Usted está aquí: jueves 12 de mayo de 2005 Política El hambre amenaza con agotar la paciencia del pueblo saharaui

REPORTAJE / EL LATENTE CONFLICTO DEL SAHARA OCCIDENTAL

El hambre amenaza con agotar la paciencia del pueblo saharaui

Miles de refugiados reciben a cuentagotas ayuda humanitaria internacional

BLANCHE PETRICH /III ENVIADA

Smara, Campamentos de Refugiados del Sahara, Argelia. En la mínima cocina hecha de adobe, a pocos pasos de su jaima, Minetu se queja, dándole vuelta al guisado con la cuchara por enésima vez: "Estas lentejas no hay quien las cueza." Tiene que alimentar a sus tres hijos, que ya regresaron de la escuela, y a sus hermanos, que pronto llegarán del trabajo, y la comida no está lista. La queja ya es un clamor indignado en los campamentos de refugiados saharauis, que habitan el inhóspito extremo occidental de Argelia, a 800 kilómetros de la ciudad más cercana; a mil kilómetros de Argel, la capital: la lenteja que forma parte de la ayuda humanitaria que entregan a cuentagotas los donantes -Programa Mundial de Alimentos, el Alto Comisionado de la Organización de las Naciones Unidas para los Refugiados y la Unión Europea- no es para el consumo humano.

Los países donantes, cada vez más estrictos en la vigilancia de la gestión de la ayuda internacional, han reducido la cantidad de las raciones alimenticias. En los campamentos, donde vive la mitad del pueblo saharaui, han reaparecido los problemas de malnutrición crónica (10 por ciento entre niños menores de cinco años) y anemia entre 45 por ciento de las mujeres embarazadas.

"Tenemos reservas para junio, máximo. Si para entonces no ha llegado más ayuda habrá una crisis", advierte el presidente de la Media Luna Roja Saharaui, Buhubeini Yahia. Y como en la explosiva coyuntura del Sáhara occidental todo se politiza, el hambre sobre todo, agrega:

"Si esto no se soluciona en el corto plazo, el proceso saharaui puede escapar de las manos de la dirección política del Frente Polisario. No podemos descartar que aparezcan organizaciones radicales. De hecho, en los territorios ocupados ya hay indicios de estos brotes; grupos que piensan que sólo retomando las armas se logrará una solución."

Arrojados hace 30 años de sus tierras por los bombardeos genocidas de Marruecos y Mauritania, unos 200 mil refugiados lograron sobrevivir en las peores condiciones climáticas imaginables. Y no sólo sobrevivir: construir una organización social que hoy convierte a este pueblo sin territorio en uno de los estados africanos con mayor índice de alfabetización, educación y cobertura sanitaria, pese a todo.

Porque vivir en un punto perdido de un desierto de 9 millones de kilómetros, en las tierras de mayor salinidad del mundo, sin posibilidades de ningún tipo de agricultura y con un nivel de desarrollo económico que en las estadísticas aparece simplemente como cero, ha requerido de toda una cultura de resistencia para aprovechar al máximo lo poco que se tiene.

Así lo entienden Sidi y Hadija, primos de la misma edad -siete años-, sobrinos de Minetu. Mientras ella cocina, ellos buscan por las calles de arena de su barrio todos los desperdicios a la vista: algún cartón, un pedazo de papel, cáscaras de alguna fruta que alguien consiguió, para echarlas en una pequeña cubeta. Los restos se humedecen y ese será el alimento de las cabras de la familia, que al mediodía se pegan inmóviles a los muros de adobe de las casas, guareciéndose del sol brutal.

Descendientes de una cultura cuyo eje económico era la ganadería (cabras y camellos), en la que la importancia y prosperidad de una tribu se contaba por el tamaño de sus rebaños, hoy las familias saharauis tienen que conformarse, si acaso, con media docena de cabritos escuálidos.

En las orillas de los poblados, a alguna distancia de las casas, la gente hace pequeños corrales redondos con láminas y alambres. De vez en cuando hay un huésped de lujo en el corral, algún ca-mello viejo, o una madre con su cría.

Por esa capacidad de convertir las sobras en recursos y de levantar cabeza en medio de una precariedad extrema, a las autoridades de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) les re-sulta inaceptable el afán escrutador de los organismos donantes. Lo interpretan como una "presión política" para doblegar su resistencia.

Nadie cambia su dignidad por un plato de lentejas

Es al jefe de la Media Luna Roja a quien le toca lidiar con el forcejeo diplomático que pone en juego el hambre de su gente: "Creen que a cambio de llenar el estómago vamos a abandonar nuestra legítima aspiración a la autodeterminación. Aquí nadie cambia su dignidad por un plato de lentejas". Hace algunos días, en su informe sobre la situación del Sáhara occidental, el secretario general de la ONU reconoció que de los 40 millones de dólares que el Programa Mundial de Alimentos presupuestó para el bienio 2004-2006, a la fecha sólo se ha entregado 29 por ciento.

El ex primer ministro Bucharaya Beyun, gobernador de la wilaya de Smara (equivalente a una provincia, según la división política argelina, adoptada por los saharauis), sostiene: "Nuestro mayor triunfo como pueblo refugiado es la buena gestión que hemos hecho de la ayuda internacional".

Sólo una gestión capaz de aprovechar al máximo los mínimos recursos explica que los refugiados del Sáhara estén muy lejos de padecer la degradación y la miseria extrema que sufren otros contingentes de desplazados africanos, como es el caso más reciente de los sudaneses en Darfur y Chad.

