Usted está aquí: domingo 19 de junio de 2005 Opinión Homosexualidad, familia e Iglesia

Marcos Roitman Rosenmann

Homosexualidad, familia e Iglesia

Ampliar la imagen Ayer se llevaron a cabo dos marchas en Madrid, Espa�en favor y en contra de los matrimonios entre homosexuales, iniciativa de ley que promueve el gobierno socialista encabezado por Jos�uis Rodr�ez Zapatero. En la imagen, Daniel Gal�y su hija Tiresias, quien naci�ego de una relaci�ntre �e y su amiga bisexual Patricia. Ambos participaron en la manifestaci�OTO Ap

Resulta significativo que tras dos milenios de intentar mantener el control sobre las almas de las personas, la religión católica se arrogue para sí en el siglo XXI el monopolio de la definición del concepto de familia y de matrimonio. Al igual que hace 500 años ejercía su poder inquisitorial sobre Giordano Bruno enviándolo a la hoguera por contravenir el sistema cerrado de un universo finito y no tenía prejuicios para matar en nombre de Dios a cientos de mujeres acusándolas de brujería, hoy no disimula su labor de castración de los derechos civiles y humanos iguales para todos los ciudadanos. Así, emprende una nueva cruzada en nombre de la moral de la razón cultural de un occidente católico, apostólico y romano. El cambio social, la libertad de credo y pensamiento no forman parte de la doctrina de la Iglesia católica. Menos aún parece darse cuenta que el Estado moderno se funda precisamente en la separación entre Iglesia y Estado. No quiere perder privilegios y desea seguir mandando sobre las mentes, los cuerpos, las preferencias sexuales, religiosas y por encima de los derechos de los ciudadanos a elegir y transformar los criterios que definan legal y jurídicamente qué es matrimonio y qué es familia.

La historia de la Iglesia católica y sus instituciones, órdenes religiosas, está plagada de comportamientos tendentes a evitar el desarrollo de sociedades libres y abiertas al conocimiento, la diversidad cultural y la moral sexual. Comenzaron cambiando la profesión de una prostituta para luego evitar el contacto sexual y engendrar un hijo por medio del espíritu santo. Todo una mentira para negar el placer del sexo. En otro orden de cosas, no olvidemos el exilio a que se vieron obligados a recurrir los árabes musulmanes y los judíos en la España del siglo XVI gracias a la gran tolerancia de los mismísimos reyes católicos. Tampoco debemos echar en saco roto que gran parte de las riquezas actuales con que cuenta su patrimonio cultural son fruto del robo y el expolio realizado bajo la protección de la cruz y la espada justiciera de Santiago Matamoros a millones de indígenas en América Latina. No menos cierto es que han practicado de forma sistemática la tortura y sometido a pueblos enteros con el fin de lograr la ansiada conversión de fe. La labor evangelizadora no tiene nada de idílico. Por el contrario, se funda en el desprecio más absoluto a la diferencia y la alteridad.

Durante la Segunda Guerra Mundial, la Iglesia católica calló ante el asesinato de miles de homosexuales y lesbianas en la Alemania nazi y la Italia fascista. Al igual que los nazis y los fascistas, la Iglesia coincidía con su rechazo por considerarlos seres biológicamente enfermos y mentalmente sometidos a una perversión sexual. La conclusión era clara: hay que perseguirlos. Y además se les consideraba delincuentes. Si los primeros los mataban, los segundos los rechazaban, pero ambos coincidían. Combatir la homosexualidad era labor de todo católico y de buen ciudadano. Muchos miembros de la Iglesia católica alemana delataron a lesbianas y homosexuales; también curas aconsejaron a sus fieles en las homilías enviar anónimos a la Gestapo para su identificación. Les quitaron sus casas y fueron conducidos a los campos de exterminio. Más tarde, la Iglesia siguió persiguiendo la homosexualidad, aunque nunca dejó de tenerlos entre sus miembros y fieles. Sin embargo, los condenó con una doble moral que no aplicó a casos de obispos, cardenales y sacerdotes que han cometido delitos de violación a menores, es decir, pederastas.

La Iglesia da cobijo a destacados miembros del Tercer Reich acusados de crímenes de lesa humanidad, apoya y es cómplice del golpe de Estado que acaba con la Segunda República en España. Bendice, en los años 70 y 80 del siglo XX, la labor de torturadores en Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay. Asimismo, el Estado Vaticano es un poder fáctico y un lobby frente al poder civil, baste recordar el entierro-espectáculo del papa Juan Pablo II. Jefes de Estado y de gobierno, reyes, príncipes, princesas, en fin, una parte destacada de la élite de este planeta acude a los funerales de un anti-comunista que conspiró contra el gobierno sandinista de Nicaragua y calló cobardemente ante las muertes de cientos y miles de militantes de izquierda en los regímenes de Pinochet, Videla o Bánzer, a quienes bendijo y dio su absolución sin el mayor remordimiento de conciencia ni escrúpulo.

Cuando el siglo XXI produce un mundo en el que los derechos políticos de todos los ciudadanos deben ser reconocidos más allá de credo religioso, etnia, clase, ideología política o género, la Iglesia se levanta para defender como familia y matrimonio su opción, que sólo es vinculante a sus fieles. Es como si la definición de religión sea adjetivada como católica. El concepto de familia debe contener toda opción que suponga formar pareja, sean del mismo o de diferente sexo, y deseen tener hijos de forma natural o adoptarlo. Lo mismo ocurre con el concepto de matrimonio. El matrimonio católico monógamo es una opción y el polígamo es otra. Tratar de imponer socialmente y restringir el uso del término o derivarlo hacia una propuesta ideológica-política conlleva una carga de totalitarismo cuyo sentido revela el carácter homófobo del catolicismo.

Cuando vemos que la Iglesia y sus máximos representantes salen a la calle a protestar en defensa de la familia y del matrimonio católico no hacen sino revivir en la mente de laicos y seculares toda su doble moral, que durante siglos han venido ejercitando contra quienes desde el agnosticismo o el ateísmo han respetado la práctica privada de la fe católica u otra cualquiera que ésta sea. Sin embargo, su odio y animadversión hacia otro tipo de familia y matrimonio esconde una visión del sexo, del amor, de la vida y de los hijos incompatible con la moral cristiana y, desde luego, con la ética y la justicia social. La Iglesia católica, lamentablemente, no deja de ser una institución inquisitorial cuyos fundamentos se encuentran en las cruzadas de la muerte y no en la defensa de una vida digna, cuyo máxima consiste en igualdad de derechos para todos con leyes justas, buenas y que se cumplan. Ojalá la Iglesia se someta al poder civil, eso será síntoma de su transformación democrática.

 
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