Usted está aquí: jueves 21 de julio de 2005 Sociedad y Justicia El poder de la Iglesia, superior al del Estado, planteó Abascal

En su tesis de licenciatura, calificó la democracia de ''farsa promovida por la masonería''

El poder de la Iglesia, superior al del Estado, planteó Abascal

Sostuvo que es obligación del gobierno ''favorecer la acción'' del catolicismo y tolerar las demás religiones sólo dentro de los límites racionales

Trampa liberal, la libertad de credo

CLAUDIA HERRERA BELTRAN

Ampliar la imagen El actual titular de la Secretar�de Gobernaci�en imagen de archivo FOTO Francisco Olvera Foto: Francisco Olvera

El poder de la Iglesia es superior al del Estado. Cuando la mayoría del pueblo sea católica, el gobierno debe declarar oficial esa religión. La democracia es una "farsa" promovida en México por la masonería. Esas ideas fueron defendidas por el actual secretario de Gobernación, Carlos Abascal Carranza, cuando obtuvo su título de licenciado en derecho, en 1973.

Abascal está ahora en el centro de la polémica. A partir de que la Iglesia católica condenó la inclusión de la anticoncepción de emergencia en el cuadro básico de medicamentos, el secretario de Gobernación ofreció que dicha inclusión se revisaría, no obstante que la norma sobre la materia y el uso de la píldora del día siguiente ya habían sido publicados -luego de años de estudio- en el Diario Oficial de la Federación.

Hace 32 años, el ideario de Abascal Carranza quedó plasmado en su tesis profesional Las relaciones entre el poder espiritual y el poder temporal, publicada por Editorial Tradición el año citado.

En su reflexión académica, el actual responsable de las relaciones del gobierno con las iglesias considera que el catolicismo tiene primacía sobre cualquier otra religión; pugna por que el matrimonio religioso sea reconocido por las leyes mexicanas, y aboga para que la Iglesia cuente con libertad de apropiación de bienes materiales.

Cuestiona la educación laica y señala que el Estado debe permitir a la Iglesia católica dar enseñanza religiosa en todas las escuelas a las que concurran católicos.

Para Abascal, el momento culminante de la historia de la humanidad es el siglo XIII, cuando Europa logra su "mayor unidad de todos los tiempos" y toma como nombre propio el de cristiandad y la Iglesia es "madre y maestra".

Pero establece que las ideas liberales, la Revolución Francesa y la Reforma protestante buscaron destruir a la Iglesia católica y, con el tiempo, el Papa se convirtió en figura decorativa en el plano internacional.

Inconforme con esta situación, en las 112 páginas del texto plantea poner fin a la esclavitud de la Iglesia y que el Estado "se reduzca a sus proporciones normales reconociendo la superioridad del fin espiritual sobre el temporal".

Al inicio de la tesis, de la que se editaron mil ejemplares, el entonces estudiante de la Escuela Libre de Derecho reconocía que al abordar ese tema no podía buscar aplausos ni la admiración que causaban -a diferencia del suyo- estudios sobre técnica jurídica.

''En este acto, que es el más personal de nuestros estudios profesionales, aspiro únicamente a exponer y defender en un campo en que la Verdad ha sido escarnecida por la Revolución y por un falso derecho a su servicio", afirma.

Manifiesta su confianza en Dios en que su tesis haga algún bien y se declara optimista de que, en medio de atroces persecuciones, el cristianismo logrará levantarse "majestuoso, proclamando sus derechos, aunque sufriendo injusticias..."

La única obra escrita del ex secretario del Trabajo y Previsión Social refleja sin ambages el pensamiento de un hombre católico en una época en la que la relación entre Iglesia y Estado era inexistente en México, pero sus propuestas iban más allá de deplorar esa situación.

Las legislaciones más perfectas, inspiradas en el cristianismo

Para el entonces aspirante a obtener el título de licenciado en derecho, las legislaciones más perfectas han sido aquellas que han tenido fundamentos cristianos.