Por eso la queja es amarga: "La atención mundial y, en consecuencia, la ayuda internacional, va a donde hay mucha sangre y miseria. No es el caso de la RASD. Nosotros hemos logrado levantar a nuestro pueblo con base en esfuerzo y unidad. Y de mucha paciencia. Pero no se ha valorado nuestra paciencia. Queremos que se entienda: esta paciencia se nos puede caer de las manos. Vamos a cumplir 30 años como refugiados y todo este tiempo hemos respetado las vías diplomáticas; hemos cumplido con condiciones de democracia, respeto a los derechos humanos y organización política. Pero vemos que el mundo no valora esto. Va a llegar un día en que la gente decida que no quiere seguir desperdiciando su vida creyendo en lo que les decimos nosotros, los dirigentes. Mucha gente, y esto hay que tomarlo en serio, está viendo cerrada la puerta de la vía diplomática".

La ayuda de los países donantes, bien distribuida, alcanza para entregar a cada refugiado un litro de aceite, un kilo de azúcar, tres cuartos de kilo de harina y dos kilos de lentejas al mes. Nadie come alimentos frescos.

Según los censos de la RASD, en las cuatro provincias de refugiados (Dajla, Ausred, Smara y El Aiún, bautizadas cada una con los nombres de las cuatro principales ciudades en el Sáhara ocupado) deben ser atendidas 165 mil personas. Otras autoridades cuentan hasta 220 mil, sumando los reservistas que brindan su servicio militar en las zonas ocupadas y otra población no registrada. Según la ONU, son sólo 65 mil los que tienen derecho a la ayuda internacional. Esta danza de cifras es un foco de tensión.

Bucharaya Beyun, economista de profesión, explica así la fuente de discordia: "En un contexto muy delicado para la RASD, y con una gama de productos muy limitada para satisfacer las necesidades, algunos países europeos agregan a la escasez la ofensa, ya que quieren venir a vigilar cómo distribuimos la ayuda. La gente no acepta que se le trate como si debiera estar agradecida por recibir una galleta, mucho menos que le arrojen la comida desde los containers. Aquí, además de comer, las familias necesitan y exigen lápices, cuadernos, libros".

Hace pocos días Bucharaya confrontó en Smara a un grupo de delegados de la ONU. "Pretenden decidir quién debe distribuir la ayuda ignorando nuestras instituciones, pasando por alto que nosotros somos un Estado legítimamente constituido."

En Smara, donde a él personalmente le toca racionar la escasez, en las bodegas sólo queda arroz para cubrir las necesidades de mayo. Han tenido que quitar un litro de aceite al racionamiento anual.

Desde diciembre no reciben leche. En este periodo recibieron raciones de queso destinadas a las familias solamente para un mes. Pescado en lata sólo disponen de cantidades para cubrir dos meses al año y la carne en lata ha desaparecido. Gracias a otras ayudas pueden adquirir también carne fresca de camello, suficiente para distribuir a la población dos veces al año.

La única fuente de proteínas y leche fresca que les queda son sus propios rebaños de camellos, éstos también escuálidos. Para toda la provincia de Smara se dispone de 30 camellas lecheras. Pero como no pueden pastar en los alrededores, porque en estas tierras no crece ni una brizna de hierba, las manadas tienen que ser trasladadas a centenares de kilómetros de distancia por pastura, muchas veces hasta cruzar la frontera con las zonas liberadas. Sólo siete y ocho camellas son mantenidas en los alrededores de Smara.

Antes de que despunte el sol un jeep conduce a los encargados de la ordeña al sitio donde rumian las camellas; dos de ellas amamantan a sus crías. Una gran hembra albina, líder del grupo, es la primera en acercarse a los chasquidos del camellero, Hamda Gadi Buzeif. Sin él la ordeña sería imposible.

A pesar de la malnutrición, Smara, lo mismo que las otras tres wilayas, es algo más que una gran aldea. La provincia está dividida en dairas y éstas en barrios. En cada casa hay electricidad obtenida mediante celdas solares -sol es alguna de las cosas que tienen en abundancia- y antena parabólica. Las televisoras caseras reciben la señal de la televisión qatarí Al Jazeera, Televisión Española, varios canales argelinos y dos o tres más del Medio Oriente. Pronto se echará a andar la televisión saharaui, con ayuda de varias organizaciones solidarias españolas y vascas. Y se recibe la señal de su propia radioemisora.

Hay escuelas primarias suficientes para dar una cobertura total a los niños. También cuenta con una pequeña mezquita de adobe con un minarete que apenas rebasa los techos de las casas. Hay una "avenida" comercial donde se vende ropa, abarrotes y hasta teléfonos celulares. También hay talleres mecánicos para quienes tienen un jeep propio. No son pocas las familias que cuentan con algunos ingresos adicionales, como las pensiones de quienes sirvieron en el pasado a la colonia española, asalariados al servicio del Estado, o remesas de inmigrantes. La provincia cuenta con un hospital-dispensario que atiende todo tipo de pacientes, menos cirugías, que se realizan en el hospital nacional de Rabuni, la capital administrativa de los campamentos.

El agua es facilitada por el gobierno argelino, que la extrae de algunos pozos en la región. El gobierno saharaui la distribuye estrictamente racionada. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, los saharauis sólo consumen 40 por ciento del mínimo recomendado. Traducido a la vida cotidiana, cada refugiado cuenta con media cubeta de agua al día para todas sus necesidades.

El 31 de abril fue aprobado en el Consejo de Seguridad la ampliación del periodo de presencia de la ONU en la zona de conflicto. Pero Bucharaya insiste en que además de esta medida se requiere un esfuerzo constructivo para romper el impasse. "Esto se trata de un debate político internacional y de concluir la descolonización de Africa; no unos cuantos gramos de harina y arroz."

 
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