Juan José Gurrola El acertijo de Hamlet ![]() La tarea monumental de traducir Hamlet no habría llegado a su forma que presentamos hoy si no fuera por que un día (hace cuatro años) cayó en mis manos un pequeño librito titulado Hamlet y los piratas perteneciente a Pixie (mi primera esposa), del que me atrajo el subtítulo "Un Ejercicio de detectación literaria", escrito en 1950 por D.S. Savage. Con capítulos atractivos como "el acertjio de fortinbras / ladrones misericordiosos / el manuscrito de shakespeare / piratas y piratería", etcétera. Siempre he tenido una propensión a indagar, como detective, el porqué de las cosas. El porqué el teatro succiona la mente de los espectadores, el porqué de la mecánica cuántica, cómo trabaja el subconsciente de un actor, ¿qué hay detrás de la obra de Marcel Duchamp?, así como Diego Rivera abría los sapos para ver qué hay adentro. Los manuales de instrucciones me fascinan más que la cámara o el artefacto que compré. Así que las primeras líneas donde el autor abiertamente explica que va a ignorar las cuestiones metafísicas y éticas de la obra en cuestión para concentrarse en descifrar las ramificaciones de la trama que han quedado en la oscuridad, relegadas por la mitología hamletiana, me impulsaron a ir en busca de algún descubrimiento en Hamlet que a fin de cuentas fue la fresca zona celestial del ingenio del poeta o sea, the wit: la agudeza, picardía, sagacidad de un astuto y festivo Hamlet. Las delicias de estar dando vueltas alrededor de los personajes, casi llegando a marearlos, confundirlos con su agilidad mental. El laberinto y las diversas ramificaciones de la obra ponen a Hamlet en el centro de un complot de consecuencia política indudablemente. ![]() El libro Hamlet y los piratas integra varios puntos de vista sobre el significado de la obra. Resaltaré dos o tres que provocaron mi curiosidad y por ende revisar el original en inglés y algunas traducciones como la de Astrana Marín y Madariaga. Mismas que en su afán de compararse con el autor, sus giros poéticos invierten, recargan, adornan sus versos hasta el punto de no reconocer la intención del bardo. Y así empecé a traducir algunas escenas importantes. Debo confesar que me ayudó mucho un Dictionary of Slang and Unconventional English que contiene coloquialismos, vulgarismos, apodos, bueno, la jerga de los bares, de la calle, del caló judío y también palabras en desuso por antiguos autores ingleses. y otro libro, The Shakespeare Folios, donde se imprime en inglés antiguo la obra (1623) del autor y su transposición moderna. Traducir es un placer incomunicable. Encontrar la figura de la frase que embone con el significado del original en inglés es reconfortante al alma. Hablas con el autor, te pones en sus zapatos y los lenguajes bailan un tango. Empecé a traducir casi a carcajadas al írseme revelando al gran simulador que es el príncipe de Dinamarca. Travieso, intrigante, y sobre todo comediante con muchas tablas y un olfato para el teatro y la respuesta del público fabuloso. Por muy erudito que sea el traductor de teatro, si no tiene la experiencia del peso de una frase y su impacto en la trama, la piedra no cae al agua para centuplicarse en ondas circulares en la mente del espectador. Sobre todo que la obra engloba "la totalidad de la existencia" como diría Hermes el manipulador, el embustero. Hamlet transita en los bordes entre la realidad palpable y lo desconocido. Hamlet sitúa lo impredecible como lugar común. Se burla o más bien blasfema contra el principio de la causalidad. No hay sincronía, ni las analogías se cumplen. Casi todos mueren por accidente y las proposiciones se diluyen en el transcurso de la obra. Con tan sólo ver cómo se derrite el afán de vengar a su padre matando a su tío o cómo después de despotricar contra su madre ordenándole casi que se abstenga de entrar al lecho lujurioso con el rey, a los dos minutos vuelve a entrar y le aconseja que lo seduzca, que se deje pellizcar, que la llame "mi ratoncita", terminando como dos amigas platicando sobre el viaje a Inglaterra. Y la homosexualidad latente en la humillación verbal que sufre Ofelia. ![]() Todo es prueba de que Shakespeare estaba en un momento de su vida donde quería desembarazarse de su propio talento para accionar un tragedia y rematar con la consecuencia lógica de la debilidad humana como los celos en Otelo, el amor en Romeo y Julieta, el poder en Ricardo III o en Macbeth. Se negó a manipular al público, a conseguir