Usted está aquí: jueves 5 de mayo de 2005 Opinión El legado

Soledad Loaeza

El legado

Juan Pablo II legó a Benedicto XVI una obra amplia y de enorme riqueza. Un desafío grande enfrenta el nuevo pontífice, quien no tiene a su favor el aura del martirio que acompañó a Wojtila desde que ascendió al trono papal, ni tampoco cuenta con los recursos carismáticos que convirtieron a Juan Pablo II en una estrella del mundo mediático.

El antiguo cardenal Ratzinger no tiene los rasgos personales ni la trayectoria que imprimían a su antecesor un carácter excepcional y cercano, detrás del cual se ocultaba la distancia del intelectual que se preocupaba más por la filosofía y la teología que por los males muy humanos que aquejan a su Iglesia. Sin embargo, en el legado de Juan Pablo II junto a los éxitos diplomáticos y políticos se adocenan calamidades que erosionan la autoridad de la Iglesia y que el Vaticano no ha logrado vencer en los últimos 20 años. Entre ellas, una de las peores es la creciente información acerca de los abusos sexuales de muchos religiosos en contra de niños que estaban a su cuidado. A Benedicto XVI le toca enfrentar un monstruo que ha destruido la confianza de muchos católicos en Estados Unidos, donde el monstruo también ha devorado el patrimonio de parroquias y diócesis que han tenido que enfrentar ásperas batallas legales para paliar, aunque sea monetariamente, el profundo daño que estos malos curas han hecho a la Iglesia y a los católicos.

La Iglesia de Estados Unidos tardó muchos años en aceptar la existencia siquiera del problema de pederastia entre un número importante de sus sacerdotes. Las primeras denuncias fueron desechadas o descartadas. No obstante, el número de las demandas creció de tal manera y alcanzó tal magnitud que los obispos no pudieron ocultar ni excusar a los culpables, como habían hecho inicialmente. Los obispos mexicanos están muy lejos de la honestidad y la valentía que exige reconocer estos problemas que, como es ahora bien sabido, se han presentado también en México. Sin embargo, tal vez ahora no podrán seguir más la técnica del avestruz y tendrá que encarar las denuncias de pederastía que desde hace más de 10 años se han hecho públicas en contra de miembros del clero, por muy poderosos que sean. Tendrán que hacerlo porque el papa Benedicto XVI ha anunciado que se reabrirá la investigación de las denuncias recibidas en contra del padre Marcial Maciel, fundador y líder de los Legionarios de Cristo.

Jason Berry y Gerald Renner publicaron en 2004 el libro Votos de silencio. Abusos de poder durante el pontificado de Juan Pablo II, cuyo tema es precisamente la historia de esta orden orgullosamente mexicana, que se formó en 1941 y que hoy en día es una poderosa y multimillonaria trasnacional que tiene seminarios, escuelas y universidades en España, Canadá, Estados Unidos, Irlanda y diferentes países de América Latina.

Los autores hicieron una amplia investigación en Estados Unidos y en México, rastrearon los orígenes de Maciel en Cotija, Michoacán, y realizaron entrevistas en profundidad con antiguos legionarios que han tratado infructuosamente de denunciar el abuso sexual de que fueron víctimas por el mismísimo Maciel, en un mundo juramentado en el silencio y el secreto. Los relatos de Juan Vaca y José Barba, por ejemplo, son estremecedores y sin estridencia, y por ello muy convincentes. Denotan sólo un dolor profundísimo.

Berry y Renner comparan a los Legionarios de Cristo con la Iglesia de la Unificación, del reverendo Sun Myung Moon, por el tipo de organización vertical, casi militarizada, por el juramento de obediencia a la persona del padre Maciel, pero sobre todo porque los niños y jovencitos que ingresan a la orden son sometidos a un tratamiento de lavado de cerebros que los convierte en una milicia de robots, cuyo único objetivo es la mayor gloria del padre Maciel. Este, por su parte, aparece como un individuo oscuro y manipulador, expulsado de dos seminarios jesuitas y rechazado por muchos más por razones siempre misteriosas. También inexplicable es el poder que alcanzó en el seno de la propia Iglesia durante el reinado de Juan Pablo II. Los autores aducen que las razones de su éxito son dos por lo menos: primero, su capacidad para recabar fondos, y en segundo lugar, que el modelo preconciliar de Iglesia que promueve resulta muy atractivo para el talante conservador de los ricos, que son su grey de elección.

Algunos no entienden por qué Benedicto XVI reabre la investigación contra Maciel, pues Ratzinger la detuvo cuando era cardenal. Puede que sea ésta una lucha de poder en el Vaticano, y que, muerto el protector del religioso de Cotija, el nuevo Papa quiera recuperar espacios que éste ocupa. También es posible que Benedicto XVI quiera realmente limpiar un área pantanosa del legado de Juan Pablo II. Y a la mejor los obispos mexicanos están poniendo sus barbas a remojar, y por esta razón en esta semana la prensa dio cuenta de acusaciones de abuso sexual en contra de dos sacerdotes: José Luis de María y Campos y Andrés Vázquez Chávez (Reforma, 3/5/05), que entonces difícilmente podrán refugiarse en los tribunales eclesiásticos.

 
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