La Jornada Semanal,   domingo 5 de junio  de 2005        núm. 535
 
   MUJERES INSUMISAS   

ANGÉLICA ABELLEYRA

MANUELA GENERALI: APRENDER HACIENDO


Desde pequeña quiso ser diferente, hablar otro idioma, oler los aires que venían desde la frontera y viajar. Parecerse aunque fuera un poco a ese pintor estrafalario que en su natal Lugano enseñaba sus cuadros llenos de colores y texturas a los niños que, como ella, disfrutaban de la obra callejera, pero sobre todo admiraban la personalidad de ese artista loco, más acorde a la percha de los bohemios del siglo XIX que a la modernidad suiza de una posterior centuria.

Entre el cine documental, días de guerra en países de Medio Oriente y América Latina, más un gusto añejo por la gráfica que después se consolidó en una pasión por la pintura, Manuela Generali (Suiza, 1948) se ha mantenido con esa querencia por lo diferente. Desde el nombre se asume distinta, pues —sin conocerla en persona— en muchas publicaciones le llaman Manuel, quizá por distracción o, más seguro, por la mojigatería mexicana de no asignarle a una mujer esa acción alburera de autosatisfacción masculina.

Primero hizo danza clásica y un liceo "normalito", sin poder acceder a la formación integral artística que deseaba. Pero su ímpetu de peregrinaje fue retribuido al viajar a Londres para estudiar en la Wimbledon School of Art. Escogió tierra británica porque era su mundo desconocido, el más lejano y diferenciado a su experiencia. Transcurrió en el colegio sólo dos años, pues llegó el ‘68 junto con la insurrección estudiantil, la ocupación de las instalaciones y el inicio de otra era al lado de un grupo de jóvenes que hacían cine experimental.

Con ellos Generali practicó el viaje por diez años. De Medio Oriente a África, de Asia a Europa, en medio de guerras y caos en Líbano, Yugoslavia, Bulgaria, Rumania y Turquía; sitios donde ella hacía documentales junto al cineasta argentino que se convertiría en su pareja de vida. Era su encuentro con "lo otro" entendido como religión, cultura y momento histórico. Pero también su convivencia directa con la aberración humana de practicar la intolerancia y la destrucción.

Entre las imágenes que captaba para cine, hacía collages con los objetos recogidos en cada sitio y les incorporaba la grafía de turcos y árabes. La pintura no tocaba a su puerta por la constante errancia, que pasó a Argentina y Perú. Sin embargo, los conflictos políticos continuaron en este otro lado del océano y padeció el golpe militar argentino, el control peruano que se ejercía sobre los extranjeros y la constante zozobra.

En 1978 llegó a México. Lo que más recuerda de aquel arribo fue una fiesta en la que todo mundo reía y nombraba palabras que ella no deletreaba ni acertaba a oír desde hacía mucho tiempo: "revolución, izquierda, milico". Así, el nuevo país fue lo más hermoso que conocía y, aunque la ilusión después cambió para ser menos ideal y más certera, fue el campo propicio para que se dedicara a pintar, inscribirse en la Academia de San Carlos y reír a carcajada suelta.

Recuerda en especial a un maestro holandés llamado Marinus, quien le enseñó a enfrentarse a la tela con todo el cuerpo en vez de utilizar el pincel con un discreto vaivén de manita. Y también rememora el sentido de la creación que leyó de Francis Bacon: la pintura es visceral y no hay que atender a los resultados sino al acto mismo de pintar.

Bajo esa dirección ha tratado de moverse desde 1983, al concluir sus estudios e iniciar una larga trayectoria en museos y galerías en el mundo. Primero con veta figurativa y cercana a la anécdota, hizo series de descendimientos y tangos; posteriormente depuró su línea, guardó sus recuerdos de muerte/guerra y se lanzó en uno de esos planeadores dirigidos para degustar la naturaleza de forma diferente. Fue su liberación; olvidó su obsesión por las mandíbulas de los militares en el pasado, y se situó en el borde de lo abstracto y la figuración donde transitaron montañas, cielos, horizontes lluviosos y playas más lejos de la tarjeta postal y más cerca de la imaginación.

Proclive a los cambios, si antes recreaba sus paisajes desde las alturas, ahora todo se le viene encima. Su vista está abajo. Vaivén, su más reciente experimento (que mostró en el Museo de Arte Moderno) fue una suma de cuadros-atmósfera de sombras, quillas de barcos, pilotes de puentes, castillos de construcciones inacabadas, olores, moho, humedades... y ese movimiento de va y viene que ha marcado desde siempre la vida de Generali, amante de lo diverso, las sensaciones, el impulso, el azar y el descubrimiento.