Usted está aquí: miércoles 15 de junio de 2005 Política Fama y mentira

Arnoldo Kraus

Fama y mentira

La fama nunca debería parecer enfermedad. Sin embargo, muchas veces lo es. Nunca debería acompañarse de engaño o de mentiras. Sin embargo, en no pocas ocasiones, sus vestimentas son falsas y sus ideas embustes. Aunque el prestigio nunca debería utilizarse para deformar, inventar o modificar la realidad, con frecuencia, la "otra" realidad muestra cuán dañinas pueden ser las patrañas que surgen de nociones dislocadas o de conceptos falsos.

Muchos mesías han llegado a la Tierra. Casi nadie se ha quedado. El problema es mayor cuando la fama se acompaña de poder, y cuando sus preceptos se diseminan en sociedades con pobre capacidad para interpelar. Como en tantas otras ocasiones, la enfermedad -en este caso el síndrome de inmunodeficiencia adquirida-, los miedos que emanan de ella y las creencias equivocadas en torno a ésta son fértil escenario para falsear la realidad y para que el peso del poder y de la reputación encumbren ideas equivocadas. A las lacras previas agrego otros fardos: incultura, intereses económicos del médico alemán Matthias Rath y la complicidad del gobierno de Sudáfrica.

Sudáfrica es quizás la nación más castigada por la pandemia del sida: cada día mueren 600 personas y 25 por ciento de la población entre 15 y 50 años es seropositiva -se encuentran infectados por el virus de la inmunodeficiencia humana, VIH-. En algunas poblaciones, más de la tercera parte de los habitantes son portadoras del virus o padecen la enfermedad. Se ha dicho que algunos pueblos podrían desaparecer en las próximas décadas de no frenarse la diseminación de la infección.

Hasta 1994 esa nación sufrió de la hegemonía racial de los blancos. La finalización del apartheid restañó algunas heridas de la población negra pero trajo consigo el ascenso de otros fanatismos y cegueras en manos de los gobernantes actuales. El presidente, Thabo Mbeki, ha cuestionado la sapiencia y credibilidad de los investigadores extranjeros en relación con el sida, y ha encumbrado a los científicos disidentes de su país que ponen en duda los nexos entre VIH y sida. La suma de esos dislates ha dado pie para que Rath pregone sus mentiras y enriquezca no pocos bolsillos.

Matthias Rath es un médico que asegura que el sida puede ser tratado tomando multivitaminas y no los tratamientos antirretrovirales que impiden que el virus siga replicándose y que han sido utilizados en todo el mundo. De los antirretrovirales Rath asevera que son veneno; de las multivitaminas no comenta que él las comercializa mediante una de sus empresas y tampoco publicita los nexos mercantiles que guarda con algunos miembros del gobierno de Sudáfrica. Es tal su poder y su locura, que ha utilizado inserciones pagadas en revistas de "excelencia médica" como el Journal of the American Medical Association. Asimismo, en diarios tan prestigiosos como el New York Times y el International Herald Tribune ha desplegado a toda página sus ideas dirigidas a la población sudafricana. (Habría que preguntarse qué tan ético y lícito es que los periódicos publiquen "todo" lo que el pagador disponga. Lo hago entre paréntesis porque esa idea merece reflexión aparte.)

El problema de Rath no es sólo Rath. El problema es el contubernio entre este apócrifo y famoso científico con las autoridades de Sudáfrica. Médicos Sin Fronteras, las Treatment Action Campaign -organizaciones mundiales que militan contra el sida- y diversas agrupaciones médicas sudafricanas han intentado, en vano, frenar las invectivas del médico. El fracaso se debe, en buena medida, al espaldarazo que le han dado a Rath las altas esferas del gobierno sudafricano.

Los virus, como el que produce el sida, son partículas diminutas y muy complejas. A los científicos les cuesta inacabables horas desmarañar su comportamiento. A la ignorancia le cuesta menos diseminar sus poderes. En Estados Unidos, un estudio reciente demostró que uno de cada siete africano-estadunidenses considera que el sida fue creado por el gobierno para controlar a la población negra. Esta idea podría denominarse la teoría de la conspiración y se concatena bien con la política de la ministra de Salud sudafricana que sigue pensando que el limón, el ajo y la remolacha son eficaces contra el sida. Se vincula también con la actitud del finado papa Juan Pablo II, quien hablaba de la "irresponsable y amoral actividad sexual de los africanos" y de "la nefanda poligamia africana", sin olvidar su encarnizada pelea contra el uso del condón. Elementos como los señalados dan pie a pesar de sus mentiras, para que Rath goce de la fama que tiene y continúe diseminando sus productos, no obstante que éstos sirvan como palas y picos para cavar tumbas y más tumbas.

 
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