Usted está aquí: domingo 31 de julio de 2005 Política El siglo XXI es de China

Laura Alicia Garza Galindo

El siglo XXI es de China

Gracias al éxito económico obtenido, el gobierno chino determinó en este 2005 eximir del pago de impuestos a los 730 millones de campesinos que aún subsisten bajo un entorno de dificultades económicas, reconociendo que desde la instauración de la República Popular China (RPC) -1949- y hasta 1983 fue la agricultura el sector productivo que aportara los recursos necesarios para la transformación de la economía, por un orden de 70 mil millones de dólares, propiciando así el despegue de su industrialización. La otra vía para sustentar la consolidación de ese proceso fue el cobro de impuestos que -desde 1949 hasta 2003- le significó al Estado otros 47 mil millones de dólares.

La construcción del éxito chino no ha estado exenta de la crítica de la comunidad mundial, que repudia las políticas impuestas, no por los elevados costos sociales pagados por el pueblo, sino por la negativa de la RPC a someterse a las políticas dictadas por las entidades financieras internacionales, promotoras del modelo neoliberal; más aún, por negarse a realizar los cambios que en su momento le han exigido. Pero la clave del éxito chino ha residido, precisamente, en llevar a cabo las trasformaciones de su modelo de desarrollo de acuerdo al plan pactado internamente: de manera gradual, en el momento justo y de acuerdo a sus intereses. Esta fue, ha sido, la fórmula para detonar y sustentar el crecimiento de su economía. Su rigor para imponer su propio ritmo a la globalización, asentando su consolidación mundial, logra ahora que las trasnacionales le sirvan a su modelo, sin que le signifiquen una amenaza para su desarrollo nacional. Sí, China puede no gustar, pero pocos podrán negar la inteligencia, visión de futuro y capacidad estratégica de su dirigencia.

Hoy China entra de lleno a la globalización, preparada, con gran fortaleza económica, fundamentada en su peculiar modelo de desarrollo: "economía de mercado socialista", que entrevera a su conveniencia la planificación, con un agresivo capitalismo, en donde las 178 empresas propiedad del Estado -que cubren una amplia gama de rubros sectoriales: textiles, manufacturas, electrónica, farmacéutica, automovilística, hasta eléctricas y petroleras- constituyen la punta de lanza para la conquista de los mercados externos.

Sí, China desea posicionarse en los mercados globales; por eso -y con sus inmensas reservas, valoradas en más de 700 mil millones de dólares-, son los primeros en las listas de compradores de diversas empresas multinacionales extranjeras, las más prestigiadas en su ramo, para darle ese rango a sus empresas estatales. Así, aprovechando la libertad económica, comercial y de capitales, tiene como estrategia adquirir marcas de renombre y reconocidas internacionalmente, para ganar terreno. Sus reservas financieras apuntalan el acceso masivo a créditos baratos otorgados por la banca local, sobre todo por el Banco de Desarrollo de China. El financiamiento no es problema para la RPC: en 2004 compró activos con valor aproximado de 200 mil millones de dólares, y para este año, al ritmo que lleva, es muy posible que alcance los 300 mil millones de dólares. Su estrategia es implacable e impecable.

Ya poseen los televisores RCA, las computadoras de escritorio de IBM, la automotriz coreana Sanyong Motor y la británica MG Rover; y ya ofertan la compra de las estadunidenses Maytag, la tercera en electrodomésticos, y las aspiradoras Hoover; la británica Marconi, productora de equipos de telecomunicaciones, y revisan otras empresas automotrices de Italia y Alemania. Lo que importa es fortalecer, en los mercados internacionales, las empresas estatales que se consideran estratégicas para el desarrollo de China. Estados Unidos recién mostró su nerviosismo ante la oferta de la petrolera estatal China Nacional Offshore Oil Corporation (CNOOC), por 19.6 millones de dólares, para adquirir Unocal, empresa petrolera estdunidense, con la que China se posicionaría en el mercado de energéticos. No obstante que CNOOC ofreció más dinero a Unocal, el gobierno orientó la venta a Chevron de Texas, con tal de evitar la presencia directa china en su país.

Con razones sobradas, la preocupación internacional se ha centrado sobre China, por lo que las presiones arreciaron. Estados Unidos y la Unión Europea ya plantean ante la Organización Mundial de Comercio la necesidad de imponer a la RPC más límites comerciales, al tiempo que las multinacionales de Estados Unidos exigieron la revaluación del yuan, que les permita incrementar la competitividad de los precios de sus productos y encarecer las exportaciones de las empresas chinas.

Las exigencias surtieron efecto, pero el gobierno chino, astuto, devaluó sólo 2 por ciento y adoptó un tipo de cambio flexible pero controlado, que le permite determinar cuándo y cuánto flluctúa su moneda, además de obtener márgenes de control para adoptar las medidas necesarias en el caso de que su economía se desacelere o se sobrecaliente. Así, la presión disminuyó, sin que su capacidad de exportación resultara afectada. Desafiante, el gobernador del Banco Popular chino anunció que la devaluación no obedece a las presiones, sino que es un requisito para el desarrollo sostenido y la estabilidad económica. Y en efecto, la medida desactiva las tendencias proteccionistas ya acentuadas en otros países. Así, en el largo plazo, los productos chinos se posicionarán en otros mercados y cumplirán con su objetivo: ser la primera potencia mundial en el siglo XXI. Y nosotros, ¿cuándo aprenderemos?

 
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