Usted está aquí: miércoles 25 de mayo de 2005 Opinión Problemas y campañas

Luis Linares Zapata

Problemas y campañas

Retirado el obstáculo de la pretendida inhabilitación que impedía el sano desenvolvimiento del proceso selectivo de candidatos para 2006, la ciudadanía tendrá, de aquí en adelante, la oportunidad de enjuiciar a los aspirantes, pero ahora desde la perspectiva de sus propuestas para enfrentar los problemas que los aquejan. Entre ellos, el del desarrollo económico es fundamental. Sobre todo después de casi un cuarto de siglo con nulo o escaso crecimiento, el tema se torna referencia obligada tanto para los partidos como para cada uno de los prospectos que pretendan llegar a la Presidencia y al Congreso.

Los recursos mal empleados, las promesas fallidas, los programas ineficaces y hasta el mismo modelo a seguir tienen que ser revisados y expuestos a la mirada colectiva. El electorado, sin duda, pondrá cuidado a lo que se solicite y ofrezca durante la venidera contienda que tantas turbulencias ha venido provocando. El daño causado al cuerpo de la nación durante tan larga vigilia de avances y progreso ha sido notable. Millones de seres humanos vagan por las calles, los poblados se vacían de habitantes, los campos están sin trabajar en forma debida, las urbes se congestionan con desempleados, las fábricas trabajan a tiempos perdidos, los comercios padecen desleal competencia y los hombres y mujeres, familias enteras, no encuentran las seguridades para una vida digna. El aparato productivo no les da cabida y tienen que emigrar, refugiarse en la informalidad o sumergirse en la miseria y la desesperación. Un escape, claro está, siempre lo proporcionará el crimen, aunque se vuelva, al final, una puerta falsa, enferma y dañina para la sociedad.

El modelo vigente tiene que revisarse hasta la médula para apreciar la capacidad que realmente tiene para dar las respuestas esperadas. Si no es así, diseñar con valentía los cambios requeridos. El diagnóstico, pieza fundamental para apresar la realidad, tendrá que ser planteado sin ambages que lo disfracen y nublen su potencial para apuntar hacia las necesarias soluciones. Se exigirá que el ritmo de crecimiento sea bastante más rápido que el mostrado desde hace ya 23 angustiantes años. No es justo, ni humano, seguir en el estancamiento, caer a veces en retrocesos fatídicos, desaprovechar oportunidades o producir mal y poco, cuando se requiere forzar la marcha y ajustar la maquinaria para que empuje hacia adelante con paso sostenido. Ya se sabe que un veloz crecimiento produce desequilibrios, sobre todo en las cuentas externas, que habrá que evitar mediante una adecuada e integral planificación que mitigue, hasta donde sea factible y prudente, caer en los costosos frenos intermitentes, de los que ya se tienen experiencias varias.

No se pueden ofrecer, con seriedad, dos tipos de propuestas ya conocidas: la desarrollista, intentada con tanta fiereza neoliberal, y la que plantean principiantes que quieren ser atractivos a las masas. La primera de ellas, porque sería continuar por el mismo camino que ha probado, hasta la saciedad, sus magros resultados para crecer al ritmo necesario y, más aún, por repartir con injusticia los bienes producidos. La segunda porque la promesa se prende con medidas voluntaristas, medios estrechos, puertas revolventes, recursos obtenidos sin esfuerzo persistente o y sin el obligado dolor que suele acompañar al éxito.

Para crecer al ritmo que la nación exige es preciso enfrentar, al mismo tiempo, el inescapable imperativo de aumentar los ingresos fiscales en montos que permitan financiar, sanamente, las grandes inversiones que dinamizan la economía; mantener la propiedad e impulsar el desenvolvimiento de las fuentes de riqueza estratégica, en particular la energética; e integrar la planta nacional para que se creen empleos y se reduzca la propensión a importar. No hay salidas fáciles para fortalecer al fisco. Para argumentar como viables rutas que atajen privilegios impositivos o se reduzcan la evasión y la elusión con prontitud, es preciso contar con los mecanismos, las normas y la organización que los sustenten. Y estos propósitos se alcanzan en plazos que no pueden ser acortados con discursos y órdenes perentorias. Menos aún, sin proveer los medios indispensables y que se persevere con una rara mezcla de voluntad política y suave pero firme negociación democrática, y no con terminales instrucciones desde arriba.

La lucha por la soberanía nacional pasa, de manera ineludible, por la propiedad de la riqueza energética y, a la vez, por su desarrollo integral. Los casos que hoy vemos en Latinoamérica son ejemplares. Hay que evitar los abusos de las trasnacionales del ramo, bien documentados en Venezuela con el cobro de 4 mil millones de dólares escamoteados por ellas. Pero, también, las concesiones y las apropiaciones salvajes que se hicieron en Ecuador y Bolivia y que ahora, al sufrir las consecuencias, tienen a esos países al borde de la violencia. Las privatizaciones sin recato de Menem en la Argentina de la pasada década han dejado a ese pueblo en pleno desamparo y con enormes dificultades para impulsar y proveerse de lo indispensable para su desarrollo. Estos y no sólo el manejo de imagen o la formación del club de simpatizantes formarán el núcleo que permita a los candidatos llegar a concretar sus ambiciones de poder.

 
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