EN EL PRESENTE DE UN PASADO QUE VENDRÁ
![]() Cada vez es más claro que el lenguaje, los lenguajes son sistemas de remisión infinita y, en ese sentido, la poesía es su forma más acabada: la que deja intacta ilesa de tan desnuda la figura de las palabras y las frases sólo a fuerza de zarandear todos sus resquicios, de agotarlas sin agotarlas, de cansarlas sin morir en el intento. De modo que sólo puede ser una presunción, una fantasía o una necedad la supuesta concreción de cierta poesía, la naturalidad de ciertos autores, sólo alcanzada a través del supremo artificio de ocultar sus claves y andamios, la obra negra y errada que hay debajo de toda cornisa perfecta, de todo verso inapelable. Y sin embargo es una delicia que poetas como Juan Gelman (Buenos Aires, 1930) hayan evolucionado de tal modo en su apego a objetualizar las palabras que, de pronto, se encuentran con que la sintaxis estorba y el aliento se detiene y la poesía es música sincopada: las pausas que hace el silencio entre dos palabras vivas. País que fue será, desde su título, es una vocación de ordenar de otro modo el tiempo, de prescindir de signos que sólo interrumpen el flujo de esas cosas que ruedan "como si" dentro del poema, esos objetos a los que les basta "lo que no sucedió" y a lo mejor son las palabras, que ocurren en el presente de un pasado que vendrá. Un poeta es su sintaxis o, más bien, los desacatos que comete a la hora de derogar los preceptos gramaticales y asumir su propio fraseo. La de Gelman es clara como la voz de un niño sin matices, ingeniosamente ingenua hasta la tautología: "Los poemas escritos en/ estado de frialdad tienen/ una ventaja: están escritos/ en estado de frialdad". "Cuando el dolor se parece a un país/ se parece a mi país", escribe en otro poema del libro, con la misma cólera incólume de otros días, de tantos como lleva escribiendo este poeta de ascendencia ucraniana y residencia nacional. Y su lenguaje, amenazado casi siempre de un simplismo peligroso, de esa aludida elementalidad que se parece a la denuncia social de la poesía comprometida (la cual sólo fue, en su momento, una amenaza, una promesa de poesía), se vuelve contra él, asume la voluntad tautológica que le corresponde al minero de sí mismo que es todo poeta, y que sólo puede rascarse al escribir (o rasgarse, si la costra es fresca), y se recupera del doble exabrupto de la llaneza y la denuncia para detonar, en una serie de imágenes clarísimas, la curvatura de su voz. El poema es "País" y su brevedad merece la cita completa: "Cuando el dolor se parece a un país/ se parece a mi país. Los/ sin nada se envuelven con/ un pájaro humilde que/ no tiene método./ Un niño raya con la uña/ lluvias que no cesan./ Está desnudo en lo que va a venir./ Una ilusión canta a medias/ un canto que hace mal." País que fue será no se reduce a un poema como un organismo no es su páncreas o su tejido límbico. No obstante, una sola célula, y aun unidades vivas más pequeñas, pueden dar cuenta de la perplejidad y la diferencia, lo mismo que de la naturaleza y condición del cuerpo al que pertenecen. El sucinto texto reproducido en el párrafo anterior lleva en germen al Gelman de siempre: el áspero encabalgamiento, la enigmática consistencia de relativos y preposiciones, el aire infantil de las frases, la voz trunca que adivina en su silencio el habla del lector. Ya otra reseña recordaba, en un comentario de Incompletamente (1995), que el poeta retomaba el aserto de San Juan de la Cruz (la palabra dice lo que dice tanto como lo que calla) para completarlo: y también "calla lo que dice". El mismo exilio exiguo, oxidado en el habla de otros poetas efímeros, suena en Juan a razón de ser en los enseres cotidianos que evocan los abandonados quizá para siempre. Pero el asunto que importa no es la innoble nostalgia ("esa puta del recuerdo", como dijo alguna vez Cabrera Infante) de "estos pájaros [que] vienen del sur" sino la conciencia paradójica de que, sí, de allá vienen, "tienen razón", pero "tener razón es un error". Los poetas como Gelman conciben la poesía como un vaivén, un crecimiento precario de olas o súbito de alas que nos mueve todo el tiempo. En su marea imantada, el texto se repite sin querer pues viene y va, y es por eso que varios de los poemas del libro terminan sin hacerlo, en una palabra incómoda, en una pausa que invita a rebobinar, en una sentencia que parece inaugurar otro poema, o una segunda parte, en la mente del lector. Pero no sólo hay país en el libro: hay niños o, por mejor decirlo, linfa infantil en "un mundo que hija nombres de sal", ya que se trata del mar, siempre del mar y de los barcos. Los niños húmedos de Gelman mueren apachurrados por su destino, con el rostro proustituido de memorias acechantes y besos desolados, sin olas para recorrer el camino de la boca de la madre a la tensión de saber, como Vallejo, que de ese día ya se tiene el recuerdo: "Un día de mayo moriré./ Decirlo me limpia de morir,/ tan enmayado, tan error y el peso/ de amar el envés de la vida./ Siempre seré lo que seré,/ centro de un niño/ en un cuarto sin luz." Porque un poema tiene que servir para aprender a no estar cuando eso ocurra, lo mismo que a ser el que fuimos cuando nos preocupaban menos los años que las montañas. La poesía de País que fue será es fiel a su naturaleza de alusión al vuelo, de aluvión, de movimiento continuo e impreciso, sordo más que ciego, lleno de tacto porque, se sabe, "¡nadie nunca nada!", dice Gelman apoyado en el título de una novela de Juan José Saer. Llena también de sombras de pájaro, de temores recónditos, de un gusto por silbar la misma melodía de siempre en la modulación de la hora, esta obra recoge poemas escritos entre 2001 y 2004, y sin embargo, desde Violín y otras cuestiones, el primer precario libro de Gelman, las cuerdas del recuerdo de un barco lleno de silencio y el silencio lleno de pájaros de la memoria son el instrumento preferido de Juan, un poeta para el que, si el título de sus libros no miente, Tantear la noche (2000) tiene que Valer la pena (2001) |