Usted está aquí: domingo 5 de junio de 2005 Opinión Perversidades de la modernización

Laura Alicia Garza Galindo

Perversidades de la modernización

La relación del ser humano con el medio ambiente es bastante contradictoria. Por un lado, se ha desarrollado mayor conciencia sobre el hecho de que menoscabar el entorno significa deteriorar la calidad de vida, simplemente porque se es más vulnerable a las fuerzas de la naturaleza; por el otro, somos copartícipes de su destrucción cuando usamos indiscriminadamente el automóvil y la gasolina que éste requiere, no cuidamos el agua, consumimos con singular alegría detergentes, plásticos y productos en envases no reciclables... la lista puede ser interminable, pero el resultado es que estamos deteriorando, conscientes o no, lo que tanto nos preocupa: el medio ambiente.

Hace unos días los diarios publicaron una fotografía satelital que provocó que buena parte de la humanidad pusiéramos el grito en el cielo: una zona muy amplia de la selva del Amazonas aparece totalmente devastada, monda y lironda como un melón. Se dice que la superficie arrasada de selva, sólo en 2004, es de 26 mil kilómetros cuadrados, y por las historias que conocemos de persecución y asesinatos contra defensores del medio ambiente en aquel país hermano -desde hace muchos años- se sabe que no es la única zona deforestada en aquélla, la más importante reserva de la biosfera, que sin embargo aún conserva la mayor riqueza de biodiversidad en el mundo.

Como tampoco se ignora lo que sucede en otras regiones del orbe, como es el caso de México, donde la tala ilegal de bosques y selvas es un negocio jugoso. Lástima, porque esas zonas protegidas en el papel son los pulmones que proporcionan oxígeno al planeta. Y no sólo eso. La desaparición de árboles provoca que se rompa el círculo virtuoso de la lluvia: como no hay árboles no llueve, y como deja de llover la vegetación de la región en cuestión no se reproduce, aunque es imposible que los árboles de maderas preciosas, que tienen edades de 600 o más años, se reproduzcan, porque los delgadísimos suelos de las selvas tropicales, como la selva Lacandona, en Chiapas, y los Chimalapas, en Oaxaca, se los impide; son estos árboles lamentablemente los que más buscan los talamontes; aunque éstos no le hacen el feo a otras zonas boscosas, como el santuario de las mariposas monarca en el estado de Michoacán, prácticamente desaparecido, tanto así que cada vez son menos los lepidópteros que arriban al otrora santuario para descansar y reproducirse.

Esto, en parte, provoca los brutales fenómenos que se han intensificado en el planeta, como el incremento de la temperatura en el estiaje o su decremento en los inviernos cada vez más crudos; los huracanes y tornados que se tornan más destructivos cada año; los fenómenos de la niña y el niño; el deshielo de los glaciares, más los que escapan a mi memoria; pero es un hecho cierto que la deforestación se suma al efecto invernadero o al sobrecalentamiento de la atmósfera terrestre, provocado por la emisión de gases.

Vale la pena leer en el diario español El País, del 28 de mayo, dos espléndidas colaboraciones de Juan Arias en las que plantea, desde Río de Janeiro, varias cuestiones fundamentales. En una destaca que "para los analistas, el gran problema que se plantea a Brasil es cómo conciliar el actual desarrollo económico de su país que se encuentra centrado en el agronegocio, sobre todo en el cultivo de soya y de ganado vacuno, con una defensa a ultranza de sus bosques, de sus maderas preciosas, de sus ríos sin contaminar -Brasil posee 23 por ciento del agua potable del mundo-, de su biomasa y de sus inmensos yacimientos de minerales preciosos, principalmente diamantes".

"La Amazonia es un territorio codiciado por todos, incluidas las 27 trasnacionales que actúan en el área." "Brasil es el segundo exportador de soya -para consumo humano y, pienso, ganadero- del mundo, después de Estados Unidos, y uno de los mayores vendedores de carne vacuna en Europa (...) La Unión Europea importa de Brasil casi 40 por ciento de las 578 mil toneladas de carne bovina", que en aquel territorio se consumen anualmente.

Otra de las cuestiones es que en franca contraposición, Pascal Lamy, director de la Organización Mundial del Comercio -y seguramente promotor de las importaciones de carne bovina brasileña a la Unión Europea- es quien da la última voz de alarma sobre la destrucción de la selva brasileña y solicita que "Brasil sea castigado" por el aumento de la deforestación de la Amazonia, a la vez que pide su internacionalización, para que se busquen reglas de gestión colectiva para su cuidado.

La respuesta del presidente Luiz Inacio Lula da Silva fue tajante al afirmar que Brasil tiene sobre la Amazonia "un derecho de soberanía nacional intocable". Y tiene razón. ¿Qué haría Lamy si lograra internacionalizar la Amazonia? Seguramente incrementaría la producción para importar más carne a la Unión Europea.

Esta es una más de las consecuencias perversas de la modernidad y la globalización: extraer lo posible de los países en desarrollo para incrementar el bienestar de los habitantes de los países desarrollados. La historia se repite cansinamente en muchos espacios del planeta y en multitud de productos naturales renovables y no renovables. México no es la excepción; aquí las comunidades que se ubican en esas preciadas zonas sufren hostigamiento por negarse a aceptar cuentas de vidrio a cambio de pepas de oro.

 
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