Elena
Poniatowska
Ciudad Juárez,
matadero de mujeres/ II
¿Por qué Sergio González Rodríguez escribió
Huesos en el desierto? Por lo general los intelectuales no se aventuran
a temas tan sórdidos. Sergio es un creador, un crítico
literario, un escritor que opina sobre temas de alta cultura, como suele
llamársele. Es un hombre que vive entre libros y se rodea de
revistas y suplementos culturales. Su ámbito es la investigación
y la biblioteca. ¿Por qué abandonó sus amados documentos
para hurgar en la basura? ¿Por qué se lanzó, como
apunta Christopher Domínguez, a un periodismo duro, a una geografía
del peligro, por qué escogió un "ecosistema del mal"?
¿Por qué puso en riesgo su propia integridad?
Como cuenta González Rodríguez en su epílogo, sus
razones para escribirlo fueron personales. Primero publicó reportajes
para el periódico Reforma. Por ello lo asaltaron en un taxi el
15 de junio de 1999, lo golpearon, lo hirieron con un picahielos en
las piernas y dos meses más tarde, al sentirse mal y darse cuenta
de que se le trababa la lengua, terminó en el hospital, donde
le diagnosticaron un hematoma en el cerebro, producto de los golpes
del asalto. Tuvo que someterse a una peligrosa operación, desde
luego mucho menos peligrosa que la violencia a la que lo habían
expuesto los dos sujetos armados que lo atacaron porque Sergio inició
una investigación a fondo sobre Ciudad Juárez y sus muertas.
Lejos de amedrentarlo, la violencia ejercida en su contra le dio razones
aún más poderosas para inclinarse sobre la violencia que
se ejerce contra los demás. Después de varios reportajes,
uno al alimón con Rossana Fuentes, decidió adentrarse
en la herida atroz, sanguinolenta, fresca y siempre renovada del asesinato
en serie de las mujeres de Juárez. Así, como lo dice Christopher
Domínguez, Sergio González Rodríguez se convirtió
en un "escritor civilizatorio".
Las ciudades fronterizas de Tijuana y Ciudad Juárez, por ejemplo,
están catalogadas como ciudades problema: alcoholismo, narcotráfico,
prostitución. Juárez sería la segunda ciudad en
la lista, pero debido a los asesinatos, alcanzó un espantoso
primer lugar. Según Adriana Gandía, esa frontera iba a
ser un ejemplo de desarrollo, habría trabajo para todos en las
maquiladoras, aunque la mano de obra fuera barata, allá los mexicanos
podrían tener una mejor vida. La situación en el campo
era de enorme miseria y la rápida industrialización en
Ciudad Juárez atrajo a mucha gente que decidió venir a
trabajar en las maquilas por una paga mínima, pero segura, al
menos. Juárez brindaba un mejor nivel de vida y quién
quite y con suerte hasta podrían pasarse al otro lado. En los
años 90, Juárez conoció un auge laboral y económico
que la equiparó con la antesala del American way of life. Llegaron
muchos mexicanos a esta ciudad fea (hoy todavía más fea
gracias a los automóviles) y entre ellos llegó para quedarse,
también en automóvil, el narcotráfico.
González Rodríguez informa en su libro Huesos en el desierto
que en el caso de las mujeres asesinadas, la maquiladora, que en un
momento trajo a Ciudad Juárez un gran desarrollo industrial y
le dio de comer a muchas familias, se ha mantenido al margen de los
crímenes. Sería muy útil para la justicia (si es
que existe en Juárez) que los capataces y directivos dijeran
quiénes eran sus empleadas muertas, quiénes sus amistades,
qué fue lo que hicieron su último día de vida y
sobre todo que la empresa instalara un alumbrado público en las
colonias cercanas y presionara para obtener vigilancia y seguridad.
En las áreas más pobres no hay alumbrado, muchas de las
obreras salen a las tres de la mañana, caminan por callejones
oscuros y sin empedrar. No hay seguridad y como tampoco hay pavimento
las patrullas no suben a esa zona, y por lo tanto es nula la vigilancia.
