Usted está aquí: miércoles 4 de mayo de 2005 Opinión Pensar en el cerebro

Javier Flores

Pensar en el cerebro

Entre 1940 y 1960 el sicoanálisis ocupaba el lugar central en el abordaje de los trastornos mentales. Sin embargo, la introducción de dos sustancias con efectos sobre la conducta humana, la imipramina y la clorpromacina, fueron los detonantes del desarrollo de la siquiatría, pues a partir de ese momento se abrieron nuevos caminos para la comprensión de las bases biológicas de la conducta humana. Esta es la visión de uno de los principales protagonistas del desarrollo de la siquiatría en México, Ramón de la Fuente, quien impartió hace apenas dos semanas una conferencia magistral sobre la evolución de esta especialidad en el primer Congreso Académico de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México.

El acontecimiento es en sí mismo relevante, pues es difícil escuchar, de manera tan directa, cuáles han sido los elementos principales en la evolución de la siquiatría desde la perspectiva de quien ha sido figura central del desarrollo de esta especialidad médica en nuestro país. Varias generaciones de médicos y especialistas crecieron bajo la influencia académica de Ramón de la Fuente, ya sea directamente o por medio de sus obras, entre las que, en mi opinión, destaca su Psicología médica, no solamente porque fue durante muchos años uno de los libros de texto de los futuros médicos, sino además por su papel como obra de consulta obligada, que permitía ensanchar la visión estrecha de la enfermedad hacia una visión integral del enfermo.

Fueron muy diversos los aspectos tratados por De la Fuente en su recorrido por los elementos que han convertido a los estudios del sistema nervioso en uno de los campos más prolíficos de la investigación, que han revolucionado el conocimiento en la biomedicina y aún más allá. Sólo me referiré aquí a algunos.

Uno de los aspectos centrales en el desarrollo de las neurociencias y la siquiatría ha sido sin duda la identificación de los neurotransmisores, sustancias químicas almacenadas y liberadas en las terminaciones nerviosas que son la base de la comunicación entre las células que integran el cerebro. En la actualidad, buena parte de los trastornos mentales se asocian con alteraciones relacionadas con estas sustancias, y no sólo eso: también se utilizan estos mediadores químicos en el tratamiento de algunas patologías. Así, por ejemplo, el empleo de una de estas sustancias, la dopamina, permite entender mejor enfermedades como el mal de Parkinson, además de que puede utilizarse como herramienta en su tratamiento.

Este punto en particular nos permite reflexionar sobre la revolución que se ha producido en el campo de la neurofarmacología y especialmente sobre sus implicaciones. Se ha avanzado mucho en el desarrollo de fármacos capaces de modificar los niveles cerebrales de neurotransmisores para inducir cambios conductuales. Pueden citarse por ejemplo los antidepresivos, que pueden elevar las concentraciones de neurotransmisores como la serotonina y producir una sensación de bienestar. Avances de este tipo han llamado la atención de algunos especialistas en disciplinas sociales y humanísticas, como Francis Fukuyama, que ven en ellos riesgos potenciales, como el control farmacológico de la conducta social.

Otro aspecto importante señalado por De la Fuente es que los avances en las neurociencias permiten entender el cerebro como una entidad dinámica. En la actualidad pueden identificarse los cambios más sutiles en la estructura, la función y la química del cerebro. El ponente puso énfasis en el concepto de plasticidad, es decir, la capacidad de las células cerebrales para modificarse ante las influencias externas, lo que permite explicar, a nivel celular, funciones tan complejas como el aprendizaje y la memoria y aun los efectos de la sicoterapia. Esto implica que los cambios en el medio ambiente pueden influir en las funciones del cerebro.

Esto es de particular importancia, pues, en mi opinión, permite avanzar en la comprensión de las relaciones entre cultura, ambiente y cerebro. Significaría que se avanza paulatinamente en el derrumbamiento de los muros que artificialmente hemos creado entre las dimensiones socioculturales y biológicas e inclusive entre éstas y los territorios de la sique si atendemos al dato de los cambios biológicos inducidos por la sicoterapia a los que se hizo referencia.

Hay dos aspectos adicionales en la presentación del doctor De la Fuente que no pueden omitirse. Por un lado, el peso de los factores genéticos en la expresión de la conducta humana. En una época en la que predomina un determinismo genético según el cual habría un gen responsable de cada cosa (por ejemplo, un gen del alcoholismo, un gen de la depresión, uno de la obesidad y la agresividad, etcétera), el conferencista dejó en claro que las funciones cerebrales son algo más complicado y no pueden reducirse a la vieja fórmula de un gen, una proteína, una función.

El otro tema de gran actualidad se refiere al empleo de células troncales para el tratamiento de patologías del sistema nervioso. De la Fuente consideró algo absurdo el empleo de estas células madres para el tratamiento de enfermedades que implican a la memoria, como el Alzheimer, pues se trata de funciones altamente complejas que involucran, como ya vimos, a la plasticidad del sistema nervioso, aunque reconoció que pueden ser útiles para los trastornos de tipo motriz.

Finalmente consideró que en la actualidad el avance de los conocimientos en la siquiatría llevan a la conclusión de que los enfermos mentales no deben ser encerrados ni aislados, lo que permite el tratamiento en condiciones muy distintas de las que predominaron en el pasado.

En suma, Ramón de la Fuente impartió en el seno de la facultad que él contribuyó a crear y engrandecer una cátedra del más alto nivel para entender las funciones cerebrales y así entendernos a nosotros mismos.

 
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