Usted está aquí: domingo 8 de mayo de 2005 Cultura De tapa a tapa

Bárbara Jacobs

De tapa a tapa

Lunas se adelantaba a nuestras dudas. Estas solían tener que ver con hechos inconfesables. Así, un buen día, como si se lo hubiéramos preguntado con todas sus letras, nos habló de la polémica que existía entre los lectores en general y los escritores en particular respecto a que si uno debe leer entero un libro que lo aburre o no.

"Jóvenes -nos dijo-; léanlo si es clásico; no lo lean si no tienen la certeza, nacida de la experiencia de lectores autorizados, de que se trata de un buen libro." ¡Qué difícil! ¡Cuántos libros habíamos dejado de lado! ¿Porque eran aburridos o porque nosotros no los entendíamos? Y cuando uno es joven qué duro es admitir que no entiende un libro del que ha oído o leído maravillas.

Este temor no se aplicaba solamente a libros extensos; también nos ocurría abandonar un libro breve que no entendíamos.

Recuerdo un consejo de Lunas; "si les parece aburrido un libro bueno léanlo de atrás para adelante; del último capítulo al primero; pero léanlo." Algún compañero listo levantó la mano y sugirió que aplicáramos el método de "lectura rápida", que consistía en leer en sesgado párrafo tras párrafo, quizás auxiliados por el dedo en un principio, mientras la vista se acostumbraba a hacer el recorrido en diagonal. "¡Jamás!", se indignó nuestro profesor; "eso equivale a una falta de respeto."

Lunas se desmedía en hacernos ver que, aun sin vencer el aburrimiento, la lectura completa de un buen libro algo nos iba a dejar. "Es más, añadió; hagan el ejercicio, una vez concluida la lectura, de preguntarse con esfuerzo y honestidad qué recuerdan del libro en cuestión, y se sorprenderán de ver la cosecha." ¿Debíamos tomarle la palabra aunque no fuéramos a ser escritores ni profesores de literatura? ¿Debíamos creerle aun cuando ni siquiera fuéramos ni pensáramos en ser, por lo menos, buenos lectores?

Lunas no imaginaba la vida sin leer, cualesquier oficio o profesión que siguiera la gente. Para él, la lectura, y la lectura de literatura, era uno con el hombre, y entre sus estudiantes esto era una especie de imposición que más bien nos inquietaba cuando no nos hacía de plano reír. Y la verdad era que a nadie se le ocurría saltarse párrafos, ni menos páginas, cuando el libro era de historia o matemáticas o lo que fuera salvo de literatura. Esta materia, para el grueso de los alumnos era la más "saltable", la menos importante, como si se tratara de un adorno, o de algo no esencial.

Mientras que un libro de matemáticas había que leerlo con lupa, con tal de entenderlo y de que no se te fuera a ir una fórmula, a la mayoría de nosotros le daba igual pasar por alto desde un párrafo, varias páginas, o más de un capítulo de un libro de literatura, y le daba lo mismo quedarse con una idea a medias de lo que hubiera alcanzado a leer. "El aburrimiento frente a un libro reconocidamente de primera es un defecto del lector, un defecto, por otra parte, reformable." Sí; muy bien; pero, ¿cómo? ¿Contando con tiempo indefinido para leer y releer hasta conseguir el entendimiento cabal de la obra? ¿Entender borra el aburrimiento? ¿Qué nos hacía tan susceptibles de no entender? ¿De qué se llena la mente de los jóvenes que no da paso a la comprensión, a la claridad? Bueno, y ¿cómo se da el paso del entendimiento al entretenimiento? ¿Al disfrute? ¿Al gozo incluso de un drama, de una obra amarga, de un texto tortuoso?

"Amigos míos -seguía Lunas-, no dejen de leer lo bueno por más aversión que les despierte", decía, se pasaba el pañuelo azul por la frente, quería convencernos sin atemorizarnos más de lo que ya estábamos, con tanta angustia en nuestro interior que ésta ocupaba todo resquicio de nuestra mente. "La lectura veloz, como método, está bien para buscar un dato, para darse una idea de un libro que a continuación habrá de leerse completo, pero nada más", insistía nuestro profesor, con lo que a un tiempo nos llenaba de una sensación de capacidad y de incapacidad.

Otro compañero alzaba la mano y, a riesgo de que el resto del grupo se burlara posteriormente de él, se atrevía a preguntar a Lunas si no importaba que, al seguir los consejos del profesor, uno sólo alcanzara a leer un libro bueno de literatura al año. Impasible, Lunas le contestaba que no, que no importaba, que sería ganancia, que sería en su beneficio permanente, que leyera buena literatura, por favor.

 
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