Iberoa-mérica tienen ahora un significado distinto al tradicional. Iberoamérica incluye ahora a las repúblicas hispanoamericanas y a las dos naciones de la península ibérica. No excluye a Cuba, pero sí a Haití. Su creación en 1991 significó una tardía antítesis de la doctrina Monroe y provocó, en 1994, la convocatoria estadunidense a la Cumbre de las Américas, que repite el esquema de la OEA, es decir, todos menos Cuba.

En el impulso del proceso de descolonización que surgió en la posguerra se independizaron las colonias insulares del Caribe, que, al ser reconocidas como estados miembros de las Naciones Unidas, por propio derecho ingresaron a la OEA y, antes que fundirse en el concepto latinoamericano, exigieron ser identificados como "el Caribe", para crear así el grupo de estados que en la comunidad internacional es conocido como América Latina y el Caribe (o por su acrónimo Grulac).

En 1990, al incorporarse Canadá a la OEA, cobró vigencia el concepto de América del Norte y el continente americano dejó de estar integrado por Estados Unidos y Latinoamérica y pasó a dividirse en las dos regiones que ahora tiene: América del Norte, y América Latina y el Caribe.

Los nuevos estados del Caribe han creado la Comunidad y Mercado Común del Caribe, conocida también como la Caricom, organización subregional que cuenta con 15 miembros (Haití inclusive) y mantiene, entre otras instituciones y prácticas integracionistas, la de concertar sus relaciones exteriores.

América Latina, por su parte, no tiene ninguna organización política formal. Tampoco hay una economía latinoamericana y ni siquiera podemos hablar de una sociedad latinoamericana. Hay, eso sí, una cultura de la cual ha surgido una identidad latinoamericana; de esa identidad surge en los pueblos latinoamericanos la idea de la integración como su vía natural al desarrollo y a la seguridad. El que América Latina no haya desarrollado los elementos de su integración es una responsabilidad de sus gobiernos en primer lugar, pero también es consecuencia de la aplicación del panamericanismo a las relaciones intracontinentales.

En un ejercicio que combina el número de habitantes, el territorio y el ingreso de cada país para determinar el grado de su participación en el continente, los 15 miembros de la Caricom juntos no alcanzan a integrar uno por ciento de la masa continental, pero cuentan con 44 por ciento de los votos en la OEA; Latinoamérica, cuyo peso es de 42 por ciento, cuenta con 52 por ciento de los votos; mientras América del Norte, que significa 57 por ciento del continente, ve su poder de voto en la OEA reducido a 4 por ciento. Esta extraña situación se explica porque, en los hechos, la hegemonía regional de Estados Unidos se manifiesta en el organismo, pero se ejerce en las capitales, y porque la OEA le reviste poca importancia real. De otra manera el voto en ella sería ponderado, como es en el FMI y el Banco Mundial, o francamente excluyente, como en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Tanto América del Norte como Latinoamérica y el Caribe tienen ahora cierta indefinición en sus confines. Por un lado Haití participa de la Caricom sin dejar de ser latinoamericano y México, otrora el país latinoamericano por antonomasia, ya no tiene claro si su pertenencia es a América del Norte o a América Latina. A esto contribuye el que México haya, aunque sólo virtualmente, renegado de su condición tercermundista y, si bien sólo nominalmente, se haya inscrito en las filas del primero.

El mal de América está empezando a hacer crisis: ¿Es México integrable a Estados Unidos? ¿Es América Latina integrable? Esta es otra de las cuestiones que deberá enfrentar y resolver la siguiente administración nacional en la indeclinable tarea de reconstruir la política exterior de México.

 
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