Usted está aquí: jueves 21 de julio de 2005 Opinión La píldora y la Iglesia

Adolfo Sánchez Rebolledo

La píldora y la Iglesia

Con unanimidad, que ya no debería sorprendernos, la Iglesia católica, la Secretaría de Gobernación y el PAN se han unido para combatir la llamada "píldora del día siguiente", incluida, desde el 11 de julio, en el cuadro básico de medicamentos del sistema nacional de salud. Se trata, pues, de un intento de echar abajo una decisión largamente meditada y discutida con y entre una diversidad de instituciones de la sociedad civil y el Estado, encabezado en este asunto por el secretario Julio Frenk.

Que la Iglesia se oponga por principio a la distribución de ése y otros anticonceptivos no es razón para que los funcionarios de más alto nivel, como el secretario de Gobernación, hagan depender las políticas públicas de sus opiniones personales. Sin embargo, contra toda lógica, eso es exactamente lo que quieren hacer Carlos Abascal y la cauda de aspirantes que le siguen en esta nueva aventura reaccionaria arropados por el cardenal Norberto Rivera.

La libertad de creencias, en este caso de los católicos, no puede obligar al Estado, que es constitucionalmente laico, a adoptar una postura fundada en valores éticos y religiosos que, en definitiva, incide negativamente sobre la salud pública, por más que se presente como una defensa "de la vida". La oposición al uso de la píldora se centra en los supuestos efectos "abortivos" que le atribuyen sus detractores, desdiciendo la investigación científica y, lo que es peor, los datos trágicos directamente surgidos de las inadecuadas prácticas a las que numerosas mujeres acuden para evitar embarazos indeseados.

Artificialmente creada, la polémica de fondo no se refiere a las propiedades y los efectos de las sustancias químicas contenidas en la famosa píldora, sino a la capacidad del pensamiento religioso, católico en particular, para regir sobre los aspectos básicos de la moral de la sociedad en torno y a los temas axiales de la vida y la muerte. No es la salud la que interesa a la Iglesia, sino la necesidad de ordenar la vida sexual conforme a la regla dogmática.

En una entrevista que no tiene desperdicio, reproducida por el boletín episcopal, el obispo Rodrigo Aguilar Martínez, presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Familiar de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), resumió así sus puntos de vista:

"La solución no es encontrar la píldora o el método que evite al cien por ciento el embarazo, o sea, el ser no deseado. La carrera de la píldora anticonceptiva normal y ahora la de emergencia lo que ha provocado es la promiscuidad, una sexualidad en que lo primordial, y a veces lo único, sea buscar el placer. En este afán hedonista, el hijo se convierte en un intruso, un tumor que hay que desechar. La solución es más bien reorientar el auténtico sentido de la sexualidad, que es expresión del ser humano en su totalidad. El acto sexual no es sólo para el placer, sino que el placer debe acompañar intenciones más nobles, como la unidad y la comunión del hombre y la mujer, así como la transmisión de la vida." Y sigue más adelante: "Que los adolescentes tengan vida sexual, por mucho que se haya extendido esto, no es un mal que se tenga que tolerar; sigue siendo un mal. El verdadero mal no es el embarazo, lo repito, sino la liberalización de los actos sexuales fuera de su marco natural, que es el matrimonio. Nuestro reto es educar a los niños, a los adolescentes y jóvenes a vivir su sexualidad de una manera responsable y plena, en que se respeta y promueve la dignidad de cada uno y de los demás, en que se crece en la unidad, en que se asumen los compromisos contraídos de una nueva vida humana."

Tales argumentos, lejos de sustentarse en el análisis científico de las características de la píldora, repiten machaconamente los mismos argumentos que han venido usando para impedir, por ejemplo, el uso del condón como una manera de frenar el crecimiento del sida, la legislación en torno a otros temas, cuya sola mención despierta odios furibundos, como la posibilidad de aprobar el matrimonio entre personas homosexuales.

Llama la atención que en este caso ya no se trata de impedir la expedición de un reglamento, sino de echar abajo una disposición oficial vigente, emitida por el Ejecutivo de pleno derecho. El hecho es sintomático, pues la derecha mexicana quiere hacer una demostración de fuerza, es decir, de poder terrenal ahora que están sobre la mesa las cartas del juego presidencial. No de otra manera pueden interpretarse las palabras del vocero de la arquidiócesis al periódico Reforma, cuando afirma: "Desagradan profundamente a la Iglesia unos gobernantes que se dicen católicos y hacen lo contrario a su fe; lamentamos que el presidente [Fox] no haya puesto un freno a este tipo de situaciones". ¿Oyes, Marta?

 
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