La Jornada Semanal,   domingo 31 de julio  de 2005        núm. 543
 
Ricardo Guzmán Wolffer
entrevista con Jaime López

Los humores de Jaime López

A la querida y paciente Magda y al tal Beto

Desde las míticas Sesiones con Emilia y hasta Qué onda ese, Jaime López ha sido, quién sabe si queriendo o sin esperarlo, el cronista de la ciudad y también de un país interno que es norteño pero también costeño pero también de todas partes.
Y pocos compositores como el autor de la "Primera calle de la soledad", tan dispuesto a pitorrearse de todo y de todos, comenzando por sí mismo, pero eso sí, con un manejo del lenguaje que ya quisiera para sí la pseudocomicidad televisiva, que tanto mal le ha hecho al sentido del humor.

Con Odio fonky me sentí agredido. Como si todos los burócratas tuviéramos cara de memorándum. Los burócratas también tenemos nuestro corazoncito.

—Lo sé, soy un burócrata de mí mismo. A veces uno cae en poses maniqueas, y no es por sacármela. En todos lados hay hijos de la chingada, y a veces pareciera que burócrata es un sinónimo de hijo de la chingada. Cuando uno tiene que recorrer las oficinas por problemas de papeles, normalmente no te dicen bienvenido, ni son corteses. Pero no sólo les pido disculpas, creo que su trabajo es necesario. La cosa está cuando te agarran de los huevos. Se vuelve cosa de poder.

—En tu horario burocrático de Jaime López, ¿a qué horas atiendes a tus otras personalidades?

—Depende. Si la hago de office boy de mí mismo, o de burócrata de mí mismo o de cobrador de mí mismo, o para hacer una entrevista para hablar de mí mismo. No es diario y varía.

—¿A través de tu propia burocracia, te has logrado convertir en jefe de ti mismo?

—Sí, aunque la relación obrero paternal ya era muy severa, sólo que nada más veía la parte obrera. Ahora veo la paternal. Esa interrelación obrero paternal me ha vuelto fuerte, audaz y valiente. Recuerda que Venus Rey también se apellidaba López.

—No cabe duda que López en vivo siempre es mejor.

—La importancia de llamarse Ernesto, ahora es la desgracia de apellidarse López en estas épocas. Pero yo no la cago muy seguido, no soy tan obrador.

—En "Cara de memorándum" hay un humor muy cruel que luego se convierte en muy guarro en aquella bonita rola "El recado", donde el hombre termina con el brazo gangrenado.

—De tanto jalarle el pellejo al ganso.

—¿Qué prefieres: el humor cruel o el humor guarro o cruelmente guarro o guarramente cruel?

—El humor es así, guarro, cruel, negro.

—¿Y dónde queda Capulina, el campeón del humorismo…? ¡saco!

—Yo con gusto me pongo a tus órdenes.

—Clavo, es el humor clavo. Digo, claro.

—A mí me preocupa más Viruta. Se le ha visto como un patiño, pero más bien era el campeón sin corona.

—Era el que recibía los blancos de Capulina.

—Exacto, era el blanco de los ataques de don Gaspar Enaine. Que por cierto Viruta murió muy trágicamente, según una nota que leí. Aunque tengo mis dudas si esa nota no la escribió Vega-Gil.

—¿Se habrá reído Viruta al final?

—Yo creo que sí, ya ves que el humor es cruel.

—En tu caso predomina esa ambivalencia de horror y guarrez.

—No me lo había propuesto. Puede que sea un humorista involuntario, y así un guarro involuntario, un cruel involuntario. Pero lo asumo.

—Pero sí hay una intención, como en el disco Desenchufado. Hay una nostalgia que de pronto es vapuleada.

Desenchufado y Nordaka son el mismo disco. En el primero tomé canciones del segundo. El segundo es el disco de música norteña que siempre quise grabar, porque el cabrito tira pa’l norte, que de dónde, amigo, vengo. Y el otro es la parte cosmopolitamente sedentaria que es el DF, que a grandes pasos son mis dos caras: la nordaka banda y por el otro lado la chilanga banda. Hay canciones autocríticas. Son el lado blanco y el lado negro.

—¿Y de la nostalgia, qué?

