Arturo Gómez-Lamadrid Correspondencia de Marguerite Yourcenar
La carta que se presenta a continuación, inédita en español, forma parte del libro D’Hadrien à Zénon, correspondance 1951-1956 (Gallimard, nrf, 2004) con un prefacio de Josyane Savigneau. El libro —que se publica nueve años después del grueso volumen de correspondencia Lettres à ses amis et quelques autres (Gallimard, nrf, 1995; Cartas a sus amigos, Alfaguara, 2000, traducción de María Fortunata Prieto Barral)— contiene todas las cartas enviadas por Yourcenar durante ese lapso, y depositadas según su voluntad en la Biblioteca Houghton de la Universidad de Harvard. Su principal interés, pero no el único, radica en las reflexiones de la escritora acerca de Memorias de Adriano que, para sorpresa de ella misma, se convertiría en un bestseller y le daría reconocimiento y celebridad. En efecto, hasta antes de la publicación del libro sobre el emperador romano, Yourcenar era poco conocida; había publicado tres novelas: Alexis o el tratado del inútil combate (1929), El denario del sueño (1934), El tiro de gracia (1939); y tres recopilaciones, una de relatos: La muerte conduce la yunta (1934), una de poemas en prosa: Fuegos, (1936) y otra de cuentos: Cuentos orientales (1936). Al igual que muchos otros de sus textos, la segunda novela y dos de las tres recopilaciones serían corregidas y entregadas en versiones definitivas —y, en dos casos (El denario del sueño y La muerte conduce la yunta) muy diferentes— muchos años más tarde. Tras un largo período de sequía literaria que se inició luego de su instalación en Estados Unidos al lado de Grace Frick en octubre de 1939, un azar venturoso mediante el cual recuperó una valija olvidada en un hotel antes de la guerra, la convenció de intentar por tercera vez la escritura de un libro sobre el emperador Adriano. Solicitó un permiso de trabajo en el Sarah Lawrence College —donde daba clases de francés— y se dedicó por completo a escribir. La redacción le llevó veintitrés meses: del 10 de febrero de 1949 al 2 de enero de 1951. En una carta de junio de 1951, Yourcenar escribe a Jean Ballard que Memorias de Adriano es "la más considerable y la más cuidadosamente meditada de [sus] obras". La autora definía el libro como "la línea de una evolución personal: victoria sobre la angustia o, al menos, control inteligente de ésta". En un estilo noble, elevado, empleado por los escritores griegos y latinos de la época del emperador en los Comentarios, los Pensamientos, las Epístolas o los Tratados (oratio togata), Memorias de Adriano es un libro en el que se mezclan narración y meditación, lo que acota el espacio de las impresiones y las sensaciones inmediatas. La voz del emperador es una voz escrita. Por lo demás, si bien el destinatario explícito es Marco Aurelio, ya que se trata de una carta —aunque ésta se convierta muy pronto en el recuento reflexivo de una vida—, Adriano se dirige también a él mismo y a un interlocutor ideal, al hombre, "la bella quimera de las civilizaciones hasta nuestros días, por lo tanto, a nosotros". ![]() A diferencia de lo que sucedería veintidós años más tarde con Memorias de Adriano, Alexis, su primera novela, publicada poco después de la muerte de su padre —quien alentó siempre a su hija en sus propósitos de ser escritora—, recibió comentarios elogiosos de la crítica pero fue prácticamente inadvertida por el público. Yourcenar la definió como "la historia de un joven músico de una familia aristocrática y pobre que lucha contra inclinaciones consideradas anormales y condenables, que termina por dejar a su joven mujer, a quien sin embargo ama y de la que acaba de tener un hijo, para retomar una libertad sin la cual no puede vivir". Como Memorias de Adriano, el texto es también una larga carta. Alexis le escribe a Monique, su esposa, para tratar de explicarle el abandono. El músico intenta verse, explicarse, comprenderse, y al hacerlo escudriña la diferencia que existe "entre las pudicias exteriores y la moral íntima". A pesar del fuerte vínculo de esta "confidencia" con el espacio y el tiempo que le dieron origen, del lenguaje circunspecto y preciso con el que está escrita —que corresponde perfectamente al perfil y a los propósitos del expeditor, quien no busca lavar un pecado sino explicar un motivo— y como prueba irónica de que, no sólo pero sobre todo, en los dominios de mayor intimidad en las relaciones humanas los cambios son superficiales, la novela conmueve, sorprende, seduce.