En su defensa de la Iglesia católica, afirma que el poder de ésta es superior al del Estado y, por tanto, dice, es innegable la primacía espiritual sobre lo temporal.

Ante ello, el Estado está obligado a proteger a la Iglesia "limitando en lo que fuere necesario las libertades liberales, pues es innegable que no pueden tener los mismos derechos la Verdad y el error, y en consecuencia el Estado debe procurar garantizar y defender la libertad y el derecho del hombre de no ser engañado con doctrinas falsas y erróneas".

El Estado, añade, debe estar al servicio de la Iglesia. "La tendencia del hombre hacia Dios es un derecho innato del hombre que el Estado debe proteger", afirma.

Aun en una sociedad mixta o pluralista, añade, el católico tendrá derecho a exigir un trato preferencial.

''Un pueblo que es católico en su mayoría debe tener, aun por razón natural, un gobierno que proclame la religión católica como religión oficial, y que tolere las demás religiones dentro de límites racionales, para no violar la libertad de conciencia. Ese gobierno debe favorecer y proteger la acción de la Iglesia y mantener armónicas relaciones con ella", afirma.

Crítica al voto de los ''vagos''

En el cuarto capítulo, "Razones de orden natural y jurídicas", critica a quienes propugnan poner fin a la religión de Estado para adaptar la Iglesia a la realidad del Estado democrático moderno.

Pero explica que quienes afirman que la democracia es la última esperanza de libertad están partiendo de un supuesto falso, porque "la democracia es una falacia".

Critica entonces a la democracia liberal y el voto universal, al considerar que la mayoría de los electores, entre los que menciona a "vagos, viciosos, ignorantes y gente honesta", no puede entender la forma de gobierno más conveniente para México ni la naturaleza de la relación entre el Estado y la Iglesia.

Al abordar la situación de México, señala: ''la democracia es una farsa de la que se ha servido la masonería en México, como en todas partes, para hacer creer a una mayoría confundida y desorientada que se está haciendo su voluntad y que ésta es forzosamente buena".

En opinión de Abascal, el principio democrático liberal no opera, porque la "famosa voluntad general" está modelada al gusto de los grandes medios de difusión manejados directamente por el Estado y por capitales anónimos.

Considera que las bases fundamentales de una sociedad no deben ser fijadas mediante el voto universal, "porque los votos no deben contarse sino pesarse".

Señala que la mayoría de los votantes no pueden entender la forma de gobierno más conveniente en México y la naturaleza de las relaciones que debe haber entre el Estado y la Iglesia.

En esta línea, afirma: "la democracia es el camino que han escogido las fuerzas internacionales de la subversión para alcanzar el poder omnímodo con la instauración del comunismo, que es precisamente la contra-Iglesia''.

Más adelante, advierte que la democracia liberal es una ''trampa'' y, por tanto, no debe aceptarse el principio de que todas las doctrinas y religiones tienen el mismo derecho a ser difundidas y defendidas.

Se pregunta si la Iglesia puede adecuarse a un ''sistema falaz en sí mismo'', como es la democracia, y aceptarlo como bueno. Sostiene que no es posible, porque los católicos están imbuidos en el juego de la democracia y están tan desunidos que "ningún remedio puede intentarse ni por la vía del respeto del voto, por la falacia del sistema que está en manos de la propaganda''.

Dice que la fuerza de la propaganda en un régimen de libertad cambia la mentalidad y las costumbres del pueblo de un día para otro.

"Sin hablar de temas de alta política ni de difíciles especulaciones teológicas, ¿no lo estamos viendo con la votación popular por aclamación en favor de la minifalda, del control artificial de la natalidad y del amor libre?", plantea.

Advierte que la democracia tiene "notables vicios de origen" y por eso la Iglesia no debe estar sujeta a un régimen democrático.

Al final de su estudio, hace votos por que en México haya una ''decidida reacción católica en las inteligencias, en las costumbres y en las instituciones'' para frenar el comunismo.

El catolicismo, afirma, es la única fuerza que puede contenerlo y destruirlo.

 
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