Usted está aquí: miércoles 22 de junio de 2005 Opinión La pasión por opinar

Luis Linares Zapata

La pasión por opinar

Con todo su pesado bagaje comunicativo a cuestas, el subcomandante insurgente Marcos desgrana unas cuantas cuartillas de sus apuntes partidarios. Desea, por lo visto, adjuntarse como un observador adicional del ya aventajado proceso sucesorio y salir, de esta graciosa manera, del temporal olvido al que se encuentra sometido. Y, para ello, no duda en emitir una serie de opiniones que hace pasar por originales puntos de vista, pero que, en verdad, son lugares harto comunes, ya explorados en la prensa cotidiana casi al mínimo detalle. El objetivo es un deslinde, a tiempo, de lo que, según él, será un retoque, autoritario, del neoliberalismo con antifaz de izquierda.

Sin el menor rubor empieza a pasar, por su otrora afilada cuchilla, a los panistas. Sólo dos le merecen atención: Santiago Creel y Diego Fernández de Cevallos. Felipillo queda en la trastienda y de Barrio a lo mejor ni se acuerda que es un aspirante tempranero. Tampoco se dirige a Alberto Cárdenas aunque, si se hubiera actualizado, lo vería como todo un ventarrón de popularidad que escala posiciones sin haber entrado, de manera abierta, en la contienda. Marcos retrae a la memoria del lector de su misiva (no tan larga para su costumbre) lo que intenta ser un recuento descriptivo del PAN y sus militantes. La nostalgia y el olor a sacristía que despiden desde su fundación inunda y permea el trasteo intentado por el guerrillero. Nada en realidad que pueda adoptarse como novedad. El crítico no suelta ninguna frase que amarre con el presente a no ser el pegote yunquero que les achaca como fase dominante en Los Pinos. Mucho de la realidad del PAN de hoy día pasa desapercibida en el relato y pronto lo deja de lado.

Al enfocar al PRI Marcos no puede evitar el borbotón de epítetos despectivos, ya sea para describir su largo paso por el poder de la República como al lidiar con Roberto Madrazo, (delincuente) con Yarrington, Montiel o con el salinismo. Destaca el ataque frontal, sin aparejar el menor fundamento, a uno de los más destacados priístas del momento: Enrique Jackson. Le atribuye nexos indubitables con el crimen organizado que, a decir verdad, tal legislador no tiene registrado en su ya largo peregrinar por la política y la función pública. Tal parece que el actual senador se merece los denuestos sólo porque, al ser sinaloense, necesariamente, y dentro de su penetrante visión, Marcos lo adjunta al oscuro financiamiento del secuestro y el narcotráfico. El guerrillero se sabe inmune a demanda por lo que alega y predica con total desparpajo. Las encuestas que se publicaron ayer martes en el diario Reforma, y donde Jackson destaca como un serio rival de Madrazo, le podrían auxiliar a matizar opiniones tan sueltas como falsas.

Pero el verdadero propósito de Marcos apunta hacia el PRD y, más extensivamente, a la izquierda mexicana, aunque no se olvida de sus extensiones Latinoamericanas. Y aquí se toma todo el tiempo y las ágatas disponibles. López Obrador es su punto focal. Al hacerlo el continuador de Salinas (su misma imagen reflejada en el espejo) Marcos parece tener dos intenciones con respecto al jefe de Gobierno. Una de rampante descarte preconcebido y generalizador. Andrés Manuel sería un vulgar imitador tardío del ex presidente, ese pequeño innombrable. La otra de enredado favor al jefe de Gobierno al predicarle características neoliberales que, en verdad, nunca ha tenido su referente en la mal concebida misiva urbi et orbi. Tratar de hacer aparecer a López Obrador como un continuador del neoliberalismo en boga es un giro torpe en el liviano análisis del zapatista. Y todo porque el tabasqueño se atrevió a sostener que mantendría, como una de sus varias prioridades, los equilibrios macroeconómicos de que ahora gozan las finanzas públicas. Partir de este hecho para afirmar que son tales equilibrios los que causan las disparidades del ingreso (injusticia social) es una niñería de aprendiz. Más aún restarle categoría al jefe de Gobierno por sostener, sin tenerla, según su alegato y dictado, una visión de izquierda consistente. Olvida Marcos el programa antiprivatizador de López Obrador ahí donde verdaderamente duele, en la energía, punto nodal para la independencia de México y la creación de riqueza propia. El segundo piso del modelo neoliberal lo siguió levantando Zedillo y ahora Fox. Un sendero constructivo bastante distinto a lo que avanza el aspirante que critica Marcos.

Como todo aspirante a subvertir el orden establecido y combatir al sistema de manera frontal, con arrestos revolucionarios, Marcos puede, desde su perspectiva selvática y literaria visión de la historia, lanzar la sublime oferta de un ignoto país edificado a partir del triunfo armado de su facción. Propósito que no puede hacer suyo un aspirante a la Presidencia mexicana, sobre todo si para conseguirla hay que pasar por las urnas. Ser de izquierda no implica renunciar a crecer y distribuir dentro de la estabilidad, como tiempos simultáneos engarzados a un mundo interdependiente. Afirmar que López Obrador engendra, con sus desplantes autoritarios, un huevo de serpiente que levantará el leviatán futuro de su factible gobierno, puede lanzarse como profecía (a lo mejor esta sí en espejo personal) desde un campo minado donde se impuso una paz armada que apela a posturas redentoras que pocos eligieron.

 
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