Usted está aquí: viernes 6 de mayo de 2005 Opinión Pandemónium

Jorge Camil

Pandemónium

Los mexicanos estamos, como en el filme de la espectacular Kim Bassinger, Atrapados sin salida, en una situación desesperada, que únicamente ocurre en el cine o en nuestras peores pesadillas, donde todas las puertas están herméticamente cerradas, y dominados por la angustia corremos a diestra y siniestra, escaleras abajo y arriba, perdiendo cada vez más terreno frente a las fuerzas del mal. Ellos, los otros, tienen la iniciativa, las armas, los guarros y la posesión del edificio donde ocurre la persecución. Nosotros, únicamente el recurso de ¡sálvese quien pueda! o la esperanza de despertar a un nuevo amanecer.

Cualquier palmo de terreno se disputa cuerpo a cuerpo, con la fiereza de la sangrienta batalla por Fallujah, aunque, reconozco, todo dentro del sacrosanto marco del "Estado de derecho"; un derecho elástico que parece cubrir a todos los mexicanos como un manto de bondad. Algunos insensatos insisten en que continuamos enfrascados en la ilegalidad. ¡Ciegos!: ¿no ven que los medios de comunicación exudan abogados, tribunales, procuradores, legisladores, amparos, desafueros y referencias a la Constitución; no ven que todos esgrimimos ediciones de bolsillo de la Carta Magna con el fanatismo de las guardias rojas que defendían El pequeño libro rojo del rojo Mao Tse-Tung?

¡Rojo, negro!: los colores y las reglas del juego brincan en la ruleta a velocidad vertiginosa confundiendo a los jugadores. Desafuero mata candidato (¡gana la casa!). Amnistía mata desafuero (¡gana el Peje!). Amnistía también mata consignación. Perdón, no fue la intención. ¿Y la Constitución? Huyó despavorida con el Estado de derecho. El general, procurador general, dejó de procurar (justicia) y se quedó en general a secas, de chivo expiatorio. Todo fue un juego peligroso hasta que un millón de mexicanos exigimos con el clamor del silencio una explicación. Marcha la gente y da marcha atrás el Presidente. Renunció (a la maniobra). ¿Y al puesto? Debería, recomendó Fidel Castro, consciente de que apostó la investidura y la dignidad contra una candidatura incómoda. Perdió él, perdió ella y perdió el candidato presidencial (¿cuál?). Perdió México. ¡Qué indecencia!

Habría que increpar a los responsables con la frase de Joseph Welch, el abogado que finalmente detuvo en el pleno del Congreso los excesos de Joseph McCarthy durante las desaforadas audiencias legislativas "contra el comunismo" en el Washington de los 50; la frase que eventualmente sumió al furibundo ultraderechista en la depresión, el alcoholismo y el olvido: Have you no sense of decency, sir? "Señor, ¿no tiene usted sentido de la decencia?" El general, que aparentemente lo tuvo, blandió el sable militar y agradeció "la ayuda de las fuerzas armadas". Renunció "como militar", frase críptica, porque hasta hoy creíamos que todas las renuncias eran iguales. Renunció frustrado, incapaz de adivinar las decisiones erráticas del Presidente: ¿blanco o negro? ¿Derecha o izquierda?; renunció para evitar la ingobernabilidad.

Aquí no pasa nada, aseguró Santiago Creel. El secretario totalmente Palacio apareció en televisión nacional después de la debacle como auténtico superhéroe: sin despeinarse, planchado, fresco como lechuga, intentó explicar que uno de los más explosivos episodios de política nacional podría solucionarse "dando vuelta a la hoja, Joaquín; estamos abiertos al diálogo, Joaquín". Aconsejó la enigmática "salida política" (¿y el desafuero?), cuando horas antes defendía a muerte las bondades de la solución jurídica.

¿Y qué decir de Roberto Madrazo? Burlado, reconoció con sus declaraciones que la "santa alianza" del Prian había sido una maniobra electoral, y furioso de haber embarcado a sus legisladores en el navío de la ilusión, exigió al Presidente que "se abstuviera de participar en actividades electorales" (la barca en que me iré lleva una cruz de olvido...). Sus incautos diputados, vestidos y alborotados, nos recuerdan el título de la excelente novela de Katherine Anne Porter: A ship of fools, el barco de los tontos.

Mientras en Ciudad Gótica se desinflaba el sainete de El Encino (porque esto es de tira cómica), se desinflaba en el otro canal Ricardo Salinas, el 007 mexicano (con licencia para matar), que abusando de la concesión entonaba su canto del cisne armándole "pleito ranchero" al secretario de Hacienda, el hombre que gobierna el país, y que no obstante el caos preserva la estabilidad financiera.

En una noche de walpurgis, un aquelarre; en otro México, Salinas (el nombrable) le disputaba la audiencia televisiva al Presidente. Una reportera con ínfulas tildó al secretario de chantajista y violador de la libertad de prensa. "Nos vamos a defender vigorosamente", amenazó, invocando de nuevo el Estado de derecho. ¡Pruebas!, exigieron sus compañeros. Y ella, temerosa, exhibió un documento sin firma en papel elaborado por "Q", el genio que inventa los artilugios de James Bond; un papel "con las huellas del secretario Gil Díaz". "Pandemónium", dice el Diccionario de uso del español actual, "es un lugar en el que hay mucho ruido y confusión": ¡un desmadre!

 
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