Usted está aquí: miércoles 4 de mayo de 2005 Opinión Globalización: el largavista

Alejandro Nadal

Globalización: el largavista

Los datos para la economía estadunidense muestran que el PIB creció a una tasa anualizada de sólo 3.1 por ciento en el primer trimestre de 2005. Es la tasa más baja en dos años. En el cuarto trimestre de 2004 la tasa fue de 3.8 por ciento, y la caída en este año consolida la tendencia a la desaceleración. Lo peor es que el principal componente de ese débil crecimiento sigue siendo el consumo personal y la inversión fija acusa una caída brutal (de 14.5 por ciento en 2004 a 4.7 por ciento para el primer trimestre de 2005). Mientras las exportaciones crecieron 7 por ciento, las importaciones aumentaron 14.7 por ciento, lo que arrojó un déficit comercial récord mensual superior a los 60 mil millones de dólares.

Está claro: la recuperación de la economía estadunidense no acaba de consolidarse y los focos rojos se vuelven a encender. El susto no es sólo para los inversionistas en Wall Street, sino que obliga a cuestionar esta globalización neoliberal que tanto ha dado que hablar. Más allá de la coyuntura agobiante, ¿qué pasa con esta globalización que no sale de sus crisis recurrentes?

Haga su propia encuesta. Pregunte a sus conocidos qué piensan de la globalización: ¿es una muestra de la buena salud del capitalismo o expresión de sus enfermedades y fracasos? El resultado es predecible: las respuestas se inclinarán por la primera opción. La globalización, dirá la mayoría, es una consecuencia de la fortaleza y vigor del sistema capitalista.

Esta creencia está equivocada. La globalización, entendida como proceso de apertura comercial y financiera impuesto por los centros mundiales de poder económico, es el intento del capital por salir de una profunda crisis que dura ya 30 años. A principios de la década de los setenta, los aprietos del capitalismo ya se manifestaban en dos indicadores clave. El primero era el estancamiento y caída en la tasa de ganancia (antes de impuestos) en los principales empleos del capital productivo en Europa y Estados Unidos. El segundo se expresaba en el aumento de los salarios y cargas financieras de las empresas. Para éstas, la reducción en la tasa de ganancia y el aumento en los salarios deletreaban la palabra crisis.

Para enfrentar este reto se buscó romper la rigidez del esquema de acumulación de capital vigente desde 1945. Para lograrlo la industria manufacturera mundial sufrió una magna restructuración, reubicando segmentos de las líneas de producción en países con menor costo de la fuerza de trabajo. La reorganización manufacturera alrededor de lo que en los años ochenta se llamaba los "países de reciente industrialización" fue fruto del intento del capital industrial por mantener sus ganancias "normales" en la esfera de la producción. No resolvía la crisis, simplemente postergaba su desenlace.

La relocalización de la industria a nivel mundial aumentó la flexibilidad, pero generó nuevos y potentes focos de competencia en los mercados internacionales. Así, los países que iniciaron la restructuración terminaron enfrentados a nuevas fuentes de competencia y de presión en su balanza comercial. Anticipándose a esto, el capital exploró otra vía para superar el estancamiento en la acumulación de capital.

Para el capital, el tránsito por el incierto camino de la producción es un mal necesario para obtener ganancias. En momentos de crisis, el capital busca refugiarse en la esfera financiera, donde se mueve a sus anchas. Aquí puede realizar su sueño dorado: poseer a la gallina de los huevos de oro. En la dimensión financiera, las ganancias dependen no de la producción y venta de mercancías y servicios, sino de la utilización para beneficio propio del sistema de precios.

En este juego, como por arte de magia, es posible obtener fuertes ganancias en instantes sin tener que comprometer el dinero con el mugriento aceite de la fábrica o el podrido olor de almacenes atiborrados de mercancías no vendidas. La especulación financiera es precisamente eso: jugando con diferenciales de tasas de interés, tasas de inflación y tipos de cambio, entrando y saliendo de diferentes espacios económicos, el capital financiero puede incrementar sus ganancias rápidamente.

Esta fuga del capital hacia la esfera financiera no es muestra de buena salud. Y no lo ha sido en el pasado. Los estudios de Braudel y Arrighi muestran que cuando los regímenes de acumulación capitalista han entrado en crisis y comienzan a declinar, arranca el escape hacia el mundo financiero. Pero la búsqueda de superganancias conlleva sus propias contradicciones. Entre otras cosas, exacerba la confrontación inter-Estados y el conflicto entre espacios monetarios. No es casualidad que la pugna dólar-euro se intensifique en esta fase de la crisis.

La palabra "globalización" está hueca. No tiene una acepción bien definida; por eso se le puede atribuir cualquier significado. Pensar que la globalización es la culminación de una historia de éxito, no sólo restringe nuestra comprensión, sino que desmoviliza, elimina expectativas y lleva al abatimiento. La visión larga, con un catalejo, permite aquilatar la naturaleza y alcance de la globalización y su hermanito gemelo, el capitalismo. Nuevas perspectivas y esperanzas se abren para la lucha política por el cambio.

 
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