"Poeta, amante, emperador" Marguerite Yourcenar (carta inédita en español) A Christian Murciaux1 7 de marzo de 1952 Mi querido amigo: ![]() Recibí su encantadora carta y su ensayo en la dirección de American Express en Roma, en donde me encuentro desde hace ocho días y en donde, hasta ahora, he empleado mi tiempo sobre todo en encontrar un alojamiento no muy caro, no demasiado ruidoso y en general habitable; la dirección que pongo en esta carta es válida al menos hasta el 15 de abril. He escrito una carta a Charles Orengo2 , de la que le envío una copia, que mostrará a Orengo mi interés de que el artículo que usted escribió sea publicado en La Table Ronde (o al menos en Opéra3 ); sería insensato de parte de Orengo no hacerlo; necesitan un artículo de esta índole, que se refiere al conjunto de la obra e intenta trazar, de un libro a otro, senderos transitables. Me gustó mucho su artículo, su tono, sus perspectivas y sobre todo las del inicio, en las que cada libro es circunscrito a sus contornos esenciales. Es a partir de la página 5 cuando empiezo a plantearme algunas preguntas que, de alguna manera, se resumen así: me pregunto si es exacto hablar de Adriano como de un Alexis "más lúcido" (aceptémoslo, aunque más bien podríamos decir "más firme") y "más resignado". Adriano es "aceptante", lo que no significa lo mismo que resignado, en la práctica, parece ser a veces lo contrario. Por lo demás, resignado a qué, a ser sí mismo, si usted quiere, pero no seguramente a renunciar a sí mismo o a rehacerse, lo que casi siempre se entiende por resignación. Se podría más bien hablar de una afirmación de sí, cuya extrema violencia está enmascarada por la tierna dulzura de la voz de Alexis, por la tranquila sabiduría del tono de Adriano (y es justamente por este ardiente amor a la vida por lo que estos dos libros, en otro sentido tan diferentes, se asemejan). En realidad yo no diría que Adriano "acepta su alma y su cuerpo"; con éste, hace más: elabora un arte y se propone casi como un deber gozarlo, y de este goce obtiene un método. Diremos también (es un detalle, pero importante) que Adriano "ha rebasado el placer". Hasta el final se expresa como un voluptuoso y, a partir de este gusto constante por la voluptuosidad, construye todo: su conocimiento del mundo y su voluntad de transformar este mismo mundo en un lugar más habitable para el hombre. No me opongo a esta ecuación Alexis-Adriano: estaré incluso dispuesta a reforzarla y a explicarla desde un punto de vista muy simple que usted no consideró y que me parece da cuenta a la vez de las inmensas diferencias y de las profundas semejanzas entre estos dos hombres. Este punto de vista es el tiempo, el tiempo histórico en el que estos hombres vivieron, y el momento de la duración viviente que escogí para presentarlos. Tomemos en primer lugar esta cuestión del tiempo histórico: Alexis nació, más o menos, en la última década del siglo XIX o a principios del XX; no puede dejar de llevar en sí, sobre algunos aspectos de su vida, la mirada de un hombre "nacido cristiano y francés" (o más bien austríaco) en los años alrededor de 1900. Al principio, al menos. Lo que significa que la mayor parte de su vida y de su relato va a consumirse explicando y justificando primero ante sí mismo y enseguida, si es posible, a los demás, actos sensuales que Adriano no tiene que explicar ni justificar. En suma, la tragedia de Alexis es sociológica, es decir es producto del conflicto cada vez más consciente del protagonista con los usos, las costumbres, los prejuicios de cierto tiempo; cuando intento encerrar mi pensamiento en un símbolo visual, veo inmediatamente al hombre desnudo, quitándose lenta, prudentemente, un traje apretado y pasado de moda de los años 1920-1930. Nada parecido en Adriano quien, al menos en este terreno, se mueve desde el principio como un hombre casi completamente libre. La prueba de resistencia que representan para él los años de aprendizaje es diferente: es, como usted lo señala acertadamente en la página 10, más cercana a la de Bonaparte, o si usted prefiere, a la de Julien Sorel4 : el provinciano que se aplica a corregir sus errores de dicción, el intelectual, el disidente que poco a poco se afirma, el ambicioso que aprende a medirse a los hombres y a las cosas y a sacar provecho de ello. Su intención no debe ser desviada por las aventuras del cuerpo, que para él son simples (y es por ello, y no solamente porque la Historia sabe muy poco de los amores del joven Adriano, por lo que preferí hablar apenas de éstas hasta antes de su madurez). Entre el joven "huraño y afligido" del que usted habla tan bien y el libre estudiante de Atenas, el oficial seguro de sí mismo de las guerras sármatas, la comparación se vuelve entonces particularmente difícil: aun suponiéndoles algunos elementos comunes, estos dos espíritus y estos dos cuerpos crecieron en climas diferentes. ![]() De ahí otra diferencia