Usted está aquí: miércoles 22 de junio de 2005 Opinión Los evangélicos y la tentación del poder

Carlos Martínez García

Los evangélicos y la tentación del poder

Hace un siglo representaban, en México, medio punto porcentual del total de la población; hoy alcanzan, de acuerdo con proyecciones basadas en el Censo General de Población de 2000, entre 10 y 15 por ciento de quienes declaran tener alguna religión. Los evangélicos no sólo han experimentado un significativo crecimiento numérico, sino que al mismo le ha ido acompañando una transformación en sus aspiraciones de inserción en la vida pública del país.

Tanto por razones doctrinales como por el contexto social y político nacional en el que se vio obligada a sobrevivir, la minoría protestante/evangélica marcó una clara línea de separación entre la comunidad de fe y el resto de la sociedad. La separación incluía el rechazo a casi cualquier tipo de participación político-electoral, tanto como una clara noción de diferenciarse de todo aquello que tuviera relación con el catolicismo hegemónico presente en la vida cotidiana por todo el territorio nacional. Sin desaparecer del todo, en las últimas tres décadas el complejo de minoría ha ido disminuyendo paulatinamente entre los creyentes, organizaciones y asociaciones religiosas evangélicas. Al mismo tiempo en algunos sectores de ese conglomerado se ha fortalecido la idea de que es tiempo de salir a la plaza política pública, ya que al contar con un electorado potencial importante es factible negociar posiciones, y/o reivindicaciones de posiciones particulares, con los distintos partidos políticos.

La gran diversidad existente dentro del evangelicalismo mexicano hace imposible un manejo corporativo del mismo. Sin embargo algunos de sus personajes y organizaciones han intentado, quién sabe si por candidez o sagacidad, aparecer como sus representantes regionales y nacionales. Fue el caso de quienes se sumaron con entusiasmo a la campaña de Vicente Fox, e incluso participaron en lo que se conoció como el gabinete religioso foxista, conformado antes de las elecciones presidenciales de 2000 y que supuestamente se haría cargo de la Subsecretaría de Asuntos Religiosos. En el amasijo se articularon católicos y protestantes, y uno de sus ideólogos envió una carta a líderes y feligresía evangélica demandando el voto en favor de Fox, a quien presentó como hombre de Dios para sacar a México del ostracismo. Cabe mencionar que ese mismo escritor de la epístola fue antes un decidido apologista del salinismo.

Ahora con los tiempos políticos adelantados a que obligó el vacío del foxismo, y su incapacidad para gobernar, también los evangélicos, más bien un grupo considerable de ellos, han decidido movilizarse para influir de alguna manera en las elecciones presidenciales de 2006. Con este fin los dirigentes de las principales asociaciones religiosas evangélicas, tanto por su antigüedad como por el número de creyentes que militan en ellas, están convocando a una especie de cónclave que denominan "Magna tercera reunión nacional de líderes pastorales y laicos prominentes", que tendrá lugar este fin de semana en Cuernavaca, Morelos. Como objetivo principal anuncian la elaboración de un "proyecto cristiano de nación", con propuestas en distintas áreas, entre ellas la económica, familiar, salud pública, derechos humanos, medios de información, participación política, etcétera. El comité convocante y sus asesores está compuesto por 10 personajes, todos clérigos profesionales.

El modelo de inserción de las iglesias protestantes/evangélicas en el país ha sido el que se conoce como de comunidades de creyentes o de asociación voluntaria. En esta modalidad la conversión es el paso inicial para la incorporación a una iglesia; el paso implica una elección consciente. Por lo mismo el evangelicalismo siempre consideró que su trabajo tendría que ser realizado con sus propios recursos y métodos. Hoy por todo el mundo donde el protestantismo de corte evangélico se está expandiendo, que por cierto es el más dinámico y con ansias de conquista, algunos de sus líderes piensan que es tiempo de cosechar posiciones políticas y electorales, para una vez ganados cargos de elección popular impulsar principios éticos característicos de sus iglesias. Antes partidarios de una estricta separación Estado-Iglesias (en plural porque hay más de una en México), ahora los evangélicos parecen estarse inclinando hacia la posición católica de considerar al Estado y sus aparatos como medios y facilitadores para extender, si no es que imponer, ciertas creencias particulares a la generalidad de la población.

La contribución del protestantismo evangélico en México ha sido considerable, aunque invisible para muchos sectores aquejados de una especie de daltonismo católico cultural. Ahí está su lid por la libertad de creencias, la creación de ciudadano(a)s habituados a las prácticas democráticas, la noción de igualdad entre los llamados clérigos y los laicos, la alfabetización lenta pero eficaz en los pueblos indígenas donde tienen creciente presencia, la construcción de vías pacíficas para solucionar conflictos con quienes los atacan, infinidad de proyectos productivos en pueblos abandonados por las instituciones públicas, su misma existencia es un aporte a la diversidad que compone la nación. Seguir por la senda del servicio pudiera no atraerles los reflectores de la opinión pública, en cambio el poder va a ponerlos frente a las grabadoras y cámaras, aunque sólo a algunos de ellos, los que negocien por una bicoca, como Esaú, su primogenitura.

 
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