La Jornada Semanal,   domingo 31 de julio  de 2005        núm. 543
 
   MUJERES INSUMISAS   

ANGÉLICA ABELLEYRA

ROSARIO GUILLERMO: JUGAR Y DESHACER PARA CONSTRUIR

Su trabajo es con el espacio. Lo habita con esculturas que son diosas inventadas o formas orgánicas que rememoran la voluptuosidad de un clítoris, una cadera o un seno. Y a pesar de que advirtió tarde que sería constructora en barro, o por eso, Rosario Guillermo (Yucatán, 1952) se regodea con humor y cachondería frente al cuerpo o al lado de símbolos religiosos y prehispánicos para refrendar su dominio de la tridimensionalidad.

Creció en Mérida en una época árida de vida artística. Sin embargo ella fue una dibujante furiosa que hacía habitar de líneas y rayones los techos, las paredes y los pisos blancos de la casa. En ocasiones la castigaban por pintarrajear pero ella tenía la convicción de que iba por el camino correcto ante la constante oposición familiar frente a quien sólo le entretenía jugar y no aspiraba a ser ni dentista ni abogada ni joyera.

Ligada siempre al universo del juego, su primer contacto fue el teatro. Hacía las escenografías, disfraces, escribía las obras y hasta las dirigía. Combinaba sus estudios de secundaria con las clases de teatro hasta que su madre le pidió una carrera formal antes de irse de casa y optar por su propio camino. Ella decidió ser maestra de primaria y al otro día que entregó su título, hizo sus maletas y viajó a la Ciudad de México para zambullirse en los escenarios.

Durante ocho años formó parte de la Compañía del Teatro Helénico, con directores de la talla de José Solé y López Miarnau y estrellas como Ignacio López Tarso y Ofelia Guilmain. Pero no se sintió capaz de pasarse la vida haciendo teatro griego ni de insertarse en un ghetto cerrado al que era imposible acceder.

Junto a su experimentación actoral, seguía dibujando. Una amiga le sugirió inscribirse en la antigua Academia de San Carlos y aquello que empezó como un sendero en la pintura se convirtió en una opción escultórica. Cuando trabajó con el barro, lo modeló, devastó y talló, admitió el romance que iniciaba con este material noble y generoso que nunca te dice no.

La presencia de su maestra Gerda Gruber fue fundamental en cuanto a la exigencia que Rosario ratificó al concluir su carrera y salir becada por un año para especializarse en el Instituto Artístico de la Cerámica en Florencia. Esa formación escultórica le mostró la diversidad de caminos con el barro, más allá del oficio de ceramista, y le subrayó su interés de crear mundos que no existen.

Es por ello que Rosario Guillermo da cuerpo a vírgenes y diosas en una actitud transgresora por la enorme carga que sus piezas tienen de humor, erotismo y una ostentación de todo lo relativo a la genitalidad femenina. Es como decir: "no sólo soy mujer sino soy un ser sexual, véanlo, está grandote". Deidades que no existen en el calendario como Nuestra Santísima Señora del Clítoris, Nuestra Santísima Señora del Caos o Nuestra Santísima Señora de la Probidad, refugiadas en el lenguaje de Rosario Guillermo por su concepto de lo divino, lo mágico y lo que le resulta realmente adorable.

Un lenguaje creativo sin referencia literal a lo corpóreo sino que se disuelve a través de formas geométricas y orgánicas que son sus primeras referencias visuales de las ruinas mayas y la memoria emocional que es desde donde ella gesta sus formas.

Así, con obra pública en Dinamarca, Hungría, Yucatán, Estado de México y Cancún; con obra en colecciones de museos de Checoslovaquia, Lituania, Puerto Rico y México, asume influencias quizás de Brancussi y de Luis Ortiz Monasterio. Pero más que en formas y estilos, en sus actitudes de jugar, deshacer y volver a construir una obra.

Por lo pronto tiene su vista puesta en Los Ángeles, California, donde trabajará al lado de un arquitecto de paisaje. También acaba de entregar una obra para la Facultad de Matemáticas de la Universidad de Yucatán, rescatando una técnica antigua de construcción a partir de listones.

México, sin embargo, ha sido poco receptivo a su trabajo ligado al desenfado y al desafío. "Hay reticencia, ignorancia y miedo", respecto del material. "Es tan fuerte la tradición de la cerámica en México que no se logra traspasar el lenguaje del barro cocido a un lenguaje estético", dice. Es por ello que encuentra más apertura en una ciudad danesa para colocar una Coatlicue en cerámica que en su propio país, que se pasma al pensar en la durabilidad de una escultura monumental en este material.