Usted está aquí: jueves 14 de julio de 2005 Opinión Estados Unidos, degradado por la guerra

Editorial

Estados Unidos, degradado por la guerra

Las mentiras forjadas por el gobierno de George W. Bush para justificar la agresión militar perpetrada contra Irak en marzo de 2003 han ido derivando en episodios turbios que enrarecen el ámbito gubernamental, estrechan gravemente las libertades de expresión y de conciencia, distorsionan el quehacer de los tribunales y coartan el ejercicio de la tarea informativa.

Cabe recordar que poco después del inicio de esa criminal aventura bélica el ex diplomático Joseph Wilson publicó en The New York Times un rotundo desmentido a una de las falsedades elaboradas por la Casa Blanca: que el régimen de Bagdad había intentado adquirir en Africa uranio enriquecido para fabricar armas nucleares. En venganza, el gobierno de Bush filtró a la prensa que la esposa de Wilson, Valerie Palme, trabajaba para la Agencia Central de Inteligencia (CIA) como agente encubierta, revelación divulgada por el oficialista Robert Novak en The Washington Post y por Matthew Cooper en la revista Time, lo que destruyó la carrera de la mujer en el mundo del espionaje.

Habida cuenta de que en el país vecino es delito que un empleado público revele la identidad de un funcionario encubierto, y puestos a investigar quién, dentro del equipo de Bush, había pasado el dato a los periodistas, los fiscales exigieron que Cooper y Judith Miller ­reportera de The New York Times que ni siquiera llegó a publicar los datos que recabó al respecto­ revelaran sus fuentes. Novak fue sospechosamente excluido de la investigación, Cooper y Time cedieron a la presión de los jueces y Miller, quien se negó a proporcionar la información requerida, se encuentra actualmente en prisión, acusada de desacato y de obstrucción de la justicia.

Paradójicamente Judith Miller fue una ardiente divulgadora de las falacias de Bush sobre las imaginarias "armas de destrucción masiva" en poder del depuesto gobierno de Saddam Hussein, invento usado como pretexto central para la invasión, destrucción y ocupación de Irak.

A la postre, los papeles entregados por Time y por Cooper a los jueces indican que el delator de Valerie Palme es Karl Rove, principal asesor político de Bush. El presidente, por su parte, ha preferido guardar silencio, aunque su vocero, Scott McLellan, insiste en que Rove cuenta con el apoyo y la confianza presidenciales.

El episodio pone al descubierto la desconfianza, la falta de ética y la descomposición que imperan en la administración de Estados Unidos, las complicidades entre la prensa y el poder, así como el pronunciado deterioro de la libertad de expresión y de las garantías para los informadores. Periodistas que se prestaron a ser usados como parte del aparato de propaganda oficial y después fueron instrumentos para golpear en forma ignominiosa a una voz disidente, como la de Joseph Wilson, ahora enfrentan las presiones de un sistema de justicia cada vez más autoritario e intolerante.

El gobierno de Bush, por su parte, aparece cada día más enredado en sus mentiras, en sus maquinaciones contra los críticos y en su manera inmoral y mafiosa de mantenerse en el poder. Mientras en Irak siguen muriendo nacionales e invasores y se hace cada vez más evidente que Washington enfrenta una guerra perdida, en el frente interno el conflicto se traduce en una descomposición impresionante de la vida pública.

 
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