que me impresiona mucho y que es la siguiente: precisamente tal vez porque el problema sensual lo ocupa por completo, y a causa de las condiciones particularmente difíciles en las que este problema se le presenta, el mundo de Alexis, a la edad en la que lo dejamos cuando termina el relato, no deja ningún lugar para el amor. Aun admitiendo de su parte una extrema reserva por el hecho de dirigirse a su mujer, no es menos cierto que los seres, para Alexis, permanecen en calidad de promesas, de tentaciones, de objetos de alegría, más que como figuras individualizadas; el vaho mismo del deseo enturbia los rasgos y confunde los rostros. Nada parecido en Adriano: tal vez justamente porque para él el problema sensual ha sido resuelto desde un principio, la cuestión que le preocupa y le obsesiona hasta el final es, al contrario, la del encuentro, la del acuerdo o el desacuerdo, la de la fidelidad o su contrario, es decir, en suma, la del amor. Lo que me interesó, es que, libre de todas las restricciones morales (que son aquí poca cosa), Adriano sólo tiene que enfrentar los elementos más constantes del problema: misterio de la persona, del cambio y del momento, secreta soledad de uno mismo y del otro, eterno conflicto entre el Yo y el Tú. Su felicidad y su desdicha en esto, resultan de algo situado mucho más allá de la moral, las convenciones de una época o las prohibiciones de un código: provienen de él mismo y de la naturaleza misma de las cosas. Y es aquí evidentemente donde interviene lo que denomino la duración viviente, la edad de las dos personas en cuestión. Si el relato de Alexis se prolongara más allá de la primera juventud, y más allá del debate moral que lo ocupó hasta el final del libro, tendría sin duda, como Adriano, que incluir en su balance su experiencia de los seres; el amor y el deseo adquirirían figuras individualizadas. Que no lo haga es una cuestión de edad al menos tanto como de temperamento pero es otra diferencia más de los dos libros: Alexis se limita al marco de la adolescencia y los primeros años de la juventud; Adriano toca sobre el teclado de una vida. Podrá entender que no estoy de acuerdo con usted acerca de la poca importancia de los cimientos del edificio: ningún arquitecto, ningún ingeniero lo estaría. Y es aquí donde creo alejarme de la estética de Jaloux5 ; y de todo romanticismo: el canto me impacta, sí, pero como suprema expresión de una individualidad, de un organismo del que todo me interesa, el mecanismo de los músculos de la garganta, el régimen, el método y hasta las más mínimas particularidades fisiológicas del cantante. Alexis y Adriano, tan diferentes uno del otro, son sin embargo las dos, novelas históricas, puesto que en Alexis igualmente mi emoción se apoya en el hecho de que Alexis vivió realmente. De seguro si Adriano no hubiera soñado con los dioses, amado Grecia, llorado a Antinoüs, yo no habría pensado en escribir su historia; pero si no hubiera hecho más que eso, me interesaría infinitamente menos que como es, puesto que el emperador y el hombre se completan y se sostienen uno a otro. Que un voluptuoso haya sabido ser un gran hombre de Estado, que un artista se haya esforzado por pensar con sensatez y lucidez sobre todas las cosas, que en el ámbito de los sentidos y del espíritu, de los hechos prácticos y de los grandes sueños, un hombre no haya soslayado nada ni haya querido sacrificar nada, eso es lo que me gusta. Alexis es músico, pero confieso que su caso me conmovería de la misma forma si fuera peluquero o empleado bancario; en cambio, en Adriano, no puedo pensar en separar al poeta, al amante, al enfermo agobiado por sesenta años de vida, de este personaje tan simple y tan útil: el emperador. ![]() Insisto aquí, porque creo que siempre nos equivocamos cuando oponemos, en una determinada época, la novela histórica a la novela contemporánea: ¿qué hace Flaubert en su búsqueda casi maníaca de los hechos externos sino construir su novela sobre Cártago como en la misma época Zola construye La taberna? Me refiero, desde una perspectiva exterior, a esta pasión por el detalle realista que fue la pasión de su tiempo; ¿por ejemplo, qué hace Tolstoi sino lanzarse, a propósito de las guerras napoleónicas, a estas grandes digresiones que también llenan a propósito de cualquier cosa las novelas de Balzac? Pero ninguno de estos dos métodos se parece al mío; se trata más bien de evocar, como Proust, un tiempo perdido, de girar, como lo decía él mismo, "más fuerte que las mesas giratorias". Para ello, el análisis más penetrante necesita apoyarse sobre hechos y, que estos hechos sean obtenidos de los chismes del capitán de meseros del Ritz o de los cotilleos de Dion Cassius6 , el método es igual. Escribí algún día a alguien que la Historia no es sino la memoria humana; me quedo con esta fórmula. Para que mi emoción se ponga en marcha y permita el ascenso de ese canto del que usted habla es necesario primero que tenga certeza sobre la realidad de los seres que trato de entender, es necesario que tenga la sensación de haber hecho ese inmenso y maravilloso esfuerzo que consiste en tocar, a través de un tiempo y un espacio irreversibles, próximos y lejanos a la vez, esta criatura única que fue. (Y que esta criatura sea Alexis o Eric7 o Adriano, la operación mágica es en suma la misma.) Este canto fúnebre, que a usted le gusta, y que se eleva sobre el ataúd de Antinoüs, no habría podido resonar nunca si yo no hubiera pasado innumerables horas, embriagada de fatiga, contemplando fijamente los más mínimos fragmentos de documentos, las inscripciones del obelisco de Antinoüs en Pincio8 , o la mención del treno de Mesómedes9 en el diccionario de Suidas10 , hasta que la palabra saltara de la línea y desbordara los márgenes; este canto no era posible sino a condición de escuchar primero, en el más perfecto silencio, el sollozo que relatan las crónicas: flevit muliebriter11 . Por otra parte, no puedo estar de acuerdo con usted cuando establece una teoría de la novela en donde estos momentos de exaltación lírica, de incandescencia, como usted dice, constituyen el fondo y la trama misma de la obra, no son, al contrario, sino su cima; ahora bien, para que estas cimas existan y sean iluminadas por tales fuegos, es necesario primero que la montaña exista, me refiero a la grava, los guijarros, los bloques informes que constituyen, en el día a día, la realidad de una vida. De ahí la insistencia sobre lo que yo llamaría las horas de oficina de Adriano, sin lo cual tal vez estemos en la ópera o en pleno poema, pero no estamos ya en el interior de una existencia y de un ser tal y como esa existencia lo ha hecho. Adriano agonizante tiene el derecho de casi olvidar que fue emperador; pero nosotros lo recordamos y tenemos incluso los medios de llegar tan cerca de su destino de hombre porque fue emperador. Me detengo; quise, no oponer mis puntos de vista a los suyos, sino tal vez completarlos y sobre todo tener el placer de hablar largamente con usted, como si estuviera sentada en su sofá coronado por un agradable cuadro. Le doy cálidas gracias por su ensayo. Si se lo envío de nuevo, pidiéndole que me lo guarde hasta mi regreso en mayo, es porque me fue más fácil señalar algunos pequeños errores (por ejemplo Antinoe12 constantemente utilizado en lugar de Antinoüs) que enumerarlos aquí. Le mando afectuosos saludos a los cuales Grace agrega los suyos, Marguerite Yourcenar Traducción y notas de de Arturo Gómez-Lamadrid ------------- NOTAS 1 Novelista y ensayista francés. Su libro La pêche aux sirènes (1952) figura en la biblioteca de Yourcenar en Petite Plaisance. 2 Director editorial en Plon, casa editorial que publicaría la primera edición de Memorias de Adriano. Amigo y consejero de Yourcenar. 3 El artículo de Christian Murciaux D’Alexis à Hadrien, será publicado en La Table Ronde, Nº 56, agosto 1952, pp.144-149. 4 Protagonista de la novela de Stendhal Rojo y negro. 5 Edmond Jaloux (1878-1949), novelista y crítico francés, ingresó a la Academia Francesa en 1936. Impulsó los inicios literarios de Marguerite Yourcenar en sus reseñas. Varios de sus libros se encuentran en la biblioteca de Petite Plaisance. 6 Dion Cassius ( aprox. 150-235 dC), alto funcionario del Estado romano, redactó en griego una Historia romana desde los orígenes hasta 229, en ochenta libros de los cuales muchos nos llegaron sólo en forma de compendios. Estos libros, junto con la Historia augusta, fueron una de las fuentes literarias esenciales concernientes al régimen de Adriano. 7 Éric von Lhomond, personaje de El tiro de gracia. 8 Colina al norte de Roma adonde fue transportado un obelisco que adornaba un monumento funerario a la memoria de Antinoüs. 9 Mesómedes de Creta, poeta lírico del siglo II, emancipado por Adriano. Se conservan de él una docena de poemas cortos. 10 Suidas, nombre que en la actualidad ha sido reemplazado por Souda, diccionario enciclopédico bizantino que data del siglo X. La rúbrica dedicada a Mesómedes lo presenta como un liberto de Adriano que gozaba de su amistad y agrega que compuso un poema a la gloria de Antinoüs. 11 "Lloró como una mujer", palabras reprobatorias de la Historia augusta (Vida de Adriano, 14, 5) frente al dolor manifestado por el emperador a la muerte de Antinoüs; el texto exacto es "[...] muliebriter fleuit". 12 Nombre de la ciudad erigida por Adriano en el lugar mismo donde murió Antinoüs. |