Por Joaquín Hurtado
Estoy pasmado.
Azorado. Maravillado. Tu vocecilla me seduce. Tu leyenda negra
me subyuga. Tu imponente imagen me
cautiva.
Hago a un lado el borlote de los medios y las porras de la grey
fanática y me quedo con tu mirada maliciosa, rebosante
de inteligencia prodigiosa. Por algo eres quien eres y has llegado
hasta donde has querido. Ni antes ni después. Justo en
el momento en que el mundo está tan sediento de tus verbos
dogmáticos, de tu ladina interpretación de la Palabra
Eterna.
Estoy conmocionado por tu hábil movimiento de piezas en
el tablero de la grilla cardenalicia urbi et orbi. Tuviste en
el puño a Juan Pablo moribundo y lo despediste del infierno
nuestro para colocarlo en el sitio donde sólo tú podrás
aprovechar los rayos de su santidad electrónica. Eres
inconmensurable. Viejo zorro de los pasillos y miasmas vaticanas.
Eres tan adorable porque eres tan odiado, porque eres tan temido.
Ni las catacumbas ni los domos ni los cimientos milenarios del
trono romano están a la altura de tus talentos.
¿Qué decirte que no hayas ya escuchado en los escenarios
turbulentos de un planeta que es tu enemigo porque no se ajusta
a tus ambiciones? ¿Mofarse de ti? ¡Qué vulgaridad! ¿Ridiculizarte? ¡ Cuánta
tosquedad! El límpido rayo láser que desprende
tu mirada viene y se posa, paloma negra, en mi pecadora faz.
La piel se me eriza, la tripa me da un vuelco. Nada me puedes
hacer pero me desarma ese elegante gesto cuando sacas el pañuelo
de entre tus lujosas ropas para secarte el sudor.
Me encanta tu italiano, con ese acento de suficiencia fastidiosa. ¿Que
el mundo va a sufrir un poco más bajo tu báculo? ¡Qué importa
el costo en sangre, lágrimas, mocos, terror, enfermedades,
persecuciones, escarnios, crímenes sobre las tristes locas
que esta noche nos reunimos a festejar tu elección! Llegamos
a la cantinucha con nuestra mala pronunciación del latín
gritando "Habemus Papam". Porque todas sabemos. Todas
conocemos lo que contiene el sonoro nombre de Ratzinger.
Y como todas sabemos, todas nos queremos hacer las listas y tener
a flor de labios (los mismos que inmediatamente buscarán
y encontrarán la bragueta maldita) el escarnio, la broma,
la ocurrencia digna de tu investidura. “¿Saben como
se llama el perro de mi vecino, el chacalito?” Yo ni contesto
a semejante simpleza. Pobre loca, pienso. Pobre loca, me digo.
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