Usted está aquí: martes 7 de junio de 2005 Cultura Singular experiencia sonora en las grutas de Cacahuamilpa

Clausuran la versión 18 de las Jornadas Alarconianas

Singular experiencia sonora en las grutas de Cacahuamilpa

ANGEL VARGAS ENVIADO

Taxco, Qro., 6 de junio. La exuberancia visual de las grutas de Cacahuamilpa sirvió de escenario para que la Orquesta Filarmónica de Acapulco rubricara la versión 18 de las Jornadas Alarconianas.

El concierto fue una repetición del que el agrupamiento porteño, dirigido por Eduardo Alvarez, ofreció la noche del sábado en la Plaza Borda de Taxco, en el acto oficial de clausura del festival, con un programa integrado por la Misa solemne, de Margarito Damián Vargas y Carmina Burana, de Carl Orff.

A diferencia de aquella noche, en la que la estridencia y la luminosidad de los fuegos pirotécnicos, detonados en la parte final de la cantata, dieron un toque inclusive kistch a la presentación, los organizadores apostaron este domingo por el impacto visual y auditivo del magnificente escenario natural de las grutas de Cacahuamilpa, localizadas a 40 minutos de Taxco.

Más de 200 músicos en escena, entre los de la orquesta acapulqueña y los de los dos coros participantes -el Filarmónico de México y el de la Schola Cantorum-, el calor y la humedad extremos; la natural y estrambótica ornamentación geológica de tan sui generis sala, y la brillantez estremecedora de Carmina Burana. Los elementos necesarios para sorprender a cualquiera.

El público superó la capacidad del sillerío instalado para la ocasión, acaso más de medio millar de asientos, y quizá un número similar de personas, incluso más, tuvieron que permanecer de pie, todos maravillados por esa singular experiencia de presenciar un concierto subterráneo.

Aunque con algunos traspiés de la orquesta, con entradas a destiempo de algunas de las secciones, la obra ofreció sonidos imprevisibles, tan caprichosos y portentosos como las miles de formas que las estalagmitas y estalactitas de las grutas han adquirido durante siglos.

La caverna donde fue acondicionada la sala se convirtió en una especie de enorme laberinto o laboratorio acústico, una monumental habitación de espejos pétreos en los que el sonido se reflejaba, rebotaba y proyectaba de manera imprevista.

El público explotó de sus asientos o bien se despojó del cansancio de estar de pie en cuanto la Filarmónica de Acapulco concluyó la obra de Orff. Impactado, alucinado, gritando, silbando, ovacionando.

 
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