Usted está aquí: martes 24 de mayo de 2005 Mundo Bush en calzoncillos

Pedro Miguel

Bush en calzoncillos

Saddam Hussein es el prisionero más intensamente vigilado del planeta. Además de sus captores, nadie ha podido verlo, salvo la Cruz Roja, en tres o cuatro ocasiones, y uno de sus abogados, un par de veces. A la jaula donde se encuentran el ex tirano y varios de sus colaboradores se llega con los ojos vendados, después de pasar por varios perímetros de verificación y control, y en medio de un dispositivo militar mucho más inexpugnable y férreo que los dispositivos de seguridad que rodean al propio George Walker. Con esos hechos en mente no es fácil imaginar que un paparazzi anónimo y audaz haya logrado abrirse paso hasta la celda de Saddam, fotografiarlo en paños menores sin que nadie, ni el propio preso, se diera cuenta, salir de ese avispero y llegar hasta la redacción londinense de The Sun para vender sus fotografías. Por más que el gobierno estadunidense reaccione con sorpresa y hasta reprobación fingidas a la divulgación de esas imágenes, es claro que ningún material informativo, gráfico o de otra clase, pudo haber salido de esa cárcel clandestina sin el conocimiento y el consentimiento de los altos mandos políticos y militares de Washington. O sea que la exposición de las intimidades del viejo dictador es un operativo propagandístico de Estado.

No es, ciertamente, el primero, ni el más infame, en la guerra de conquista y pillaje que Estados Unidos mantiene en Irak desde hace más de dos años. En julio de 2003, cuando los invasores mataron a los dos hijos de Saddam, Uday y Qusay, exhibieron sus cadáveres, repartieron a los medios las fotos de sus cuerpos despedazados y luego los exhibieron para escarnio mundial, pintados de rosa solferino, en una tienda de campaña inflable. Las muestras del estilo sádico de la Casa Blanca prosiguieron en diciembre de ese año, cuando el propio ex tirano fue capturado y exhibido "como un animal", dijo El Vaticano, mientras le examinaban la boca.

Es posible que las revelaciones fotográficas de las torturas en Abu Ghraib y otras prisiones iraquíes hayan sido, en un inicio, un ejercicio publicitario más, orientado a escarmentar a la resistencia iraquí. Haya sido así, o se haya tratado de una filtración indeseada, el hecho es que la opinión pública mundial reaccionó con indignación a las gráficas atroces y El Pentágono acabó descargando toda la culpa en menos de una docena de rasos y suboficiales ahora degradados y encarcelados, y en una generala -Janis Karpinsky, responsable de las prisiones militares de la autoridad ocupante- a la que se declaró responsable, además, de haberse robado un lápiz labial, unos años antes de la invasión de Irak, en una tienda de la Fuerza Aérea.

Hay que acordarse del papel desempeñado por esas porquerías impresas que venden millones de ejemplares en los quioscos británicos, en los intentos por amortiguar el escándalo de Abu Ghraib. A principios de mayo de 2004, The Daily Mirror, competidor de The Sun e igualmente especializado en jadeos privados, sangre y chismes, publicó otras de supuestos abusos cometidos en Irak contra prisioneros civiles por soldados ingleses. En realidad, estas imágenes habían sido producidas en una base del ejército inglés situada en Preston, Lancashire, y su falsedad condujo al despido del editor del Mirror, Piers Morgan. Pero con la falsificación se logró distraer la indignación de la opinión pública por la participación de Londres en la guerra y por las torturas verdaderas de Abu Ghraib, y de paso se vacunó a la sociedad ante la eventual difusión de documentos verdaderos -que de todos modos salieron a la luz- sobre las violaciones a los derechos humanos cometidas por las fuerzas inglesas en Irak.

Ahora The Sun justifica su participación en la canallada afirmando que "el brutal maligno no merece simpatía de ninguna clase" y que nadie debiera sentirse afligido por ese "Hitler de nuestros días", en referencia a Saddam. Además, arguye el rotativo, ver su intimidad exhibida es lo menos que podría pasarle a un hombre que espera una posible condena a muerte.

No se necesita tener doctorado en la Convención de Ginebra ni ser especialista en derechos humanos y ética informativa para ver la miseria espiritual que hay detrás de estos operativos de propaganda. La inmoralidad de los gobiernos estadunidense y británico se evidencian con este atropello a la decencia y a la honorabilidad elementales. Son George Bush y Tony Blair quienes, en última instancia, quedan exhibidos en calzoncillos.

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