Usted está aquí: jueves 12 de mayo de 2005 Opinión Isabelinos

Olga Harmony

Isabelinos

El proyecto Shakespeare de la Compañía Nacional de Teatro (CNT) consolida, de alguna manera, a esta compañía como algo cada vez más estable, aunque no sea de repertorio, pero con un núcleo de actores y actrices base -que ya se había definido de alguna manera con algunas de las lecturas dramatizadas que llevó a cabo el año pasado- y otro(a)s invitado (a)s. Esta vez la CNT no estrena en el palacio de Bellas Artes sino en su sede definitiva, el Julio Castillo, lo que evita muchos de los problemas que se dieron en los dos años anteriores y propone tres obras shakespereanas con tres directores, similitudes en el reparto y un espacio básico diseñado por Alejandro Luna conformado por plafones rectangulares que se mueven, suben y bajan y en el que Arturo Nava propondrá su concepción escenográfica en las dos siguientes escenificaciones, porque ésta, con la que se inicia dirigida por José Caballero, el titular de la CNT, es del propio Luna.

La adaptación de El rey Lear que hace Caballero respeta el texto shakespereano casi por completo, aunque suprima algunas escenas y haga algunos cambios del orden de las mismas, sobre todo en la segunda parte, culminando con que da en escena las muertes de Gonerill, Regan y Edmundo y presente al bufón ahorcado tras el fallecimiento de Cordelia, con lo que el escenario queda sembrado de cadáveres al final, en un efecto muy eficaz teatralmente hablando. Asimismo acorta algunos parlamentos, aunque nunca los de Lear y el bufón y los que resulten más importantes de los demás personajes, haciendo énfasis en los apartes de Edgardo y Edmundo que se dan con luz cenital en la espléndida iluminación de Alejandro Luna.

Apoyado por el diseño del escenógrafo -que cuenta apenas con una mesita, un banco y unos sacos de heno y el lecho de Lear enfermo- en el desnudo espacio marcado por los paneles rectangulares que ubican las diferentes escenas, el vestuario de Tolita y María Figueroa que estiliza épocas diferentes y la música de Antonio Russek (en algún momento Renata Wimer toca cítara y violonchelo en escena) y de otros diseñadores y asesores, el director logra un montaje que tiene grandes momentos, aunque alguna actuación no sea tan lograda como las otras. Claudio Obregón encarna de manera estupenda a Lear en su dolorosa transición del rey colérico al anciano demente y despojado, sin obviar las escenas de locura y dulce recuperación ni el dolor final. Ana Ofelia Murguía es un espléndido bufón, con gran agilidad corporal y un desempeño tan intencionado que logra transparentar las difíciles gracejadas de su personaje. Tres de nuestras mejores actrices, Julieta Egurrola como Goneril, Lisa Owen como Regan y Erika de la Llave como Codelia, cumplen con sus papeles como se espera de ellas. Fernando Becerril logra un conde de Kent con toda la nobleza de éste, en una de las mejores actuaciones de la escenificación y Enrique Singer transita, como el duque de Albany, de cierta docilidad marital al hombre enérgico y decidido, mientras Roberto Ríos encarna al odioso Cornwal con propiedad. En cambio, Alejandro Calva no logra convencer como Gloucester, el leal y desdichado anciano. Everardo Arzate, excelente como Edgardo y Juan Manuel Bernal no logra librarse del estereotipo del villano como Edmundo.

Otra versión de un isabelino es la que ofrece Juliana Faesler en Divina justicia basada en La tragedia española de Thomas Kyd, en la que entrevera partes del original con otros textos y suprime a Jerónimo dando su papel a su mujer, con lo que se crean grandes confusiones. Buena es la idea de doña Isabela (Diana Bracho) narrando a Tomás Glantz (Mauricio García Lozano) lo que se ve en escena, aunque la indagación de éste -como de serie policiaca estadunidense de TV- no tenga sentido y el video de ambos apenas se escuche. Tiene muy buenos momentos, sobre todo de expresión corporal de sus actores y composiciones muy interesantes, aunque los jóvenes del elenco no maticen ni proyecten y a los que se escucha es porque gritan. A las complicaciones de la obra del isabelino, la adaptadora, directora y escenógrafa añade nuevas dificultades, sobre todo por lo endeble de su dramaturgia y porque uniforma a sus personajes en un vestuario de Isabel Manes, con lo que la confusión dada por las fallas de dicción y actoralidad de los jóvenes de su elenco, se hace mayor. No basta jugar con los clásicos: hay que jugar bien y esta vez Juliana no sale tan bien librada.

 
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