"Tendría que estar muerta para que me creyeran" En México, la mitad de las mujeres asesinadas son víctimas de sus parejas o ex parejas. Una de cada tres familias sufre algún tipo de violencia, física o sicológica (el maltrato emocional ocurre en 99% de los casos). De cada 100 agresores, 85 son hombres. Es una parte del mosaico social de este país que los defensores de las reformas prefieren ignorar
Ella y Manuel se casaron hace cinco años, después de siete de conocerse. Ella es diseñadora gráfica y él diseñador industrial. Cada uno administra su propia empresa. Su historia entra como guante en lo que los especialistas llaman el "círculo del maltrato", una patología común en este país: un hombre que ve en su esposa una propiedad, que no puede asimilar el rol de una mujer que trabaja, que sistemáticamente ataca su autoestima, y que va alternando agresiones (en este caso sicológicas) que van en aumento, con etapas de "luna de miel". "Estás en una dinámica de angustia y no te das cuenta", dice ella, apenas asimilando su historia. "A mí me inculcaron el asunto del compromiso. Me casé para toda la vida, con la idea de que los problemas los superamos juntos". La tensión aumentó con el nacimiento de su hija, Sabina, hace casi tres años. El jueves 8 de abril Manuel la llamó para avisarle que llegaría más tarde de lo acordado por un amigo que estaba pasado de copas. A ella le molestó que incumpliera un nuevo acuerdo."Estaba frustrada, decepcionada, cansada física y emocionalmente, sentía que ya no tenía más cartas que jugar". Él llegó cerca de las cuatro de la mañana e insitió en hablar. Discutieron. Parecía una escena de tantas que habían tenido, pero una respuesta de ella ("no confío en ti") lo desquició. "Era una persona que yo nunca había visto, empezó a pegarse en la cabeza y a golpear con puño cerrado la pared. Me decía: '¿Esto es lo que estabas buscando? Esto es lo que tienes. ¿Quieres miedo? Te voy a enseñar a tener miedo'. Manuel tenía dos rifles en casa, uno de diábolos y otro de caza. Tomó el arma y me apuntó. Me dijo: 'Estoy hasta la madre de esta situación y voy a acabar con esto de una vez por todas'... Es algo que sí te cambia la vida", dice con tristeza. Durante más de una hora, María Luisa estuvo amenazada por un hombre que pasó de la euforia a la depresión, se metió el rifle cargado en la boca, lo apuntó a su cabeza, sollozó, la encañonó, destrozó el teléfono cuando intentó pedir ayuda, y en algún momento de su locura, pensó en matar a su esposa, a su hija (que dormía en el cuarto contiguo) y suicidarse. En un momento de calma, ella salió de su casa, en ropa interior, para pedir ayuda. Ese día en la tarde, empacó sus cosas y se fue con su hija a casa de sus padres. El resto de la historia puede resumirse así: Ella presentó una constancia de hechos ante la unidad de atención y prevención a la violencia familiar y un acta ante un juez cívico con los motivos por los que dejó su hogar. Él se mostró terriblemente arrepentido, le ofreció someterse a un tratamiento psiquiátrico, insistió en que podían superarlo, y cuando entendió que ella no regresaría el arrepentimiento pasó al enojo y a responsabilizarla de lo ocurrido. Luego, consiguió un abogado penal, le advirtió que todas sus propiedades (casa, automóviles, muebles) están a nombre de él y que el monto de la pensión no sería mucho porque su empresa (en la que ahora aparece como empleado) está pasando por una crisis. Ella se siente impotente. "¿Qué quiero? ¡Que me deje en paz! Sé que dejó la terapia y que está bebiendo mucho. Me da miedo que esté solo con la niña. Pero resulta que para que un juez ordene que no la puede ver él sólo necesito probar lo que pasó ¡Perdón, se me olvidó encender el circuito cerrado en mi cuarto!", dice irónica. "No estoy preparada moralmente para esto. Dejé mi patrimonio, mi vida en esa relación y mi problema es que tendría que estar muerta para que me creyeran. Me da una rabia espantosa. Manuel nos puso en peligro a las dos, está regateando su pensión, y me dicen que tiene derechos ¿Cuáles derechos?... Me siento completamente desamparada por la ley" Dos años sin Michelle En 1999, Erika y Antonio se divorciaron por "incompatibilidad de caracteres" (él tenía otra relación sentimental). Michelle, su hija de cinco años, quedó bajó la custodia legal de Erika y acordaron que su padre la vería un día a la semana. El arreglo funcionó cuatro años. El 14 de mayo de 2003, Michelle fue con su padre a visitar a su abuela. "Era algo normal, como siempre, tenía que entregármela en la noche", recuerda Erika, quien trabaja en una agencia de seguros. Fue la última vez que vió a su hija, que hoy tiene 11 años. "En la noche me llamó un primo de Tony para decirme que se iban a llevar Michelle de vacaciones porque no se las presté en Semana Santa cuenta Erika, sin entender todavía lo que pasó. "Tony siempre tuvo un carácter fuerte, impulsivo, machista, pero no era justificado ese argumento". Erika levantó una demanda en contra de su ex esposo por llevarse a la niña sin su autorización (el secuestro no procede porque él también tiene la patria potestad). En casa de la abuela nadie le abría. El juez 10 de lo familiar dictaminó órdenes de presentación con la niña, pero a las audiencias sólo llegó un abogado con un amparo. Después, el juez dictaminó el arresto por 72 horas para el padre y que la niña quedara a disposición de una institución. La pelota quedó entonces en manos del Ministerio Público, donde comenzó un verdadero calvario para Erika, quien durante dos años se ha enfrentado a justificaciones absurdas y continuos retrasos en el expediente. "Me dicen que no le pueden dictaminar una orden de aprehensión porque no hay a dónde mandarlo llamar, que el juez regresó el expediente porque no era justificable la orden de aprehensión, que los agentes se presentaron en el domicilio que dimos del negocio de su hermana, pero no les dieron información. De todo lo que ha pedido mi abogado (notificaciones a las secretarías de Gobernación, de Relaciones Exteriores, a las procuradurías de otros estados) no han hecho nada. Parece que no los quieren encontrar". |