Usted está aquí: domingo 10 de julio de 2005 Opinión El terror es criminal y sin atenuantes

Rolando Cordera Campos

El terror es criminal y sin atenuantes

Se esperaba y sucedió. Las amenazas se habían cumplido y nadie podía suponer que no ocurriría igual en Gran Bretaña, con todo y sus sofisticados y robustos servicios de información y contrainteligencia. Como ocurrió en Bali, Madrid y antes en Africa y en el Medio Oriente, la agresión fue a mansalva, criminal y en contra de la población civil. O contra militares en receso, no en batalla.

El castigado virtual puede ser el primer ministro Blair, pero las víctimas fueron seres humanos inocentes, hayan votado o no por el Partido Laborista y sus políticas de intervención en Irak. Hablar de guerra aquí puede economizar el lenguaje, pero lo que ocurre en Bagdad a diario es inconmensurable con lo que aconteció el 11 de septiembre de 2001 en Manhattan o el 11 de marzo de 2004 en Madrid.

Aparte de esto, no sobra recordar que hoy la mayoría de los que mueren en Irak son civiles y no combatientes, y lo hacen a manos de los llamados grupos de resistencia, algunos de los cuales no son iraquíes y pertenecen más bien a la internacional del terror articulada por Al Qaeda.

La invasión de Afganistán y luego de Irak no se dio conforme a lo que podemos todavía llamar el derecho internacional, y se decidió fuera o por encima del Consejo de Seguridad de la ONU. Se hizo, en el caso de Irak, con base en información endeble o de plano falsa, y una de sus secuelas más ominosas y menos difundidas ha sido el arrinconamiento de las libertades civiles en Estados Unidos y la violación flagrante de los derechos humanos en Guantánamo, El Cairo y otros territorios seleccionados para actuar por fuera de la legislación estadunidense en la materia.

Alguna vez dijo el gran Eric Hobsbawn que el mundo no había cambiado radicalmente a partir del 11 de septiembre, salvo por el hecho de que así lo habían decidido los gobernantes estadunidenses. Pero esa decisión sí ha tenido como efecto cambios sustanciales en el ambiente dentro del cual los ciudadanos viajan, hacen política o cultivan o descubren amistades.

El régimen de seguridad global que día a día se construye, en muchos aspectos sin consulta con los parlamentos ni audiencia a los ciudadanos organizados y dedicados a la defensa de los derechos humanos, acosa y acota la libertad de las personas y, por esa vía, paradójicamente, pone también en riesgo su seguridad. Por eso es que el sentimiento que domina la vida global de hoy es la inseguridad personal y colectiva, nacional y regional, y de ahí habrá que partir para imaginar salidas de este encierro en que la globalización metió al mundo.

Las responsabilidades políticas en torno a las guerras e invasiones con que inauguramos el milenio están sobre la mesa y se mantendrán ahí y articularán muchas decisiones importantes de la política electoral, constitucional o cotidiana. Los presidentes y ministros deben responder ante sus partidos y partidarios, adversarios y opiniones públicas, pero nada de ello quitará lo criminal y artero al terrorismo, que se muestra eficaz y certero pero sin posibilidad alguna de reclamar para sus acciones legitimidad o comprensión alguna.

De aquí hay que arrancar para deliberar sobre nuestra participación irrenunciable en la erección de un orden global que algún día ofrezca con claridad y certidumbre una combinación satisfactoria entre desarrollo, equidad, seguridad y libertad. El que esta combinatoria no exista hoy, y el que los poderosos de la tierra decidan posponer su construcción una y otra vez, no puede justificar en momento alguno la agresión a mansalva, hecha desde la oscuridad y con fines irracionales, así sus medios sean los más modernos imaginables.

Nadie está fuera de esta onda diabólica lanzada "contra los cruzados" que son todos, salvo los juramentados para matar. El aldeanismo no es un humanismo ni protege a nadie del terror. Solazarse en la insularidad es simplemente cerrar los ojos y esperar lo peor.

 
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