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12 de diciembre de 2002
Carlos Bonfil
Señorita extraviada

La película se filmó hace dos años. Luego de recorrer diversos festivales internacionales, Señorita extraviada, de la realizadora Lourdes Portillo, se presentó este año en la Muestra de Cine Mexicano, de Guadalajara, y sólo ahora empieza a tener una difusión discreta, un tanto cautelosa, en la Cineteca Nacional, como si se deseara valorar en un prestreno sus posibilidades comerciales y su impacto en los espectadores. Es de esperar que su distribución final esté a la altura del esfuerzo que representó su realización, pues se trata de uno de los documentales más redondos y valientes filmados en nuestro país en fechas recientes. Un acta de acusación, muy vigente, contra la indiferencia oficial que ha reducido al escarnio machista y a la nota roja un escándalo nacional: el ajusticiamiento sistemático de cientos de mujeres jóvenes en Ciudad Juárez, Chihuahua.
La cifra de mujeres asesinadas, de 1993 a la fecha, rebasa ya las tres centenas. El total de desaparecidas se eleva a quinientas. Detrás de estos crímenes se acumulan miles de casos de hostigamiento sexual, doméstico y laboral, no denunciados, de violencia intrafamiliar no atendida, y sobre todo de una misoginia institucional que magnificada por la prensa local sirve como estímulo a los perpetradores de lo que hoy se conoce ya como un feminicidio.
Señorita extraviada documenta la progresión irracional de los ajusticiamientos, vincula esta situación criminal con la violencia del narcotráfico, el desempleo, y la miseria fronteriza en tiempos de globalización forzada. ¿Cómo se genera el clima de violencia? ¿Cómo al espejismo de prosperidad que representa en los años 60 la proliferación de las maquiladoras le sucede el derrumbe de oportunidades y la contratación de mano de obra femenina (pésimamente remunerada), que desplaza (esquiroles involuntarios) a buena parte de la fuerza laboral masculina? Lourdes Portillo reúne los testimonios de la frustración y del rencor social, el encono misógino, y el desdeñoso retrato moral de las víctimas (para las autoridades, simples provocadoras ­"ellas se lo buscaron"). A todo esto opone el perfil de las jóvenes, apenas adolescentes, obligadas a trabajar en turnos de madrugada, expuestas al riesgo urbano de calles mal alumbradas, temerosas siempre, canjeando diariamente seguridad física por supervivencia económica. ¿Qué hacían las "muertas de Juárez" en la calle?, pregunta la prensa local. "No iban precisamente a misa", le responde con sarcasmo un gobernador panista.
Como en Perfume de violetas, de Maryse Sistach, la víctima violada y torturada se vuelve responsable de todo lo que le sucede. Ella incita, agota y desespera a la templanza viril. La trabajadora, impensable sostén de la familia, es potencialmente coscolina de vida doble, frecuentadora de antros, la perturbadora de la paz social y del recogimiento doméstico. Vista así, entre la difamación y la caricatura, todo autoriza el ajusticiamiento que es, al mismo tiempo, un mensaje social en tiempos de cambio; el desdén hacia la mala pécora como parte de un programa de saneamiento civil, que incluye a homosexuales y travestis. "Todas son putas", explican las autoridades en Señorita extraviada, o mulas tercas que aún no entienden que la gente decente se pasea de día, y la indecente se expone a todo por andar de noche. Lourdes Portillo es directa, lacónica, profesional en todo momento; no precisa insistir en lo que está a la vista: la corrupción a todos los niveles, la venalidad de los medios, y el machismo fanfarrón que se ampara en el buen juicio de las autoridades, terrenales o divinas. La realizadora muestra que estos crímenes, sistemáticos, parecidos entre sí, con evidencias de tortura casi todos, no son asunto de nota roja, como se argumenta a la ligera, sino llanamente ejecuciones realizadas con alevosía y saña, producto en cada caso del odio a las mujeres, a las que, según señala Elena Poniatowska, se tilda de prostitutas "para así descalificarlas, disminuir el horror de su desaparición y nulificar las averiguaciones" (La Jornada, 27 de noviembre de 2002). Lo escandaloso es la pasividad de las autoridades, a nivel local y federal, ante estos actos irracionales, y el torrente retórico que disimula mal esa apatía.
Lourdes Portillo nació en Chihuahua y conoce de cerca la situación fronteriza y los saldos de la violencia misógina; estudió y vive en Estados Unidos, donde su labor como documentalista le valió una nominación al Oscar en 1986 (Las madres: the mothers of Plaza de Mayo). Señorita extraviada se exhibe esta semana en la Cineteca Nacional.

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