Usted está aquí: domingo 15 de mayo de 2005 Estados Cada semana, largas filas de pobres reciben ayuda de ONG

Organismo estadunidense entrega víveres en Matamoros

Cada semana, largas filas de pobres reciben ayuda de ONG

JULIA ANTONIETA LE DUC CORRESPONSAL

Ampliar la imagen Desde hace 35 a� la agrupaci�rank Ferree Border Relief reparte despensas entre personas de la tercera edad, madres solteras y hu�anos FOTO Julia Antonieta Le Duc

Matamoros, Tamps., 14 de mayo. Cada semana, personas de la tercera edad olvidadas, madres solteras y huérfanos engrosan las filas del hambre. Son hileras de personas que se reúnen para recibir las despensas que una organización de ayuda fronteriza les entrega desde hace 35 años.

Se trata de la agrupación Frank Ferree Border Relief, que desde Harlingen, Texas, llega con una camioneta cargada de despensas para los cientos de marginados que se dan cita en el área verde del fraccionamiento Infonavit Los Angeles, a fin de recibir molletes, donas glaseadas, barras de piña, sopa Nissin, dos tazas de arroz, un cuarto de frijol pinto y, en el mejor de los casos, un pedazo de pastel para saborear el chocolate con agua.

Hombres y mujeres, ancianos y niños, esperan hasta cinco horas para poder recibir un pedazo de pan, debido a que ni el gobernador Eugenio Hernández Flores ni el alcalde de Matamoros, Baltazar Hinojosa Ochoa, parecen preocuparse por su suerte de menesterosos.

Ahí, a un lado de la vieja copa de agua, en un llano árido convertido en el desierto de los infortunados, los estadunidenses Bill y Victoria Snider dan continuidad a la tarea iniciada hace 35 años por un veterano de la Segunda Guerra Mundial, que en las horas aciagas del campo de batalla prometió ayudar a los pobres de la frontera mexicana.

Al frente del batallón mexicano que semana a semana colabora con los gringos en la repartición del pan, Jaime Hernández abre dos sacos de tela, uno de arroz y otro de frijol, frente a los ansiosos ojos de doña Mague, una anciana de cabellos negros, macilenta y muy pobre.

Las ancianas pasan primero

"Junto con los niños, se les da prioridad a las viejitas para que pasen primero, a ellas se les da chance de escoger qué pan quieren, pero además se les entrega una o dos sopas, latería si trajeron, el arroz y el frijol", dice el voluntario.

Al igual que Jaime y la pareja de estadunidenses que causa alboroto y filas de hasta un kilómetro, a hombro partido trabajan Antonia, Tilita y Sofía, a quienes se les va el tiempo formando niños, repartiendo fichas, privilegiando a las mujeres mayores y cuidando que ningún vivo trate de colarse en la fila.

"Ahora vamos en la (ficha) 350", explica Tilita, que, aunque desdentada y amable, se transforma en una leona cuando se trata de poner orden.

Bajo un sol de mediodía que cae a plomo, la repartición no ha comenzado. Impaciente, doña Mague mira y se saborea un paquete de donas compradas en 99 centavos de dólar en el HEB, según reza la etiqueta.

A estirones, cuenta que es viuda, vive sola y cada martes hace fila desde las siete de la mañana para satisfacer el hambre que le tiene pegada la piel a las costillas.

"Esto me alcanza para hoy y mañana, ahí pasado, Dios dirá", dice, mientras se aleja cargando una cubeta sucia con su colecta.

Mantenidos a raya por Sofía, unos 80 menores ven con la misma ansia el momento de llegar ante la caja atiborrada de donas enchocolatadas.

Provistos de bolsas de plástico, reciben además una barra nutritiva, según cuenta Aidé Mendoza, La Borrada, madre soltera que junto a su hija Inés no pierde detalle de todo lo que pasa en el campito.

"Siempre venemos (sic) temprano, porque si llegamos después de las nueve nos toca al último", relata la mujer, cuyo esposo se fue de mojado y no regresó jamás.

De ojos negros y cabello mojado, que le cae sobre la frente, Inés está enferma: anemia y una tos aguda hacen mella en su pequeña humanidad que viste a la moda con ropa de segunda mano.

"Ayer fuimos al sector salud y no le dieron ni siquiera un desenfriol, quesque no tienen, por eso sigue con tos y temperatura", lamenta La Borrada a la sombra de un mezquite a cuyo tronco se encuentra una bicicleta encadenada.

A paso lento, Sara Medina se acerca buscando trabajo; tiene 75 años pero no se le notan, morena y delgada. La mujer de lentes quebrados, al ver los apuntes piensa que se trata de una oportunidad de empleo.

"La verdad es que nadie la ocupa a una, he andado tocando casa por casa y dicen que no, porque estoy vieja, cuando así con mis años verá que hago mucho más que tanta huerca huevona", dice con gesto sombrío.

 
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