Usted está aquí: lunes 1 de agosto de 2005 Política Emily y las voces triunfalistas

Iván Restrepo

Emily y las voces triunfalistas

Después de más de 100 años, un huracán volvió a azotar en julio la península de Yucatán. Emily no llegó, como se anunció, con la máxima fuerza. No fue otro Gilberto, que en 1988 dejó su estela de destrucción y muerte por falta de previsión. Emily fue impresionante, pero causó menos daños de los previstos por varios motivos. Destaco algunos: ingresó a tierra firme en forma horizontal a través de una zona poco poblada de Tulum, a unos 120 kilómetros de Cancún; a su paso por Quintana Roo y Yucatán perdió fuerza, pero registró una travesía relativamente rápida. Estaríamos contando otra historia si hubiera entrado de frente a la franja costera, donde se ubica la más reciente e imperfecta obra de la industria turística: la Riviera Maya. Las olas y el viento habrían mostrado la fragilidad de las obras cuando el hombre las construye pisoteando los más elementales principios de seguridad, destruyendo los ecosistemas litorales en aras de obtener riqueza pronto y a cualquier costo.

Ciertamente funcionó el sistema de prevención y evacuación de posibles afectados y no hubo víctimas que lamentar. Pero en cambio miles de personas perdieron en el campo sus viviendas, cosechas y útiles de trabajo; la infraestructura pública, en especial la eléctrica, se vino abajo en diversas zonas y dejó sin luz a muchos duarnte varios días; y la hotelería de la Riviera Maya registró daños que no pueden ocultarse en aras de crear una imagen falsa entre los potenciales visitantes nacionales y del exterior.

Tuve la suerte de estar en la zona del huracán antes de su llegada, cuando pasó por la península, y también pude recorrer parte de las áreas afectadas. Fue admirable la febril actividad de las poblaciones para protegerse lo más posible del viento y del agua que trajo Emily en pocas horas: unos 20 centímetros; para hacerse de los artículos de primera necesidad, en especial alimentos, agua embotellada y sistemas alternos de alumbrado, sabiendo que fallaría la electricidad y, al no contar con ésta, tampoco con agua de la llave.

Pero no faltó el abuso de ciertos comerciantes y de quienes venden madera y demás materiales indispensables para proteger puertas y ventanas de la fuerza del meteoro. Los indígenas habilitados como albañiles y otras labores de la construcción, provenientes de Chiapas, Oaxaca y del interior de Yucatán, fueron, como en otras ocasiones, los grandes olvidados por los enganchadores y las autoridades. Para algunos empresarios, lo fundamental era proteger la infraestructura hotelera, la que deja dólares y euros. Los pobres gozan de la protección divina, de la Guadalupana, y con eso basta.

El triunfalismo de algunos funcionarios antes y después del huracán fue y es engañoso. Por ejemplo, suelen referir que Cancún recobró la normalidad en pocas horas, pero se oculta que Emily pasó lejos de esa ciudad mientras en la costa y tierra adentro de Quintana Roo y Yucatán, donde viven miles de familias, indígenas en su mayoría, las pérdidas suman centenas de millones. También las tienen los migrantes pobres que forman los cinturones de miseria de los nuevos centros turísticos. En contraste, la ayuda no ha fluido con la misma velocidad y abundancia que las declaraciones de los funcionarios antes y después del huracán asegurando que todo estaba bajo control. Los daños a la flora y a la fauna son incuestionables. En el colmo, Piñeiro, grupo hotelero español, se aprovecha de la situación para destruir manglares y selva alegando que son áreas "siniestradas". Una novedosa forma de burlar la ley.

Estamos en plena temporada de huracanes en el Pacífico, el Golfo y el Caribe. Cada año serán más y de mayor intensidad como fruto del calentamiento global. Mal haría el gobierno, los inversionistas y la ciudadanía en creer que tendremos en el futuro la suerte que con Emily. Este fue un aviso oportuno y costoso. Ojalá no caigamos en la complacencia y la autoridad inicie ahora sí una urgente tarea: poner orden en la franja costera del país, evitar que continúe su ocupación salvaje por los intereses económicos y por el propio gobierno.

En fin, sería un grave error cantar victoria porque Emily no fue lo que se esperaba.

 
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