Usted está aquí: jueves 19 de mayo de 2005 Opinión MUSICA

MUSICA

Raúl de la Rosa

Los sones de tierra y nube

Interpretan la banda infantil de Santa María Tlahuitoltepec y amigos

Ampliar la imagen Imagen de una ni�ixe participante en el disco

"SI LOS OAXAQUEÑOS dejaran de tocar, dejarían de vivir, dejarían de ser..."

PRIMERA LLAMADA. La primera vez que los escuché fue en el extranjero, en San Antonio, Texas, para ser precisos. Encabezaban un desfile sui generis, en el marco del Festival Internacional de Teatro que organizaba el ya desaparecido dramaturgo mexicano Felipe Santander. En el desfile participaron algunas compañías de teatro invitadas al festival, zanqueros del Teatro Callejero de Colombia y mexicanoestadunidenses, ellas de Adelitas en convertibles y ellos de charros a caballo.

POCAS VECES el contraste de culturas fue tan patente, en un país en que los desfiles son encabezados por esas gigantescas bandas escolares precedidas de bastoneras con falditas que dejan ver el piernamen de las mismas y, aunque la presencia de lo mexicano está en todas partes, no deja de ser una ciudad estadunidense, con todo y El Alamo incluido.

PERO EN esa ocasión, el parade lo presidía una banda filarmónica de niñas y jovencitos vestidos a la usanza tradicional de los mixes de Oaxaca: blusas ricamente bordadas y enaguas hasta los tobillos, ellos de blanco con jorongos y huaraches. No había duda, largas trenzas, negras como azabache, ojos de capulín y unas sonrisas de mazorca completa.

TRAIDOS -LITERALMENTE- de sus tierras frías coronadas por nubes, de Santa María Tlahuitoltepec, para volver a ser precisos, este enjambre de niños indígenas empezaron a zumbar al unísono con sus sones, fandangos y jarabes: tehuanos, mixes, mazatecos y desde luego el vals, qué digo, el himno oaxaqueño: Dios nunca muere. La piel se nos erizó; no sólo era su hierática presencia, sus atuendos y su disciplina, eran esos aires que partían literalmente el tiempo y el espacio y nos provocaban una felicidad que era acompañada de un llanto hondo, hondo.

SEGUNDA LLAMADA. Han pasado los años, pero no ha pasado aquel día. He vuelto a tener un maravilloso encuentro con estos niños y niñas, esta vez en forma de cidí, un verdadero tesoro de nuestra música popular: Sones de tierra y nube. No tengo duda: es uno de los discos que en esas búsquedas afortunadas me han transportado a esos planos, en los que no hay que explicar nada, tan sólo disfrutar a la Banda Filarmónica del Centro de Capacitación Musical y Desarrollo de la Cultura Mixe.

A VECES nos hemos preguntado: ¿qué ha pasado con la formación musical en nuestro país? No se dan ya clases de música, de solfeo, y no digamos de ejecución de algún instrumento. ¿Cómo crecen las nuevas generaciones, sin el sentido de pertenencia, sin ese sentido de la vida cotidiana que otorga la música?

"EN TLAHUITOLTEPEC la música es el patrimonio individual y colectivo de sus habitantes. Cada vivienda es un salón de clases, cada calle, una sala de conciertos donde niños, jóvenes y adultos reproducen, con sus instrumentos musicales, su identidad", reza la cubierta del disco.

"A PARTIR de la segunda mitad del siglo XIX las bandas de viento se incorporan a la vida musical de los pueblos indios y acompañan los acontecimientos importantes de la vida social y religiosa de las comunidades, desde el nacimiento hasta la muerte."

TERCERA LLAMADA. ¿Cómo se produce este disco? La respuesta es muy sencilla: primero está la materia prima: cientos de niños y niñas que traen consigo la pasión de la música. Luego viene el proyecto musical: el Centro de Capacitación Musical y Desarrollo de la Cultura Mixe, que desde 1983 es un centro autónomo, en el que se integra no sólo la formación musical, sino que se consideran otros valores como el tequio, el entorno, pues: el trabajo voluntario, de fuerte arraigo en las comunidades indígenas de todo el país.

FINALMENTE, SI ya se tienen el qué y el porqué sólo falta el cómo. Y la respuesta es la Asociación Cultural Xquenda AC, que preside Susana Harp, en la que participan como artistas invitados Tania Libertad, que interpreta en el mismo disco Naela, de Chu Rasgado; Horacio Franco ejecutando en la flauta la Canción mixteca; la misma Susana Harp en La llorona, y el maestrísimo Héctor Infanzón en los teclados, con un sobrio e intenso arreglo en Pinotepa, de Alvaro Carrillo. Una anécdota: Horacio Franco al finalizar comentó "Voy a incluir a esta banda sinfónica entre las grandes orquestas con las que he tocado".

LO IMPORTANTE es que el producto de la venta de este cidí va a dar a este proyecto, va directo a preservar, promover y difundir uno de los intentos más necesarios y hermosos: "Que la música pueda nombrar y significar el mundo que habitamos".

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