Usted está aquí: miércoles 25 de mayo de 2005 Opinión Palabras como espadas

Carlos Martínez García

Palabras como espadas

El lenguaje verbal puede ser usado de múltiples maneras. Para confesar aprecio, para manifestar amor, o para zaherir, denostar y buscar la ridiculización del otro. Como expresión cultural, que conlleva la construcción de valores y su verbalización, la palabra hablada es el reflejo de la conciencia colectiva, de sus verdades y sus mitos. Es, también, la exteriorización de clichés hegemónicos, que llegaron a serlo después de un largo proceso de gestación histórica.

La polémica que desató el presidente Fox con su disparatada y lacerante afirmación de que los mexicanos realizan en Estados Unidos "trabajos que ni los negros quieren hacer" pudiera dejar el terreno del anecdotario, muy largo por cierto, de frases foxistas torpes, para llevarnos a revisar el catálogo de lugares comunes verbalizados que pululan en la sociedad mexicana y que atacan la dignidad de muchas personas y grupos a los que pertenecen. Hasta que tuve muy querido(a)s amigo(a)s de piel oscura me percaté de lo mancillante que son expresiones como "leyenda negra, tiene una negra conciencia, corazón negro, tiene negros sentimientos, trabajar como negro, es la oveja negra de la familia, tiene un negro pasado, meter mano negra", etcétera. Es un lugar común asociar lo negativo con lo negro, lo mismo en chistes que en máximas proverbiales en las cuales se hiere, querámoslo o no, a personas de color oscuro. Este es un lastre que debe ser extirpado de nuestra vida cotidiana.

El levantamiento zapatista puso en la agenda nacional, entre otros puntos, el del racismo que viven los indígenas en nuestro país. Una de las vertientes de ese racismo naturalizado, el que parece intrascendente y su emisor lo considera normal, es el que recurre a expresiones demeritorias de los pueblos indios. Así, para describir lo que hablan los indígenas, mucha gente y personas bien informadas en otros campos se refieren a "dialecto" en lugar de "lengua" o "idioma". Con ello denotan una superioridad del idioma sobre algo que consideran de menor rango, el dialecto. O dicen que la mayoría de los indios son monolingües, cuando, tal vez, son proporcionalmente en México más lo(a)s indio(a)s que adicionalmente a su lengua hablan español, mientras mayoritariamente los mestizos son los que nada más manejan un idioma. Desde la Colonia hay verbalizaciones que denuestan lo indígena, y lo contraponen a lo valioso y civilizado. Entre nosotros permanecen dichos como "indio pata rajada, no tiene la culpa el indio sino el que lo hace compadre, indio taimado, es india pero está bonita, pinche indio ignorante, ahí viene la indiada, huele a indio, amar a Dios en tierra de indios" y un caudal que el(la) lector(a) puede agregar.

Las minorías religiosas, principalmente el protestantismo, son destinatarios de adjetivaciones que buscan mostrar su peligrosidad para el país. Podríamos ejemplificar con muchas expresiones, pero solamente vamos a referirnos a una de ellas. Lo mismo se la escucha en labios de conservadores que de personajes de izquierda, y se la puede encontrar en publicaciones populares o en columnas de periodistas cuya opinión es importante en los círculos políticos y académicos. Nos referimos al dicho "la Iglesia en manos de Lutero". La expresión ha sido usada varias veces por el director general editorial de un diario de circulación nacional, para mostrar lo maligno de que esté en poder de un personaje rapaz una institución o proyecto. No le fue suficiente escribir "el lobo cuidando a las ovejas, o el lobo cuidando a las gallinas". Le pareció más malévolamente descriptivo recurrir a una fórmula antiprotestante, nacida en el seno de la Contrarreforma católica. Igualmente se refirió a Ponce/Lutero y a Bejarano/Calvino para tratar de ilustrar en manos de quiénes estuvieron altas responsabilidades en el gobierno de la ciudad de México. Que Ponce Meléndez y René Bejarano incurrieron en ilícitos parece que tiene respaldo en varios hechos comprobables, pero asociar sus prácticas a Lutero y Calvino solamente puede explicarse por ignorancia histórica, aversión confesional o repetición irreflexiva de lugares comunes.

En 2004 se cumplieron 430 años de la publicación de la traducción que de la Biblia hizo Lutero al alemán. Con ese motivo fui invitado a dar una conferencia sobre las imágenes del reformador germano existentes en el México contemporáneo. Me referí mayormente a la prensa escrita, y cité, además del caso antes mencionado, varias muestras donde se asocia a Lutero con prácticas execrables, en las que se ejemplifica lo peor que le puede pasar a una colectividad si tiene al frente a un personaje como él. Desafortunadamente muchas citas fueron tomadas de La Jornada. Se acaba el espacio, pero, creo, tengo el suficiente para concluir con lo dicho hace dos semanas por el senador perredista Demetrio Sodi de la Tijera cuando, al referirse al desatado crecimiento del comercio ambulante en la ciudad de México, dijo que eso era "poner la ciudad en manos de Lutero". En este, como en los otros casos, las palabras son como espadas, instrumentos que buscan aniquilar a quien se pone enfrente.

 
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