El nuevo Papa y el futuro de la
iglesia católica
Ante
la muerte de Juan Pablo II, Católicas por el Derecho a Decidir
manifestó oportunamente su dolor y se unió al duelo de
la comunidad mundial. Recordó, al mismo tiempo, las múltiples
contribuciones a los derechos humanos, la paz mundial y la justicia
social del pontífice. Juan Pablo II será recordado como
uno de los papas más significativos y controversiales de todos
los tiempos, pues sus contribuciones externas no coincidieron con un
espíritu generoso y democrático dentro de la Iglesia
Católica.
La elección del cardenal Joseph Ratzinger nos preocupa profundamente,
porque significa la continuidad de la línea más conservadora
y la que menor respeto ha profesado a la libertad de conciencia y a los
derechos humanos de católicas y católicos. A pesar de lo
que se considera lógico, pues Ratzinger fue el ideólogo
del papado que termina, nosotras conservábamos una esperanza:
que los cardenales del mundo pasaran por encima de las estructuras de
poder del Vaticano y fuesen sensibles al sensus fidelium, a
las voces y necesidades de la feligresía católica; esperábamos
que pondrían en consideración a las millones de personas
que sufren y a las miles que mueren debido a estas enseñanzas.
Desafortunadamente esto no sucedió. Hacia el futuro vemos una
iglesia dividida: un disenso fuerte al interior y una distancia cada
vez mayor entre el magisterio y la vida, los derechos y las necesidades
de la feligresía. Como prefecto de la Congregación para
la Doctrina de la Fe, Ratzinger se encargó de imponer disciplina,
suprimir la discusión y silenciar voces disidentes, como las de
los teólogos de la liberación. Con esta elección,
no vemos una respuesta de la jerarquía a la demanda sentida por
la comunidad de creyentes: una Iglesia incluyente, respetuosa de las
diferencias, en donde la justicia y la defensa de los derechos humanos
sean principios rectores.
Joseph Ratzinger, hoy nombrado Benedicto XVI, fue responsable de varios
documentos eclesiales de corte conservador, entre los que destacan:
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La Declaración Dominus Iesus (2000)
que afirma, que “fuera de la Iglesia Católica no hay salvación”,
desconociendo el papel de las otras religiones del mundo.
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La Nota Doctrinal sobre Algunas Cuestiones relativas
al Compromiso y a la Conducta de los Católicos en la Vida
Política (2002) que hace un llamado a los políticos católicos
para que no ejerzan su libertad de conciencia y voten en
contra de leyes y programas contrarios a la fe y la moral
tradicional católica, ignorando que el deber de funcionarios
en un Estado laico, como el mexicano, es separar sus creencias
religiosas de su labor pública.
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Las Consideraciones acerca de los Proyectos de
Reconocimiento Legal de las Uniones entre Personas Homosexuales (2002)
que afirma que no se puede hacer una analogía entre las uniones
de homosexuales, el matrimonio y la familia porque ésta es
contraria a los valores morales fundamentales.
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La Carta sobre la Colaboración del Hombre y la
Mujer en la Iglesia y el Mundo (2004) que afirma que
el papel fundamental de las mujeres en la sociedad es la
maternidad y el cuidado de los otros, reforzando su subordinación
al hombre y desconociendo los avances en los derechos de
las mujeres y la equidad de género reconocidos a nivel mundial.
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A
pesar de que la elección de Ratzinger es un fuerte golpe simbólico
a las esperanzas de amplísimos sectores de nuestra Iglesia,
mantenemos la esperanza. Esperamos que el espíritu de Dios mueva
la sensibilidad y la sabiduría del nuevo Papa, para dar respuesta
a dos de los desafíos más grandes de la Iglesia: los
abusos sexuales por parte del clero y la política eclesiástica
sobre el uso del condón para prevenir el VIH/sida. Esperamos
también que abra sus estructuras a la participación de
las mujeres en los niveles de toma de decisión y reconozca las
importantes contribuciones que hemos hecho a la vida de nuestra Iglesia.
Consideramos que si este Papa tiene la voluntad de sanear las fracturas
internas de nuestra iglesia debería reunirse de inmediato con
religiosas violadas y sobrevivientes de abuso sexual, levantar la prohibición
sobre el uso del condón, y llamar a las mujeres a sentarse en
la mesa en la que se toman las decisiones. Estos pasos no requieren cambios
en las enseñanzas; son consistentes con las normas teológicas
y disciplinarias de nuestra Iglesia.
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