Usted está aquí: jueves 21 de julio de 2005 Opinión Los Alamos

Miguel Marín Bosch*

Los Alamos

Hace unos días se cumplieron 60 años de un acontecimiento que cambió el curso de la historia. Poco antes del amanecer del 16 de julio de 1945 Estados Unidos detonó la primera bomba atómica en Alamogordo, Nuevo México, a unos 140 kilómetros al norte de El Paso y a casi 400 kilómetros al sur de Los Alamos, lugar secreto al que acudieron los científicos para diseñar y construir el artefacto.

Desde el principio de la Segunda Guerra Mundial se desató una competencia entre Alemania y los aliados (Canadá, Estados Unidos y Reino Unido) para ver cuál de los dos bandos sería el primero en construir una bomba atómica. Ya antes de la guerra, Albert Einstein había alertado al presidente Franklin Delano Roosevelt acerca de la recién descubierta fisión nuclear y de la posibilidad de una explosión con la energía producida. En Europa se temía que Hitler estuviese cerca de hacerse de una de esas bombas. De ahí la decisión de los aliados de concentrar en Londres a un grupo de científicos de todo el mundo para intentar ser los primeros en construir una bomba atómica. Sin embargo, los bombardeos de la Luftwaffe aconsejaron trasladar los esfuerzos a Estados Unidos.

Así empezó el proyecto Manhattan, bajo la dirección del general Leslie R. Groves. Pero los científicos estaban dispersados por todo el país. El italiano Enrico Fermi estaba en la Universidad de Chicago mientras que otros se encontraban en Boston, Nueva York y California. El general Groves decidió juntar a todos los científicos y técnicos en un solo lugar bajo las órdenes de J. Robert Oppenheimer, quien recomendó Los Alamos, aldea perdida en una meseta en las montañas Jemez, a unos 60 kilómetros de Santa Fe. En esa época sólo era accesible por tren o por un angosto camino de terracería. Ahí ha-brían de convivir una verdadera constelación de estrellas del mundo de la ciencia: con Oppenheimer y Fermi estuvieron Von Neumann, Serge, Bohr, Szilard, Feynman, Serber, Teller, Ulam, Morrison, Wigner, Rabi, Seaborg, Bethe, Lawrence, Alvarez, Weisskopf, Peierls, Bacher, McMillan, Manley, Serber, Allison y Wilson.

A fines de 1942 Washington expropió el único edificio útil para hospedar a los científicos, una escuela preparatoria muy conocida (The Los Alamos Ranch School), y empezó la construcción de un laboratorio. Al equipo de Oppenheimer se le encomendó la tarea de convertir la teoría de la fisión nuclear en la realidad de un artefacto explosivo que pudiera ser utilizado para ganar la guerra. Se pensaba en Alemania. Cuando se supo que Hitler había abandonado su proyecto de bomba atómica, hubo científicos en Los Alamos que sugirieron que se hiciera lo mismo. Pero, al seguir con el proyecto Manhattan, algunos científicos, como el físico polaco Joseph Rotblat, decidieron retirarse de Los Alamos.

En julio de 1945, cuando se hizo explotar la primera bomba atómica, Alemania ya se había rendido y la guerra en el frente europeo había terminado. Los aliados seguían luchando en el Pacífico contra Japón. Al presidente Harry S. Truman, quien había asumido la presidencia de Estados Unidos tras la muerte de Roosevelt en abril de ese año, se le informó de esa primera explosión cuando se encontraba en Potsdam, en la reunión cumbre con Churchill y Stalin. Prueba de lo bien guardado del secreto del proyecto Manhattan es el hecho de que Truman no supo de él hasta que llegó a presidente.

Para entonces el papel del Reino Unido en Los Alamos era secundario. En un principio Londres había proporcionado un sinnúmero de físicos británicos y europeos y había realizado muchos de los trabajos científicos más importantes. Empero, en julio de 1945 Washington ya le había arrebatado la batuta.

En Potsdam, cuando Truman informó a Churchill de lo acontecido en Alamogordo, éste insistió en que se utilizara la bomba contra Japón si ello serviría para terminar la guerra. El presidente estadunidense también se lo platicó a Stalin, cuya reacción fue discreta, aunque, al igual que Churchill, insistió en que se usara contra los japoneses. En esos momentos, Truman quería convencer a Stalin de que colaborara con Estados Unidos en la guerra contra Japón. Al decidir utilizar la bomba atómica en Hiroshima y luego Nagasaki, esa colaboración resultó innecesaria.

Hace poco estuve en Los Alamos. El paisaje es majestuoso e intimidador. Se observan algunas de las poses más dramáticas de la naturaleza. Cualquier estructura construida por el hombre resulta insignificante. Pero fue en ese pueblo donde Estados Unidos llevó a cabo con éxito la empresa más secreta y audaz de la Segunda Guerra Mundial. Según Truman, Estados Unidos tenía en su arsenal un arma que iba a "revolucionar la guerra" y alteraría el curso de la historia.

Esa contradicción entre lo sublime de la naturaleza y los efectos horríficos de la bomba atómica construida en ese lugar hace de Los Alamos un rincón único. Ahí sigue el laboratorio que fundó Oppenheimer (Los Alamos National Laboratory). Continúa vinculado a la universidad de California, donde Oppenheimer trabajaba en 1942. Hoy tiene una nómina de más de 15 mil empleados y un presupuesto anual que rebasa 2 mil millones de dólares. Oppenheimer no duró mucho al frente del laboratorio. Egresado de Harvard y con un doctorado en Alemania (la capital de la física y otras ciencias durante la primera mitad del siglo XX), empezó a dudar de lo que había hecho. Se opuso a la bomba de hidrógeno (mucho más potente que la atómica) y el gobierno le perdió la confianza, acusándolo de vínculos con comunistas. Eran los años del macartismo. Oppenheimer siguió en el mundo académico, pero empezó a escribir más y más sobre los dilemas éticos de los científicos.

Como dijo el general Groves ese 16 de julio de 1945: "Estamos incursionando en un terreno desconocido y no sabemos lo que pueda ocurrir". Oppenheimer fue más escueto: "Sabíamos que el mundo ya no sería el mismo".

* Ex subsecretario de Relaciones Exteriores y presidente de Desarmex, AC

 
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