Usted está aquí: martes 24 de mayo de 2005 Opinión Rompecabezas

José Blanco

Rompecabezas

Ha transcurrido un cuarto de siglo desde que las presiones internacionales empujaron a América Latina hacia formas de institucionalidad democrática electoral. En algunos países esas presiones se combinaron con añejas demandas políticas, como en México: el llamado reclamo democrático desde fines de los años 60.

Empero, las transiciones hacia la democracia electoral ocurrieron sin abandonar los viejos regímenes presidencialistas. La crítica situación actual no permite asegurar que la democracia latinoamericana llegó para quedarse. Las dudas crecen porque adecuar productivamente democracia con gobernabilidad y con desarrollo económico se ha vuelto crecientemente un rompecabezas infernal.

Chile ha resuelto de mejor manera comparativamente esta tríada difícil, aunque sin duda el desarrollo económico sigue siendo una meta de largo plazo. Brasil con Lula ha empezado a brillar como nueva estrella, de débil cintilar, en el denso firmamento globalizado, aunque sus problemas de gobernabilidad son cada vez más visibles. Argentina está haciendo un esfuerzo denodado por salir del pantano en que acabó de sumirla el inverosímil señor Menem. Uruguay empieza un experimento nuevo. Ecuador, Bolivia y Perú se agitan en crisis tras crisis de democracia, gobernabilidad y desarrollo; Venezuela continúa siendo una gran interrogante hondamente polarizada, con todo el aspecto de una torre de naipes. México construyó con esfuerzos denodados una institucionalidad democrática en muchos sentidos ejemplar -en el sentido recto del término-, que empieza a mostrar fracturas en algunos puntos provenientes de oscuros acuerdos interpartidistas en la conformación de los equipos de consejeros, y en materia de desarrollo está en la lona.

Algunas luces sobre la crítica situación latinoamericana pueden hallarse en el seminario internacional Hacia el fortalecimiento de la gobernabilidad democrática: situación y perspectivas del presidencialismo y el parlamentarismo en América Latina. Auspiciado por la Unidad para la Promoción de la Democracia de la OEA; el Centro de Estudio Latinoamericanos de la Universidad de Georgetown; el Instituto Holandés de Democracia Multipartidista; el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD); Internacional IDEA, y el Club de Madrid, ahí se hicieron algunas aportaciones que bien vale la pena que los actores políticos de estas desdichadas repúblicas, aparentemente destinadas a vivir perennemente en la periferia del mundo desarrollado, se asomaran a conocer: es posible que alguna luz llegue a sus pragmáticos cerebros.

Entre muchas de esas aportaciones se señala la situación conflictiva entre gobernantes y gobernados en la que los ciudadanos, aunque aceptan mayoritariamente el régimen democrático, cuestionan continuamente el funcionamiento de sus instituciones representativas (problemas obvios de gobernabilidad) . Véase el caso de México en que el Presidente ha experimentado conflictos permanentes no sólo con los otros poderes del Estado, sino problemas de gobernabilidad que se expresan en la forma en que grupos diversos de la sociedad se brincan las trancas de la institucionalidad y practican estérilmente la "democracia callejera", frecuentemente bajo formas violentas, buscando soluciones por sí mismos. La rigidez del diseño institucional del régimen presidencial le impide maniobrar con efectividad en un entorno nacional e internacional cada vez más hostil.

Durante la segunda mitad de los años 90 América Latina y durante los primeros años del siglo xxi en numerosos países hubo retrocesos significativos en términos de crecimiento, pobreza, equidad e inserción internacional. Al mismo tiempo, la hegemonía del Estado sobre la sociedad fue disminuida por los procesos de ajuste y achicamiento neoliberal del Estado, al tiempo que llegaron nuevos actores a la escena política. Demandas ciudadanas crecientes y menores márgenes de maniobra del Estado han convertido al Ejecutivo presidencialista en un sistema altamente vulnerable con altas probabilidades de crisis, con absoluta independencia de la formación o coalición partidista que alcance la cabeza del Ejecutivo.

De acuerdo con diversos estudiosos del tema, un sistema presidencial se distingue fundamentalmente por cuatro características principales: elección popular y directa del presidente; completa separación entre Ejecutivo y Legislativo; periodo fijo del presidente, e inexistencia de mecanismos para que éste disuelva el Congreso o adelante elecciones.

Un gobierno dividido operando en un entorno multipartidario y una sociedad altamente fragmentada, como en el caso mexicano, genera, como nos consta, profundas deficiencias que se traducen en confrontaciones políticas permanentes, personalización del poder y estancamiento de las iniciativas gubernamentales. Incentivos múltiples para que la oposición bloquee permanentemente las iniciativas del Ejecutivo.

 
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