la tan mencionada catarsis. Y esto se debe mucho a el estado de ánimo que sufría al redactar la versión final de Hamlet. Se cuenta que el Teatro de Globo se había clausurado por intrigas y rencillas propias del arte teatral. Que su mujer lo había abandonado por su mejor amigo y que versiones de la obra circulaban sin su consentimiento. Versiones piratas sacadas del traspunte o algún actor avezado que dio el manuscrito a algún editor. Como dice Raúl Falcó en la introducción al libro: Sin embargo, aceptando que "The Globe Company" incluyó seguramente esta nueva producción en su repertorio entre 1595 y 1598, la primera edición del Hamlet de Shakespeare data de 1602 y está elaborada a partir del uso fraudulento del libreto de un actor o de un traspunte, plagada de errores y omisiones, al grado de que el mismo autor, indignado ante este fraude, interpone una querella en contra del editor acusándolo de piratería flagrante. Este último, de quien no conservamos el nombre, acaso iluminado tanto por la admiración como por el sentido del comercio, prefiere ofrecerle al autor regalías adelantadas y derechos de exclusividad si, de su puño y letra, éste se compromete a entregarle la versión autorizada y definitiva de esta obra. Gracias a ello, hoy disponemos del manuscrito de 1604, en el que Shakespeare retoma su propio texto, cambia el orden de ciertas escenas así como los nombres de algunos personajes, añade más de mil versos a la versión anterior (al grado de que Hamlet es la obra más dilatada del catálogo shakespeariano) y usa literariarmente (muy cercanamente al espíritu de sus casi confesionales sonetos) un texto eminentemente dramático para denunciar, a través del personaje de Hamlet y de sus brutales contrastes con su entorno, toda la amargura, lucidez y desencanto que, en ese año de 1604, le ocasionaron la disolución de su compañía en medio de las más siniestras intrigas, la traición de su mujer con su mejor amigo y los nubarrones de incertidumbre que ya podían avistarse respecto al futuro inmediato del reino y de la corona. Estamos pues frente a uno de los casos más curiosos de la literatura dramática de la historia, ya que, siendo Hamlet uno de los parangones más indiscutibles de la historia del teatro, se trata finalmente de un texto literario, cuya finalidad nunca fue en mente de su autor la de cumplir con un diseño ideado para su representación, aunque, sin embargo, al mismo tiempo, su osada dramaturgia y su estrategia arquitectónica constituyen una de las cumbres de la meditación acerca de las causas de la enfermedad del teatro y de lo que éste puede llegar a ser si se cuestionan sus anquilosados axiomas. De ahí Hamlet y los piratas que no sólo habla de la piratería literaria sino de los piratas que atacan el barco donde va Hamlet a Inglaterra con Rosencrantz y Guilderstern, que llevan una carta dirigida al rey de Inglaterra para que Hamlet sea ejecutado al llegar. El barco es sometido por los piratas y sólo Hamlet queda prisionero. Después resulta que el barco pirata regresa a Dinamarca con el príncipe, quien cambió la carta por otra en la que se pide que sus compañeros de viaje sean ejecutados. ¡Que les corten la cabeza! ¡Qué casualidad, ¿no? Así la trama se entreteje bajo la astucia de Hamlet que prefiere representar "La Muerte de Gonzago" donde atrapa la conciencia del rey y prefiere no matarlo. ![]() Shakespeare estaba harto de escenificar los defectos de la raza humana. Llevar de la oreja al público a la inevitable tragedia as the greeks. Y se pone a escribir este dechado de artilugios laberínticos cuya complejidad los críticos han tratado de dilucidar en innumerables ensayos, y quisiera resaltar el del profesor J. Dover Wilson con su admirable "¿Qué pasa en Hamlet?", que inició mi investigación con mas interés y así después de cuatro años creí haberla terminado hasta que la leyó Raul Falcó, con quien después tuve interminables charlas sobre este evasivo y monumental personaje. Y el nivel genial de William Shakespeare. Pero mi traducción, aunque buena, tenía altas y bajas y así Raúl la tomó, la revisó y la mejoró para su publicación. Le debo una. Y también a Rodrigo Fernández de Gortari, que se encargó del diseño y al Departamento de Publicaciones de la UNAM que la imprimió. No me cabe la menor duda de que si Shakespeare fuera mosquetero su claque serían Nietszche, Cervantes, Hermes, Jung, Henry Fielding, la mecánica cuántica, todos en sincronía con los grandes comediantes del mundo. |