—La nostalgia es un animal estéril. Luego uno anda inventado lo que le sucedió y resulta que no fue así. Una cosa es la nostalgia y otra la memoria. Nostalgia es sentir dolor en el alma por algo del pasado que ya está muerto. Memoria es lo que aún vive en espíritu de aquello que sucedió. Esos lugares del pasado son mi patria: vuelvo al complejo uterino. Ser de varios lados te lleva al punto de referencia: la madre. Mi madre es mi patria. No como la madre patria. El humor es como mi padre, pero tres metros bajo tierra o tres litros bajo tripa. Ahora, hablando de humor, yo no percibo la nostalgia como un pasado, sino como algo vivo que está pasando. El sentido del humor es un símbolo patrio, más que la bandera o el himno. Es como la raza. La lengua es la raza, hables donde hables, aparte de los sonsonetes o los giros locales. El sentido del humor unifica esa lengua. La lengua es la raza, mi madre es la patria y el humor era mi padre. Es lo único que él nos heredó. Su último chiste fue en el testamento, donde dijo: "les dejo los humores de mi cuerpo inerte", pero creo que se ha reciclado. Me alienta estar vivo el ver esas presencias en mí.

—¿La memoria voluntaria siempre es más real que la nostalgia?

—Creo más en la memoria, de eso estamos hechos. Sólo somos memorias con patas.

—En tu caso el lenguaje resulta un vínculo a pesar de las épocas, distancias e incluso las clases sociales; y conste que lo digo sin caer en lo populista o antipopulista, que ahora resulta casi lo central del discurso público.

—La lengua siempre está activa. Las instancias de poder tratan de congelar el humor, la lengua. Cuando sacrificas tu humor a una causa, se pierde el factor sorpresa. Como los supuestos humoristas contestatarios, que llegan a decirnos de qué reírnos; ya ni Torquemada. No puedes evitar reírte si un inválido se cae y se da un madrazo; incluso si no es inválido, cualquiera. Eso no lo puedes detener, te estallan los cachetes. Y cuántos no se atreven a decirte de qué te puedes reír. Y no es que tengas que ser un rebelde sin causa vitaliciamente, ni que la chabelosis mental nos siga siendo un valor cultural importante hasta después de los cincuenta años. Simplemente uno descubre el humor en la lengua, según lo que tú hagas; yo canto. El humor lo percibo como un fluido o corriente alterna entre los extremos de la solemnidad y la hilaridad. El humor no es sólo el chistorete o la carcajada o la hilaridad. Es como un maestro que tuve de filosofía. Para empezar se llamaba Pedro Chávez, como el personaje de A toda máquina, lo que ya era un chiste. Pues se vestía muy correctamente y en medio de hablar de Kant te platicaba un chiste. Era como Kant en la cantina. Por él pude leer algo de filosofía.

—En esa pérdida de solemnidad, en esos contestatarios reducidos, ¿encuentras a los señoritos de los que cantabas en Desenchufado?

—Es un problema cuando institucionalizas el humor, cuando lo deificas, cuando lo vuelves una especie de Tláloc.

—Como Cantinflas en sus últimos veinte años.

—Al menos en sus primeras películas había algo. Ya cuando se institucionalizó fue su problema, pero dio la cara. El problema es cuando los señoritos hacen causas diluyentes de otros esfuerzos y luego te dicen de qué reírte: son una mezcla entre Norman Mailer y Woody Allen, pero quién es quién. Cuando veo a Puñetosca o a Monchiflais simulando el humor o el orgasmo, no me río. Son una manera solemne de hacerle al chistoso.

—¿Sigue funcionando el eslogan del soneto del rap?

—El rap es el soneto actual y el estrambote ahí añadido, como a las formas clásicas, es ese eslogan: chinga tu madre. Es que para hacer un rap tienes que repetir fuck. El problema es cuando lo que parece subversivo pierde su sentido. Uno está a la cacería del factor sorpresa. El último bastión de la composición es el escenario, a veces ahí se me han ocurrido mejores cosas que la canción institucionalizada.

—Siempre me ha sorprendido cómo tu habilidad de arreglista, de músico; en las tocadas en vivo te transforma en un virtuoso del escenario.

—La composición tiene varias facetas. En general lo podría dividir en lo social y lo insocial. Cuando escribes es a solas, insocialmente. Y luego está el escenario, donde tienes que ser sociable. Entre esos extremos logras el acierto o caes en un acto fallido. ¿Cómo hacer convivir al insociable con el sociable en una canción? Ese es el tiro que hay que echar en el escenario. Una canción es encontrar el justo medio, el equilibrio, entre la letra y la música, entre la sobriedad y la ebriedad, entre la locura y la cordura.

