Usted está aquí: jueves 5 de mayo de 2005 Opinión El mejor cazador

Olga Harmony

El mejor cazador

Muchos somos los que pensamos que el actor y las actrices son verdaderos creadores más que intérpretes, quizás no todos, pero sí los verdaderos. El mismo INBA, en la publicidad del ciclo Shakespeare que la Compañía Nacional de Teatro propone para este año, afirma: ''Un genio + 3 obras + 100 creadores escénicos", entre los que incluye sin duda a los que hasta ahora son tenidos como intérpretes. Héctor Mendoza lo afirma rotundamente y, para demostrarlo -entre otras cosas-, escribió y dirige El mejor cazador, sin duda su obra más lograda dentro del ciclo de sus lecciones teatrales dramatizadas porque en ella imbrica su teoría de la actuación con la trama misma que desarrolla a partir de Los cuernos de don Friolera, de Ramón del Valle Inclán, estableciendo un estupendo paralelismo entre el personaje y el actor que lo ha de interpretar sin caer nunca en lo obvio, sin ceñirse del todo a la historia valleinclanesca. La sabiduría con la que entrevera las lecciones de Mauro Galicia -que es una especie de alter ego del autor, como ocurre con algunos de sus textos didácticos anteriores- y su desespero por aprehender al personaje, con su propio drama de celos, hace que este texto suyo resulte imprescindible para todo interesado en el arte teatral.

Mendoza no oculta su desdén por los estereotipos actorales que ve reflejados en las telenovelas y la comedia musical. Va más allá y enfrenta la manera en que un tipo puede convertirse en personaje a contrapelo de cierta tendencia actual de convertir a los personajes en tipos. En la escena -todavía como maestro- en que propone como ejercicio a Fausto y Valerio que actúen el diálogo entre don Friolera y el teniente Rovirosa de la escena décima de la obra de Valle Inclán, sus dos discípulos lo hacen encarnando a dos tipos de la manera grotesca en que piensan se debe encarar el esperpento. El maestro los para y les propone que los conviertan en personajes, cosa que no puede ninguno de los dos, y aquí el maestro va desgranando las ideas del autor acerca de la identificarse o no con el personaje, su negativa a reconocer a quienes hablan de "tener al personaje", el error de pensar que el teatro es un reflejo de la realidad y las características concientes e inconscientes de los personajes que se reflejan en lo que se dice y lo que no se dice, el subtexto. Cuando es llamado para actuar en Los cuernos de don Friolera tiene las mismas dudas para lograr actuar su papel y cuando éstas desaparecen al liberarse de su deseo de identificación con don Friolera finiquita también el problema personal que lo ha venido acosando.

La identificación de actor con personaje ha sido mayor, porque el dramaturgo propone con toda malicia un paralelismo entre el cornudo valleinclanesco y la situación de Mauro. Ambos reciben anónimos -en la obra de Mendoza el autor de los mismos no es la desagradable doña Tadea sino que resulta desconocido hasta casi el final-, lo que da pábulo a los celos de los dos; en el caso de Mauro Galicia, los anónimos hablan de liebres y el último, ''al mejor cazador...'' no sólo da pie al título de la obra, también identifica al amante de Elvira Corchera. Mauro tiene más o menos la edad de don Friolera y, como éste, reflexiona en su propia situación, al tiempo que habla en confidencia con Valerio de sus ideas acerca de la mujer. Desde luego que los finales de los textos de Valle Inclán y de Héctor Mendoza (y la intención última de los mismos) son enteramente diferentes. Mendoza no hace un esperpento, sino una comedia de equívocos que puede resultar muy atractiva aun para el espectador poco versado en lides teatrales.

Con apoyo de la iluminación de Gabriel Pascal y la música de Rodrigo Mendoza, el director prescinde -como ya casi es su costumbre- de elementos escenográficos a excepción de unas sillas en un espacio encuadrado. Las sillas se acomodan para ser el salón donde Mauro imparte sus clases, la sala de la casa que comparte con Elvira, el camerino de ésta ya convertida en vedette de comedia musical. Su trazo, como siempre, elimina lo accesorio para concentrarse en los actores. Arturo Beristáin encarna al actor pedagogo de manera excelente, al igual que Laura Padilla, siempre en diva, como Elvira. Muy bien los jóvenes Sergio Alvarez como Fausto Galicia y Fernando Escalona como Valerio Almazán y discreto Pastor Aguirre en su pequeño papel de Pepe Palomino.

 
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