Usted está aquí: sábado 2 de julio de 2005 Opinión Un periodo extraordinario

Roberto Campa Cifrián

Un periodo extraordinario

Terminó el periodo extraordinario de sesiones del Congreso de la Unión. Atendiendo una resolución de la Corte, fue convocado para analizar las observaciones del Presidente al Presupuesto 2005. El tema no se tocó.

Conviene recordar cómo se inició este asunto: cuando recién se instaló la legislatura, en septiembre de 2003, el PRI era el partido ganador en las elecciones, tenía 224 diputados y era, en consecuencia, el eje de la negociación en la Cámara.

La ley señala que las comisiones legislativas se distribuyen de manera proporcional, de acuerdo con el peso de cada partido. En aras de especializar a la gente en el trabajo parlamentario, se convino ajustar las proporciones a la última elección, pero procurando que los partidos mantuvieran las comisiones que tenían en la anterior legislatura.

El PRI advirtió, sin embargo, que sólo estaría dispuesto a considerar una reforma hacendaria si presidía la Comisión de Presupuesto, dejando al PAN la de Hacienda, es decir, cediéndole al partido en el gobierno la responsabilidad política de un incremento a los impuestos.

Como el asunto no pudo acordarse con el PAN en la Cámara, fue necesaria la intervención del presidente Fox. Y aunque apenas unos días después quienes estábamos en favor de la reforma hacendaria perdimos la votación, la coordinación del grupo parlamentario y la presidencia de la Junta de Coordinación Política, el PRI se quedó con la presidencia de la Comisión de Presupuesto.

Para hacerse cargo de la comisión, la nueva mayoría parlamentaria priísta, encabezada por Emilio Chuayffet, decidió remplazar a Francisco Rojas por Angel Buendía, un diputado que había jugado, dentro de la Cámara y en los órganos del PRI, un papel muy destacado en la operación para arrancar la coordinación a la maestra Elba Esther Gordillo.

A quienes perdimos se nos acusó de traición, de negociar con el gobierno a espaldas del partido. Quienes llegaron, equipararon independencia con abierto enfrentamiento.

Como el nuevo presidente de la Comisión de Presupuesto no tenía control sobre sus integrantes priístas, intentó remplazarlos; cuando fracasó, por la oposición del coordinador Chuayffet, decidió que su problema se revolvía si no convocaba a la comisión y negociaba personalmente con los presidentes de las otras comisiones de la Cámara y con los gobernadores.

Anunció entonces que, por primera vez en la historia del país, el presupuesto lo harían los diputados. Pidió a las comisiones proponer los requerimientos de gasto de sus respectivos ramos, y organizó reuniones regionales para que los gobernadores, en actos públicos, expresaran cuánto dinero federal requerían.

El resultado fue desastroso. Las comisiones de la Cámara son de dictamen, salvo una o dos; ninguna tiene experiencia presupuestal ni conocimientos, y con los gobernadores la fórmula era ofrecer, sin importar si había recursos o no.

Lo que sucedió cuando se aprobó el presupuesto no se debe repetir. Envalentonados por haber expulsado a Hacienda de las negociaciones, un puñado de diputados resolvió los escasísimos márgenes de gasto que son susceptibles de reasignación, sin ningún rigor, pasando en muchos casos del abuso al capricho, decidiendo uno de los principales instrumentos de la política fiscal, diputados a quienes al final no les salieron ni las cuentas.

El Ejecutivo anunció inmediatamente que haría observaciones al presupuesto aprobado. Para complementar la tarea, la mayoría decidió no atender las observaciones del Ejecutivo y rechazarlas el último día. No hay asunto en el que el Legislativo intervenga más en el Ejecutivo que en la aprobación del presupuesto público. En esta materia, la Constitución otorga a la Cámara de Diputados facultades exclusivas pero no absolutas; por eso la Corte dio la razón al Ejecutivo y obligó a la Cámara a conocer de las observaciones y rechazarlas con las dos terceras partes de los votos presentes.

Las dos terceras partes no se completaron y entonces se decidió retirar el asunto de la agenda y dejarlo pendiente. Nos va a costar trabajo, pero al final debemos reconocer que el Presupuesto 2005 se hizo mal.

 
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