—¿Te ha pasado?

—Claro que me ha cogido el toro, ya hasta le puse departamento. El escenario es mi atracción al vértigo. Yo no me subo a la montaña rusa, pero sí al escenario. A veces ebrio.

—Yo supondría una sobriedad casi monástica a partir de tus interpretaciones en el escenario.

—El problema no es el alcohol, es uno; cuando no sabes resolver ese convivio con las endorfinas. Sigo buscando ese equilibrio.

—¿Sigue funcionando tu frase "México, creo en mí"?

—Desde luego. Y el ángel de la dependencia, también.

—¿Tienes clásicos a los que eres dependiente?

—Mis clásicos son típicos. Desde Elmor James, Muddy Waters, Los alegres de Terán, Los Broncos de Reynosa, Ray Charles, James Brown, Chuck Berry, Richi Valens, Sam Deschamps y Los Faraones, Santana. Soy de frontera.

—Entonces de dónde jijos del maís salieron las cumbias de ¿Qué onda, ese?

—Me faltaba terminar mi lista. Es que soy de la frontera tropical, de mi Matamoros querido, pasando por Juárez y Nogales, donde la palmera se vuelve sahuaro. Yo oía rockanrol, música norteña y música caribeña. Luego en Guadalajara, oía a Mike Laure. Cuando lo conocí él hacia covers. Luego la pegó con el cumbiazo: "Tiburón", "Cero treinta y nueve", "La cosecha de mujeres", etcétera. Yo estaba en Veracruz, en una zona donde los Beatles no entraban. Con todo eso yo cargaba. Era un pocho de este lado. Luego estuve en el De Efe, en bandas suburbanas de rock. Esa época culminó con el Avandarazo, donde también estuve. En ese chiquero pude ver que el rock se estaba convirtiendo en lo que criticaban: se volvía monolítico y pétreo. Le pasaba lo que ahora a la izquierda en México, que es como el Desierto de los Leones: ni es desierto ni hay leones. La izquierda ni es sector ni es contestatario, odiando al PRI se volvieron más priístas que el papa. Cada quien tiene la guerrilla que se merece.

—Discográficamente, entonces, pareciera que involucionas. Porque "Qué onda ese" del primer disco es cumbioso; misma rola que en Nordaka ya es norteña.

—Del tex-mex, más bien. Cuando hice el Qué onda ese original era mi tributo sutil a Mike Laure. Yo tenía una parte tropical, pero generada a partir de la perspectiva del rock. Y luego hice el rock a partir de mi propias influencias.

—¿Cómo te sientes taladrando la mente infantil con tus doblajes en las películas de Disney y similares?

—Me siento bien, pero me siento mal, no me vaya a pasar lo que a Michael Jackson.

—¿Que te hagas blanco?

—Sí, que me haga blanco de opiniones públicas.

—Ya para terminar, ¿por qué no cantaste tú a Villaurrutia?

—Cuando lo hice con Maru Enríquez, no me propuse cantarlas. Aunque lo hacía cuando componía. Como dramaturgo, pensaba más en la actriz que en el director como intérprete. Así salió Y mi voz quemadura. Estaba dispuesto a componer para una cantante y se me cruzó Villaurrutia.

—¿Nadie te ha reclamado, como ahora lo hago yo, por qué no cantaste a Villaurrutia?

—Es la primera vez que alguien me reclama. Quedé contento; a final de cuentas el disco es la punta del iceberg, hay mucho atrás. Lo que no me dejó contento fue que ese esfuerzo imaginativo, una vez más, pareciera que sólo depende de ti. En vez de creer que generas una emoción, luego llegan los descendientes de Villaurrutia a decirte que dónde está el dinero que les toca. O el Fondo de Cultura Económica diciéndote que ese hombre no se toca. O resulta que la disquera se arruga porque ve que le va a salir más caro el caldo que las albóndigas. Y una vez más Villaurrutia se queda colgado de la brocha y parece que sólo quieren que esté en la rotonda de los hombres sin lustre.

—¿Eso no te dio risa?

—Claro, pero una risa muy jodida.

—¿Hay de risas a risas?

—Hay risas que no hacen ruido y es más honda su jodidez.