Sin embargo, varias madres de familia han alegado que si por alguna
razón iban a llegar tarde, las muchachas hablaban por teléfono
y estaban pegadas a la familia. Aunque a Juárez lo han pintado
como Sodoma y Gomorra, es una ciudad en la que los sectores campesinos
más pobres guardan costumbres arraigadas, cumplen con fiestas
y preceptos. La mayoría de las mujeres en Juárez trabaja;
son ellas la fuerza que mueve la industria maquiladora, por lo tanto,
resulta demasiado fácil tildarlas de prostitutas para así
descalificarlas, disminuir el horror de su desaparición y nulificar
las averiguaciones.
Como lo dice muy bien la actriz María Rojo: al solicitar mujeres
para el trabajo, las maquiladoras invirtieron su papel y las convirtieron
en el sustento del hogar. La mayoría de ellas, madres solteras,
mantuvieron a sus hijos y, en muchas ocasiones, a sus padres.
El problema de las muertas de Juárez es de impunidad y de misoginia,
como deja muy claro Sergio González Rodríguez. Mujeres
de 14 y 15 años han sido encontradas muertas en Ciudad Juárez
sin que el gobierno se preocupe por esos asesinatos convirtiéndolos
en los más despiadados de México. Hace unos cuantos días
se encontraron dos muchachas más en el desierto y el número
ha aumentado a 300. El viernes 15 de noviembre desaparecieron otras
dos muchachas y no sería raro que ahora mismo, mientras hablamos,
desapareciera otra. Estas dos muchachas eran alumnas de secundaria y
su padre Rafael Díaz Hernández aseguró que "nunca
faltan a su casa". En el caso de las que trabajan en maquiladoras
muchas de ellas madres solteras han desaparecido de 1993 hasta
la fecha sin que una sola autoridad ponga el grito en el cielo, a pesar
del dolor y la impotencia de sus familiares. La mayoría son estranguladas
y muchas son violadas. Hemos visto fotografías aterradoras. El
corresponsal de La Jornada en Ciudad Juárez, Rubén Villalpando
Moreno, asentó el 4 de noviembre: "La mayor parte de los
homicidios considerados en serie fueron cometidos con enorme brutalidad,
ya que aparte de violarlas sexualmente por ambas vías, el o los
homicidas les apretaban el cuello para estrangularlas, con lo que el
violador sentía mayor placer porque ellas contraían de
esta forma sus órganos genitales; además las mordieron
y atacaron con cuchillos en pecho y abdomen en extraños ritos
de muerte."
"Algunas tenían los senos cercenados; otras, como las ocho
localizadas en el mismo sitio en 2001, tenían el pelo cortado
en la base del cráneo; unas cuantas tenían cortado un
triángulo en sus órganos genitales, lo que hace pensar
en ritos satánicos".
¿Por qué no hay reacción? ¿Por qué
siguen libres los victimarios de las mujeres?
En 1985, después del terremoto del 19 de septiembre, las últimas
en ser rescatadas fueron las costureras de las fábricas de San
Antonio Abad. ¿Por qué? Porque eran mujeres, trabajaban
sin seguro social en talleres clandestinos y las consideraban igual
que basura. Lo mismo sucede con las muertas de Juárez. Para variar
quienes piden que se haga justicia son las indignadas madres de familia.
¿Qué puede sentir una madre al encontrar el cadáver
de su hija desnucada, el seno derecho cercenado y el pezón izquierdo
arrancado a mordidas? ¿Cuándo piensa el gobierno panista
ponerle fin a esta barbarie?
¿Qué pensarían ustedes, señores y señoras,
si además de que su hija desapareciera y amaneciera asesinada,
mutilada, violada, las autoridades le dijeran que vivía una doble
vida, que ella se lo buscó, que finalmente era una prostituta,
y le demostraran paso por paso que no valía nada y que su muerte
tampoco importa nada?
Nunca el manejo de la información en los medios ha sido tan cruel
como en el caso de las muertas de Juárez. La actitud de las autoridades
no sólo es de indiferencia, sino denigrante para las muertas
y para las familias, como si las mujeres no fueran seres humanos. "Yo
tengo un hijo y sentiría horrible que algo le pasara y sentiría
más horrible aún que la gente viniera a decirme que mi
hijo tenía 'doble vida' o que estaba 'mal de la cabeza', me dijo
Rohry Benítez, quien ha destacado como gran defensora de las
muertas. El gobernador de Chihuahua fue aún más lejos
al declarar que las jóvenes "no iban precisamente a misa".
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